LT Domingo

Columna de Héctor Soto: La cosecha opositora

DEDVI MISSENE

Si algo está claro a 10 meses del llamado estallido social de octubre es que el gobierno nunca pudo recomponerse, a pesar de las oportunidades que le planteó la pandemia. En general, estas le pasaron por el lado. En algún momento pareció capitalizar la emergencia con algunos puntos en las encuestas, pero con el paso de los días el escenario volvió a ser muy parecido al de marzo.

En los últimos meses la oposición ha tenido varias victorias. La primera la consiguió la noche del 15 de noviembre en el Acuerdo por la Paz y la Constitución. La segunda correspondió a la acusación constitucional contra el exministro Andrés Chadwick, en diciembre del año pasado, poco después de que el Presidente de la República se salvó por apenas seis votos de ser destituido por la Cámara de Diputados. La tercera victoria tuvo lugar cuando, luego de largos tiras y aflojas respecto de las verdaderas cifras del Covid-19, la oposición consiguió la remoción del ministro Jaime Mañalich. La cuarta correspondió al acuerdo de los 12 mil millones de dólares para enfrentar la pandemia y la recuperación económica, que las autoridades firmaron de buena fe, sin calcular que a los pocos días la oposición iba a sobrepasar ese marco de disciplina fiscal por la vía del resquicio de las reformas constitucionales. Y la quinta fue precisamente la reforma del retiro del 10% de las cuentas individuales, que dejó al gobierno no solo aislado de la mayoría ciudadana, sino también con su coalición fracturada y la tarea de armar un nuevo gabinete. Entremedio hubo otros triunfos menores -el rechazo al veto presidencial a la ley que impide los cortes de suministros por cuentas impagas, el fracaso de la nominación del juez Mera a la Corte Suprema- y ahora la oposición se prepara en el Senado para doblarle la mano al gobierno respecto de las reformas de las pensiones.

Desde el espectro opositor, las cosas no pueden haber salido mejor. Al menos, vistas desde fuera. Una mirada más detenida, sin embargo, tendría que reconocer que esta es una oposición con muchas victorias, pero, también, con notorios vacíos y fragilidades. Aunque el más sustantivo sea no tener un proyecto político común, el más dramático es que, estando el gobierno prácticamente en el suelo, la ciudadanía juzgue el trabajo opositor aun peor que al gobierno. De hecho, fracasaron todos los esfuerzos que hicieron los parlamentarios de los partidos de la antigua centroizquierda, y también los de la nueva izquierda y el PC, por prenderse como propias las medallas del descontento de octubre pasado. A pesar de las bravatas, de los puños en alto, de los homenajes a la primera línea y de los besamanos para congraciarse con la calle, la verdad es que no lograron mejorar ni un solo punto de rating. Están donde mismo los sorprendió el estallido: apelando a la retórica de una unidad que se les escurre entre las manos, reivindicando derechos sociales que crecen en proporción geométrica y pidiendo un cambio constitucional impostergable, no obstante que ni siquiera han sido capaces de constituir un comando conjunto para la opción plebiscitaria del “apruebo”.

Sin embargo, hay un claro ganador a este lado de la cancha. Es el precandidato presidencial del PC, que las encuestas muestran encumbrado muy por encima de cualquier otro liderazgo opositor. Su irrupción en las últimas semanas ha encendido alarmas en el sector, particularmente en eso que antes se llamaba la centroizquierda y que no ha sido capaz de mostrar ni una cara fresca ni tampoco de investir a un solo político realmente renovado para entrar al ruedo del liderazgo del bloque. Izkia Siches, la dirigenta del Colegio Médico, es cierto, fue vista en algún momento como promesa, en especial en los días del ministro Mañalich. Ahora se ha desdibujado. Una promesa, en cualquier caso, es algo bastante menos que una precandidata, y mientras tanto el alcalde de Recoleta corre con ventaja. ¿Dónde estábamos nosotros -se preguntan ahora muchos- que jamás nos avisaron y nunca supimos dónde era la fiesta? En esto, el PC nunca se perdió.

Con una oposición que no está cosechando nada muy distinto de lo que ha sembrado y que cada vez que pudo osciló, respecto del violentismo encapuchado, entre la indulgencia y la complicidad, Chile ahora se prepara para un plebiscito el 25 de octubre, que decidirá entre la continuidad del actual sistema político, cuyas fortalezas y debilidades están a la vista, o la construcción de uno nuevo, del cual todavía nada se sabe. Las dos opciones tienen sus ventajas, sus riesgos y su propia legitimidad. El gran problema es que hay varios grupos políticos que creen más en la fuerza que en las vías institucionales y eso explica que hoy no haya discusión política que no se desarrolle bajo la sombra torva de la amenaza. Amenaza física o moral, real o virtual.

Es de suponer, cualquiera sea el resultado del plebiscito, que no es esa la democracia que el país quiere.

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