Alfredo Andonie, escritor: “La izquierda de los 70 fue mucho más dura con la homosexualidad, había una homofobia muy grande”
El autor debuta en la novela con Serpiente, una audaz exploración narrativa en torno al deseo, la homosexualidad, la violencia y la militancia política durante la Unidad Popular. Escrita en un lenguaje de resonancias barrocas, narra un trío amoroso donde el sexo se vuelve un espacio de libertad y contradicciones en un ambiente social agitado y altamente polarizado.
La voz se corrió entre las calles del centro y la gente rápidamente se aproximó a la Plaza de Armas. Era abril de 1973, los ánimos estaban crispados durante la Unidad Popular, las calles solían ser un territorio de disputa entre grupos radicalizados. Y en ese ambiente, un grupo de trasvestis y jóvenes gays decidió levantar su propia protesta. No tenían cánticos, no pedían una revolución, tampoco desestabilizar al gobierno: protestaban contra la violencia policial.
“A encono y tacón, esta es su marcha y la van a hacer a su manera. Es su primera vez manifestándose por una causa que es solo de ellas y de nadie más. No tienen repertorio ni receta más de lo que les nace del alma. Y de su alma nace una fiesta”, escribe Alfredo Andonie en Serpiente, su primera novela.
Aquella protesta, en gran medida protagonizada por jóvenes dedicados a la prostitución, fue real y ocurrió el mismo día en que un grupo de ultraderecha le voló la cabeza al desaparecido monumento al Che Guevara, en San Miguel.
Ambos hechos se filtran ahora en las páginas de Serpiente. Recién publicada por el sello Alfaguara, la novela debut de Alfredo Andonie (1989) es una audaz y vibrante exploración narrativa en torno a la homosexualidad, el deseo, la política y la violencia en el Santiago de inicios de los 70.
Tras estudiar Economía y Filosofía en la Universidad de Columbia, el autor cursó un máster en escritura creativa, donde comenzó a trabajar en la novela. “Una serpiente deambula por las calles de Santiago. Como un río invisible marca una trayectoria de carne y pulso, veneno de acierto y azar. Un flujo carnívoro que abandona la palabra, corre por la vía del silencio y se vale del gesto. Gesto atrevido, gesto encendido, gesto que hiende vertebral”, dicen sus primeras líneas.
Serpiente narra un triángulo amoroso en el que se tensan deseo, sexo y militancia política, con un lenguaje sugerente y sensual, donde se cruzan imágenes poéticas con el habla callejera y donde resuenan las lecturas del barroco latinoamericano.
El protagonista de la historia es Baltazar, un joven prostituto que deambula por los pasajes, cines y cafés del centro de Santiago. Los otros vértices son Carlos, un estudiante de clase alta que descubre la libertad y el desenfado del ambiente gay, pero que no es inmune a la polarización política: desemboca en Patria y Libertad. Y Pedro, un guerrillero al que la revolución socialista castiga por su homosexualidad.
Basada en documentación y entrevistas, la novela ofrece una convincente reconstrucción de época y, desde la ficción, ilumina un aspecto poco explorado de la narrativa local: el mundo gay en la Unidad Popular y, más aún, la incomodidad de la izquierda revolucionaria ante las disidencias sexuales.
Literariamente, Serpiente presenta una voz y una solidez narrativa poco habituales en primeras novelas. Se publica avalada por elogiosos comentarios. “Esta extraordinaria novela de Alfredo Andonie es la historia social y política de la homosexualidad en América Latina. Y viene a llenar el vacío dejado por Pedro Lemebel, Reinado Arenas o Luis Zapata”, escribió el poeta Sergio Parra. “Un debut literario electrizante”, comentó Pablo Simonetti.
Lector de Néstor Perlongher y Pedro Lemebel, de Mauricio Wacquez y José Donoso, Alfredo Andonie dice que le interesaba explorar el sexo como un espacio desprejuiciado y un territorio donde de se cruzan tensiones y contradicciones políticas.
—Quise mostrar personajes que encarnen nuestras contradicciones. El sexo arma y desarma al ser humano. Y el erotismo no se remite sólo a la cama: también está en las miradas, que tienen un papel importante en el libro. Como la política, que no se acota a la urna. Baltazar, el protagonista, por su trabajo sexual, toma decisiones políticas. Ocupo el terreno del sexo para comentar otros ámbitos, porque ahí se arman y desarman prejuicios. En la novela se dice que el deseo “equipara”, pone a todos bajo un mismo plano: es un lugar de encuentro social y político.
