
Columna de Héctor Soto: ¿El legado?
La llegada al país del primer despacho de vacunas Pfizer marca un hito importante en el desempeño del gobierno en esta pandemia. No es poca cosa saber que Chile está entre los países que han iniciado primero sus programas de vacunación. Es, incluso, el único que está en ese grupo sin ser una nación desarrollada. Esto no ocurre porque sí, sino porque La Moneda viene trabajando desde hace meses en las compras y en la logística, en los contratos y resguardos con distintos laboratorios para tener acceso anticipado a las vacunas.
Se dirá que el gobierno con su deber no más cumple. Y no puede ser más cierto. Pero esto no impide reconocer la diligencia y responsabilidad con que, sobre todo, el Presidente ha manejado el tema. Es muy impresionante el compromiso personal con que lo asumió. Chile está muy lejos de ser la mejor experiencia en términos de gestión de la pandemia, entre otras cosas porque estamos entre las naciones que más casos han presentado y tenemos tasas de mortalidad que son altas. Sin embargo, más allá de estas dos variables, en general las cosas se han hecho bien. Muy bien, antes, en los tiempos del ministro Mañalich, en todo lo que significó preparar la capacidad del sistema de salud para responder a la crisis, y muy bien ahora, otra vez, al momento de asegurar las primeras vacunas que salieron al mercado.
¿Termina todo aquí? Desde luego que no. Esta es una carrera larga y sabemos poco en qué va a terminar. Los que un día se jactaron de tener cifras mejores que las nuestras ahora están mucho más complicados que nosotros. Las estrategias que un día parecieron exitosas, a corto andar mostraron debilidades. En general, como lo recordaba hace poco un artículo publicado en Letras Libres, Occidente lo ha hecho mucho peor que las naciones orientales para contener el virus, y no deja de ser revelador que la situación sea más desastrosa precisamente en los países que estaban en principio mejor preparados para reaccionar ante una crisis sanitaria así: Estados Unidos, el Reino Unido, la mayor parte de los países europeos. Hasta la joya de la corona, Alemania, está con números rojos. Podría haber una cuota de indisciplina asociada al individualismo occidental que ha jugado muy en contra en esta pasada. A este lado del mundo, en cualquier caso, el principio de autoridad venía botando aceite, por así decirlo, desde hace décadas. Como los orientales vienen de una matriz colectivista, esa circunstancia en este caso se tradujo, después de semanas de reclusión estricta y de cabal observancia de las medidas sanitarias, en cifras tranquilizadoras. No solo contuvieron, sino que erradicaron el virus. Oriente podría haber dado vuelta la hoja.
Para qué insistir en la pertinacia nacional con que se siguen violando los protocolos. Fue cosa de darles una mirada a los malls en los días previos a la Navidad. En Chile, la autoridad pública ya estaba muy erosionada cuando la pandemia partió, de suerte que la inconciencia ha sido el doble. La gente no se cuida, anda buscando la paja en el ojo ajeno y -eso sí- hace fiesta cada vez que sorprenden al Presidente sin mascarilla. Estamos en la república de la pequeñez. Por lo mismo, es muy difícil que la ciudadanía llegue a procesar el desempeño de La Moneda en este plano con alguna objetividad. En casi todos los países del mundo, incluso en aquellos que lo han hecho probadamente mal, como es el caso de España, los gobiernos se han fortalecido a raíz de la emergencia sanitaria. Acá ha ocurrido al revés y, al menos desde que existen mediciones, probablemente nunca los niveles de respaldo ciudadano al Presidente fueron tan bajos. Es obvio que no es el desempeño específico en materia de Covid lo que se le está cobrando. Es otra cosa y no está para nada claro qué es lo que es. Si la mala lectura que tuvo el Presidente del llamado estallido, si su poca conexión emocional con las protestas, si su protagonismo ansioso, si la incapacidad que demostró el gobierno para controlar el orden público durante varios meses, si la falta de coherencia que tuvo para rechazar una demanda un día y terminar no solo aceptándola sino auspiciándola una semana después. Son muchas falencias juntas. No es fácil separar quirúrgicamente los efectos de unas y otras. Quizás sea cierto, por la falta de densidad política de su mirada, que Piñera era el Presidente menos indicado para lidiar con los alcances de la revuelta de octubre del año pasado. Pero todavía podría llegar a ser el mandatario mejor preparado, en términos de rigor, perseverancia y competencias personales, para responder a los desafíos de la pandemia. Si algo va a quedar de todo esto, todavía es posible que con el tiempo el gran legado de Piñera sea precisamente éste.
Es un hecho, sin embargo, que aún no es el momento de la raya para la suma. El cuadro todavía sigue siendo muy preocupante y el gobierno está solo. Será un verano tenso.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
3.
4.