LT Domingo

Columna de Ascanio Cavallo: ¿Qué clase de lucha es esta?

Dice Sócrates a Eutifrón: “¿Pues qué tipo de desacuerdo suscita el odio o la ira, si llegáramos a disputar sin tener una regla fija a que pudiéramos recurrir? (…). Reflexiona un poco y mira si por casualidad estas cosas son lo justo y lo injusto, lo honesto y lo deshonesto, el bien y el mal. Porque ¿no son éstas las que por falta de una regla suficiente para ponernos de acuerdo en nuestras diferencias, nos arrojan a deplorables enemistades?”.

La vieja reflexión socrática parece una definición de las elecciones del próximo domingo: un abismo de diferencias acerca de qué es lo justo y lo injusto, el galope del “odio o la ira”, una “deplorable enemistad” respecto del futuro de Chile. Gabriel Boric y José Antonio Kast son irreconciliables en sus visiones políticas, hasta el punto de que entre sus partidarios se producen miedo recíproco. “El miedo es siempre compañero de la vergüenza”, dice Sócrates en el mismo texto. Parece ser que una mayoría del electorado votará para conjurar ese miedo, votará contra el otro, más que por el uno. Votará con una secreta vergüenza, y quizás, alguna esperanza.

Lo que se ha visto en los últimos días es un esfuerzo denodado por acopiar apoyos, cartas, declaraciones, firmas, de personas y grupos que no son parte de las coaliciones que llevaron a estos candidatos al balotaje, incluso algunas que ni siquiera son parte de Chile. ¿Cómo funcionará esto cuando uno de los dos llegue al gobierno?

En el caso de Boric, no hay signos de que la coalición básica, FA-PC, vaya a ampliarse, excepto quizás por jirones del PS que puedan integrarse a su gobierno. No hay una razón política para que los dos socios mayoritarios quieran abrir la coalición a otros y, al contrario, enfrentan la amenaza de ceder las hegemonías que hoy tienen. Lo probable es que la DC se instale en una oposición blanda, el PPD y el PR queden al aguaite y el PS, al borde de alguna división. Esto no es una profecía: solamente lo que la dinámica indica y lo que los mentideros políticos murmuran. Puede no suceder, pero es lo probable.

Sin embargo, el problema de la hegemonía no está completamente resuelto en la coalición, como dejó entrever la advertencia del PC acerca de la intangibilidad del programa. El FA cumplió su tarea de desplazar a la centroizquierda, pero no hay indicio de que quiera seguir los criterios comunistas -a los que derrotó- en las grandes definiciones sobre derechos civiles, libertades públicas, conducción de la economía y política exterior. Las “coincidencias” tienen fronteras bastante visibles, aunque no sea tan visible la fuerza para defenderlas.

Kast se encuentra con una situación ligeramente más fácil: aunque llega al final del camino como un outsider de la derecha, será la coalición tradicional -y especialmente la UDI, su alma mater- la que necesariamente vista a su gobierno: allí están los cuadros políticos, técnicos y profesionales que conocen el Estado, que llevan ventaja en medir, ponderar y evitar las equivocaciones.

Pero tampoco en este caso está definida la hegemonía, dado que el novato Partido Republicano puede entrar en una disyuntiva fundamental: o aprovecha la figura de Kast para expandirse como la nueva fuerza dominante, representación de una derecha endurecida, con el riesgo de que siempre aparezca un Johannes Kaiser para convertirlo en una restauración de caricatura, o se funde en el caudal de la derecha histórica, después de haber cumplido con su misión de corregir el rumbo que estaba siguiendo detrás de Piñera, después de volver a los viejos principios de la ley y el orden sin cederlos al centrismo.

Boric o Kast tendrán que enfrentar a un Parlamento partido en dos mitades, como el resto del país. Esto obliga a ambos a negociar mucho más allá de los límites que están en sus imaginarios actuales. Ya no son los quórums supramayoritarios: incluso, las mayorías más modestas supondrán construir acuerdos laboriosos. El gobierno de Piñera presenció, con impotencia, el paroxismo de un Congreso empeñado en paralizar, y hasta destituir, al Ejecutivo. Repetir esa experiencia es anticipar el fracaso del próximo gobierno.

Y, además, Boric o Kast tendrán que observar a una Convención Constitucional donde, a priori, prevalece la simpatía por el primero, pero que acaba de ser alertada por el resultado parlamentario. El vínculo orgánico de la Convención no es la Presidencia, sino el Congreso (y en especial el Senado), y esas instituciones tendrían que ajustar entre sí sus diferencias. Podría ser trágico de que el mundo Boric tratara de usar la Convención contra el Senado o que el mundo de Kast intentara usar al Senado contra la Convención. En los dos casos el proyecto constitucional quedaría dañado para siempre.

Otra esfera problemática -poco atendida- es la de los gobernadores regionales. El nuevo gobierno se tendrá que entender con territorios mayoritariamente controlados por la centroizquierda, que ha sobrevivido allí con sólo tres excepciones, una de la derecha y dos del FA. Las elecciones de noviembre mostraron una nueva geografía, fracturada entre Santiago y las regiones, las ciudades y el mundo rural, el norte y el sur. Si esto es el síntoma de una energía descentralizadora, nacida del hartazgo con la voracidad santiaguina, los gobernadores tendrían que ser su pistón ante quien ocupe La Moneda.

Apenas asumidos, Boric o Kast tendrán que tratar de despejar el miedo y la vergüenza y empezar a trabajar sobre el abismo que en estos meses ha quebrado al país con una “deplorable enemistad”. ¿Qué tipo de lucha es esta? ¿De clases, generacional, territorial, cultural? Probablemente, de todas ellas y alguna más. Es uno de esos momentos de completa inestabilidad, donde todas las estructuras se mueven y nada es lo que parece. Las generaciones nuevas podrán disfrutar gozosamente ese vértigo, pero no podrán vivir así. La tarea de suavizar el balanceo es propia de líderes raros, escasos, quizás excepcionales.

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