Culto

Cuatro aspectos en los que Ozzy Osbourne revolucionó la cultura popular y que se mantienen hasta hoy

El fallecido artista dejó su huella en universos que se han extendido por décadas, tan distantes como el heavy metal y la TV. También enseñó a no claudicar cuando la música dicta la dirección contraria.

Cuatro aspectos en los que Ozzy Osbourne revolucionó la cultura popular y que se mantienen hasta hoy

*Ejército de negro

Hay artistas que conciben géneros completos, sonidos que marcan una era o formas de interpretar en un escenario. Hay otros que abarcan todo eso y van mucho más allá de la música: crean estilos de vida y maneras de pensar.

Ozzy Osbourne cabe en esa categoría. El fallecido cantante inventó y propulsó junto a Black Sabbath una de las culturas juveniles definitivas del siglo XX, el heavy metal, con sus principios distintivos e infranqueables de estética, música, lenguaje, formas y líneas de pensamiento que no sólo se remiten a las guitarras. Pocos artistas pueden jactarse de haber diseñado una manera de encarar el mundo que ha representado a millones y millones de jóvenes en las más diversas latitudes y generaciones hasta hoy. Quizás el punk es la única rebelión que puede igualarse.

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Antes de la irrupción de Ozzy Osbourne al frente de Black Sabbath en 1970, la música popular y el rock enfocaban su radar en la sexualidad, el amor y las experiencias lisérgicas, bajo el patrón de las instituciones más populares del decenio anterior, como The Beatles, The Rolling Stones o The Doors. Había escaso espacio para el existencialismo más brutal y las miradas menos afables de la realidad (The Who había deslizado algunas pinceladas).

Esa óptica aparte la reveló Black Sabbath. Hijos de la clase obrera inglesa, crecidos bajo profundas carencias materiales, sin más norte que trabajar en una fábrica y habiendo sufrido inclusos abusos sexuales de parte de compañeros de colegio -el propio Ozzy lo reveló en su adultez-, el recién nacido cuarteto necesitaba escribir acerca del costado más moribundo y vunerable de la realidad, aquel que golpeaba en sus narices.

Ya se habían acabado las flores, ahora venía el tiempo del horror: las guerras, los excesos narcóticos, el desempleo, la orfandad generalizada, la violencia y las crisis propias de esos años sobrevolaron un decálogo que ha marcado al rock duro hasta nuestros días. Sólo bastaba con mirar a su alrededor para encarnar el pesar de miles.

*Todo en contra y el valor de lo irrepetible

Ozzy Osbourne es una de esas figuras de la cultura popular que siempre escaló a contracorriente, friccionado con la adversidad. No sólo en términos personales por sus dramáticos orígenes, sino que también en términos artísticos. Es, en rigor, uno de los grandes ejemplos de cómo doblegar la escena musical cuando parece ir en la dirección contraria, un ejercicio que cruza hasta el rock alternativo.

Ozzy Osbourne of Black Sabbath performs on stage at Hammersmith Odeon, London, January 1976. (Photo by Erica Echenberg/Redferns) Erica Echenberg

Hacia 1970, en los albores de Black Sabbath, la prensa británica parecía empecinada en encontrar a otro tipo de conjunto, básicamente a los sucesores de The Beatles, separados esa misma temporada. En la pesquisa, enarbolaron al grupo T. Rex -de vibra glam, sonido efervescente y encabezados por un vocalista de cabello ensortijado y belleza fotogénica como Marc Bolan- como la agrupación destinada a ocupar esa vacante y situarse en las grandes avenidas del pop de la isla. Hasta contaron con el beneplácito de Ringo Starr, un ex Beatle, la banda a la que pretendían reemplazar, maravillado por la histeria que generaban y por sus composiciones sugerentes.

Ahí no había espacio para músicos que apelaban al feísmo y el ocultismo como Black Sabbath. La crítica en general se mostró indiferente y fría con sus primeros álbumes. Sólo se convencieron cuando comenzaron a rendir a nivel comercial y a arrojar buenos resultados en los rankings de ventas. Y, sobre todo, cuando era incuestionable la capacidad que exhibían de representar a millones en circunstancias parecidas.

Cuando Ozzy fue expulsado del grupo en 1979, con sus compañeros hastiados de sus excesos y su mal comportamiento, el asunto también parecía un callejón sin salida. El heavy metal encaraba los años 80 como un paria dentro de una escena que se hacía cada vez más pop, sintética y edulcorada, y Ozzy Osbourne era la personificación de una era pretérita y casi obsoleta, los años 70 que los nuevos y elegantes peinados estaban dispuestos a desterrar.