La sensibilidad homoerótica en el mundo de la izquierda es un tema incómodo. Pedro Lemebel lo planteó en su manifiesto Hablo por mi diferencia. ¿Fue su propósito iluminar ese tabú?
Sí. No quería estereotipos ni antagonizar en blanco y negro; quería humanizar. Aunque puede sonar raro, encontrarle la crueldad al amigo a veces humaniza. Al escribir sobre esa incomodidad en la izquierda, el objetivo era presentar algo al lector sin decirle qué pensar: que el lector decida. Quería criticar a ambos lados, porque la homofobia era real. Esta figura del obrero macho... Si uno mira periódicos de la época, la izquierda fue mucho más dura. Por ejemplo, respecto de esta marcha que ficcionalizo y que investigué entrevistando a personas que participaron y que me recibieron muy bien. Había una homofobia muy grande.
¿Qué encontró en esa investigación?
Algo que me sorprendió es que hoy tenemos muchos términos para referirse a disidencias y sexo, que es difícil trasladarlos sin crítica a los 70. En las entrevistas era difícil usar los mismos términos. En esa época había prejuicios, quizá mucho más que hoy, pero también, a falta de términos, existían libertades y más espacios.
Baltazar, el protagonista, circula por el centro, por los cines y los bares; es un chico de la calle. ¿Qué sabía de ese mundo en la UP?
Investigué. Me sirvieron novelas como El río, de Alfredo Gómez Morel, y los libros de Rivano. Lo difícil era reconstruir la vida cotidiana. Me ayudó mucho comprar revistas Paula de los 60: no sólo las publicidades —la moda, el ambiente—, también las cartas al lector, que respondía Isabel Allende. Había cartas de jóvenes diciendo “siento atracción por hombres, ¿qué hago?”. También revisé Ecran y otras revistas de sexualidad que se vendían en quioscos. Eso muestra una apertura distinta.
Uno de los personajes más conmovedores del libro es Pedro, el guerrillero, rechazado por su identidad sexual. Su historia recuerda la de Mario Melo.
Es el único personaje con un referente claro. No lo conocía, pero lo descubrí investigando. La primera vez que me topé con su nombre fue en un libro de Óscar Contardo; después busqué más. No hay mucho, pero me fascinó. Su historia conjugaba política, erotismo, sexo, amor: cuando esas fuerzas batallan en un mismo cuerpo de forma tan explícita y fuerte, la historia se vuelve muy clara.
Hay una frase de Carlos, el personaje de Patria y Libertad, que dice que los gays de izquierda “son unos imbéciles”, porque defienden la bandera de una revolución que no los quiere. ¿Cómo entiende la opción de Pedro?
Escribiendo a Carlos —portavoz de ese pensamiento— y a Pedro —del otro— puedo entender a ambos. Y eso habla también de mis contradicciones. La novela invita a aceptar las contradicciones y que puedan vivir dentro de uno. Creo que la novela, por mucho que transcurra en un contexto histórico álgido, muy batallante, de ideología, de la Historia con mayúscula, creo que es un comentario muy personal e íntimo, del individuo, que se revela obviamente en la interacción con otras personas. Pero apela a una contradicción más íntima. Por eso creo que dentro de un Carlos hay un Pedro, y viceversa.
¿Qué diferencias observó en la forma en que ambos extremos veían a la disidencia sexual?
La izquierda de esa época tenía al obrero macho como modelo y veía la homosexualidad como algo importado de EE.UU. o Europa, ligado a la burguesía. Por ejemplo, a Jorge Alessandri le decían “la señora”. Y en la derecha está la idea del hombre afeminado que va perdiendo su masculinidad. No digo que había aceptación, pero la dinámica era distinta.
¿Cómo trabajó el personaje de Baltazar, el protagonista?
Al principio me metí en su historia anterior, que hacia el final se toca un poco. Yo mismo lo estaba protegiendo demasiado: era un personaje que siempre está bien, no sufre, no tiene fractura. La introducción de Pedro vino a romper a mi personaje y, de alguna forma, a mí como escritor. Me dio pena, pero había que humanizarlo. La novela iba camino a que Baltazar fuera un medio para mostrar lo que ocurría; con Pedro pude entrar en él: hacerlo interactuar para verlo romperse un poco.
