Columna de Paula Escobar Chavarría: “El día uno”



Mientras lee esta columna, los y las convencionales constituyentes estarán a punto de instalarse en su histórica misión, o quizás ya lo habrán hecho. Mientras escribo, por cierto, no puedo saber si la ceremonia transcurrirá o no acorde a las expectativas de simbolismo y solemnidad, de gestos históricos y republicanos que inicien de una vez el proceso de sanación de nuestro país a través de un nuevo pacto social. Pero sí sé que esas 155 personas asumirán hoy una tarea que muy probablemente sea la más importante de su vida pública y cuyo impacto en la vida colectiva de todos y todas es difícil de exagerar.

Es una convención que, al ser paritaria, con representación de los pueblos originarios, con mayoría de independientes y muy diversa, que ya ha logrado uno de sus primeros objetivos: que fuera un grupo humano legitimado y más representativo de la sociedad completa, y en el cual voces antes excluidas o silenciadas tuvieran su lugar en igualdad de importancia y dignidad.

Tras la ceremonia de hoy empieza el trabajo de verdad. Como dijo el constitucionalista Wim Voermans la semana pasada en La Tercera, al mirar la radiografía de los y las electas, sin que ningún grupo o lista tenga mayoría, la tónica requerida para llegar a resultados en los meses que vienen deberá necesariamente pasar por el diálogo, la búsqueda de acuerdos, y no las meras agendas personales de cada cual. Es legítimo, por cierto, impulsar las causas que a cada cual lo motivaron a ser constituyente. Hay grandes temas que desde ya desatan fuerte adhesión, como es el respeto al medioambiente, la igualdad de género, el reconocimiento de los derechos sociales, el respeto a los derechos humanos, la plurinacionalidad, entre otros. Pero para llevar a cabo su misión de lograr un conjunto de artículos aprobados por 2 ⁄ 3 es necesario pararse frente a la convención más allá de las agendas propias e incorporar la mirada general también.

Hay un fuerte simbolismo en que hayan resultado electos grupos que representan identidades excluidas, desaventajadas, incluso maltratadas, y que hagan visibles sus reivindicaciones y testimonios de vida. Pero para crear un nuevo pacto social común, durable y estable, es importante que vean a la sociedad en su conjunto, para hacer un pacto en que se garantice el respeto y la dignidad sea donde sea que se nazca. Recordando al gran filósofo John Rawls, pensando la sociedad desde un “velo de ignorancia” o posición original, que haga abstracción del lugar que uno ocupará en la sociedad.

Muchas veces en Chile ha prevalecido lo opuesto: la defensa de intereses individuales (el propio éxito) sin ver el impacto de aquello en el bien común y en la democracia misma. Es el llamado velo de la “opulencia”, al decir de Benjamin Hale: mirar la sociedad desde el punto de vista de quienes tienen privilegios y logros propios que no quieren perder ni compartir. Esa es la mentalidad que lleva a desconocer la deuda y la responsabilidad que cada éxito individual tiene respecto de la sociedad que lo habilitó o impulsó, y para con los demás miembros de esa sociedad, como Michael Sandel ha escrito con tanta claridad en La tiranía del mérito. Y no se trata de “devolver” a la sociedad a través de la caridad o la filantropía, sino a través de una institucionalidad que provea pisos comunes básicos y dignos para todos.

Es probable que el proceso constitucional sea más desordenado y ruidoso de lo que se hubiera deseado. Más conflictivo, incluso. Pero es importante entender, tal como decía el constitucionalista Voermans, que los procesos constitucionales son así: no hay la posibilidad de sacar adelante una tarea tan compleja sin tensiones o sin discusión. La misma Constitución de Sudáfrica, una que se mira con admiración por el mundo entero, no estuvo exenta de aquello. Un pacto social después de la atrocidad del apartheid (se acaban de cumplir 30 años de su abolición), hacía muy difícil llegar a acuerdos, negociar, dialogar. Pero, a pesar de todo, Nelson Mandela firmó esa nueva Constitución.

Es cierto que la nueva Constitución nace de mucha rabia, ira, indignación, pero su meta es proveer mayor justicia social, lo que no es igual a los deseos de revancha. Como dice la filósofa Martha Nussbaum, la mayor parte de la ira es retributiva, buscando “venganza” por el daño. “Eso, sostengo, siempre es perjudicial, crea más miseria y no resuelve ningún problema real. Pero el tipo que yo llamo “ira de transición”, una indignación sin deseo retributivo, es muy valiosa”.

Los y las 155 deben intentar esa transición de la rabia hacia la justicia social, el fortalecimiento democrático y la integración, a través del diálogo y los acuerdos.

Tienen simbólicos nueve meses para ello (renovables por otros tres).

Mientras escribo estas líneas, no sé cómo será el día uno de la convención, pero sé que nuestro futuro está en sus manos.

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