Sin embargo, otra vez, pudo zafar del naufragio. Se rodeó de excelentes músicos (como el guitarrista Randy Rhoads) y no se olvidó que él seguía siendo Ozzy. O sea, su magnetismo era único e irrepetible. No había otro igual.

Su debut, Blizzard of Ozz (1980), fue un mazazo que por lo demás coincidió con el resurgir del heavy metal como sonido y cultura en gran parte del planeta, gracias al advenimiento de estelares como Iron Maiden, Saxon, Motörhead y, más posteriormente, el thrash devenido en Metallica o Slayer. La segunda vida de Ozzy también estimuló a sus crías más aventajadas.

En contraparte, Black Sabbath nunca más fue el mismo. Aunque en 1979 ingresó un cantante mejor dotado desde lo técnico y interpretativo como Ronnie James Dio -y el grupo siguió siendo exitoso en lo comercial-, el impacto de la banda fue mucho menor. Incluso en 1983 sumaron a una institución del hard rock, como Ian Gillan de Deep Purple -a quien nunca le gustó mucho Sabbath-, pero nuevamente el eco fue escaso y la crítica los destrozó. Lo que pretendía ser un supergrupo, se extendió por el bochorno de apenas un disco.

Ozzy quizás no era el mejor en su género. Pero su mística lo hacía absolutamente superior al resto.

En 1995, cuando los organizadores de Lollapalooza no quisieron tenerlo en su lineup, se enojó y formó su propio evento, el Ozzfest, capaz de itinerar por Europa y Estados Unidos, y reivindicar el metal en tiempos modernos.

Fue en parte idea de su esposa desde 1982, Sharon Osbourne, la mujer que también lo ayudó a encaminar su trayectoria en solitario en esa década. Por lo mismo, gracias al auxilio incondicional de Sharon, el cantante demostró que no basta con épica y talento para sobrevivir; también se necesita un sustrato operativo y empresarial que es el que finalmente guía el arte hacia espacios más masivos y concretos.

*El templo de la locura

También guiado por Sharon, Ozzy en los 80 comenzó a explotar un personaje. Sabía su potencial y no le incomodó diseñar una figura pública singular, controversial y atrevida.

Aunque no era el primero en ejecutar barrabasadas sangrientas y monstruosas -Alice Cooper también estuvo ahí-, sí fue uno de los que convirtió las polémicas al límite de lo correcto en anzuelos mediáticos para edificar su leyenda. En el prontuario, sobresalen mordiscos a palomas vivas en una conferencia con su sello discográfico o el ya legendario arremetida contra un murciélago que dejó descabezado en Iowa en los años 80.

Ozzy Osbourne y una noche de locura: cuando devoró un murciélago en escenario

O sea, el shock ocupado como pequeño arte y gran mercancía. Pocos artistas lo entendieron mejor tanto antes como después. De Marilyn Manson a Lady Gaga, la estela de seguidores es abundante, como discípulos que comprendieron que era necesario remecer lo que se ofrecía bajo los focos.

Alguna vez el propio Ozzy viajó a sus inicios para explicarlo: si el público en los años 60 pagaba un boleto por entrar en pánico con películas de terror, o se entretenía bajo la densidad de los escritos de J. R. R. Tolkien, H. P. Lovecraft y Dennis Wheatley, ¿por qué no podía suceder lo mismo con la música? Osbourne dictó e inmortalizó el manual perfecto.

*¿Televisión basura?

El periódico The New York Times, en el inicio de su obituario dedicado al cantante británico, establece que se movió por dos de las expresiones que se alzan como las más significativas de la cultura popular en las últimas décadas. Y que parecen situarse en las antípodas: el heavy metal y los reality shows. Uno descarnado, con ropaje marginal y sentido de trascendencia; el otro de alcance multitudinario y acento plástico, voyerista y efímero.

Cuando ya no quedaba nada que perder, Ozzy se reinventó en una figura domesticada y familiar, a la vista de todos, que calzaba bata, pantuflas, y cocinaba huevos por la mañana. Demostró que los grandes astros podían descascararse en una faceta más real, con una cámara sumergida hasta en sus pecados más cotidianos.

No es desmesurado suponer que la cultura del reality show, presente para bien y para mal hasta nuestros días -igual que el heavy metal-, despegó con The Osbournes. Por lo demás, es el espacio más visto en la historia de MTV. Antes de Gene Simmons: Family jewels, Keeping up the with the Kardashians y otros tantos programas de telerrealidad sobre figuras prominentes en la cultura popular, estuvo Ozzy y su familia.

Y con un toque cómico, el mismo que también cruzó su mundo musical en Black Sabbath y como hombre en solitario.

¿Quién más puede declarar haber revolucionado dos universos tan opuestos como el heavy metal y los reality shows, las guitarras tenebrosas y la TV masiva? Sólo una leyenda.

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