¿Cómo conjugó la tensión entre ser fiel a la historia con la ficción?
Creo que lo que me ayudó mucho para sostener un equilibrio entre lo que es ficción y lo que es realidad fue este lenguaje que es como una magma, que es como muy móvil. Si yo hubiese utilizado un lenguaje más naturalista, me hubiese generado imágenes mucho más rígidas. Este otro tipo de lenguaje, que tiene este ritmo poco convencional, me permitía abrir puertas y cerrarlas de manera de generar una representación más dinámica, más dramática incluso. A veces digo que esta novela es como una teleserie poetizada nomás.
Deuda literaria
Hijo del empresario Alfredo Andonie, exdueño de Laboratorios Chile y fallecido en 1999, el autor cuenta que uno de los primeros libros que lo impactó fue Trópico de Cáncer, de Henry Miller, que leyó muy joven. “Me lo pasó mi mamá. Me sorprendió darme cuenta de que la literatura podía ir a lugares insospechados. Mi mamá no creía en libros o películas ‘para adultos y para niños’”, dice.
—Siempre me he sentido muy acompañado por la literatura. Me ha ayudado mucho a tomar decisiones importantes en mi vida. Siempre me he sentido en deuda un poco con la literatura y creo que Serpiente es una forma de retribuir.
La novela habla de sexo de una manera explícita y gozosa. ¿Cómo trabajó este aspecto?
Creo que se aprende mucho de uno frente a otras personas que funcionan como espejo, y creo que en el ámbito sexual ese espejo se vuelve más nítido de alguna forma. Entonces fue una decisión muy consciente querer representar el sexo de forma muy explícita. Yo quería dilatar el proceso, el movimiento, de comienzo a fin. El riesgo era caer en la cursilería. Por eso, cuando entra el sexo en la novela, el lenguaje se vuelve más serpenteante y elusivo para, paradójicamente, entrar con más detalle sin caer en lo cursi.
En el cuerpo de la literatura chilena no es tan común. ¿Somos pacatos?
No sólo en Chile. A mí me molestaba que en muchos libros, justo en la escena sexual, “se acostaron. Punto”. Yo no quería eso. En Serpiente hay encuentros vivos. Y aunque hay dolor, también hay liberación. Baltazar nunca se lamenta de su profesión. Para Carlos, homosexual y de cierto sector social, su gran problema es Baltazar, no “ser homosexual”. Me interesaban las relaciones en torno a eso: la política y la homosexualidad como marcos que aceleran relaciones íntimas, no como fines.
Si bien la dimensión íntima domina la narración, la novela también retrata nuestra historia y la gran factura de 1973.
No quería pasar por alto la tragedia. Hoy hay ciertas atrocidades se relativizan; hacerse el tonto tampoco es el punto. Si la literatura es política, pretender que no lo es también es una opción política y que no avalo.
Hay un momento duro en la novela, ligado a las violaciones a los derechos humanos de la disidencia sexual en Cuba. ¿Por qué le interesó tocarlo?
Lo mismo: no hacerse el tonto. Si Baltazar no puede criticar la postura de Carlos ni Pedro la de Baltazar, sí aparece que fue algo terrible. Fue muy duro específicamente porque desde la disidencia apoyaban mucho cierta ideología. La política genera contradicciones; sexo y política exacerban las contradicciones humanas, por eso me interesaba meterme ahí.
Es un tema muy poco abordado. ¿Cómo se explicas ese silencio? ¿Ha visto una autocrítica en la izquierda por este tema?
Fue algo con lo que lidié como escritor: retraerme y volver a entrar a mi propia ignorancia, prejuicios, ideología; desnudarlos. Me costó, porque hay poca información. Respecto de la autocrítica en la izquierda, depende del sector; no estoy seguro de que se haya hecho de forma explícita. Con tan poca información es difícil. Además, las mutaciones políticas han sido veloces: de la Concertación al Frente Amplio. Es raro hablar de una sola izquierda de ayer y hoy. Entre la falta de visibilidad y los cambios tan rápidos, cuesta pedir perdón sin que algo te lo ponga en la cara. Pero al menos hay que hablar del tema. Creo, incluso, que la crueldad humaniza: admitir errores genera vínculos distintos.
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