Columna de Paula Escobar: Civilizar el conflicto

18 de Octubre de 2021 /SANTIAGO Manifestantes se enfrentan a carabineros durante la conmemoración del segundo aniversario del estallido social. FOTO: EQUIPO AGENCIAUNO


No solo fueron las llamas en el cerro Santa Lucía, paraderos de micros, postes de luz en el suelo, sino los saqueos a vista y paciencia. Desde lavadoras hasta una caja fuerte. ¿Cómo alguien puede robar una lavadora y que nadie lo ataje? Así no más; la fuerza policial parecía ausente. El lunes todo partió como una marcha pacífica, pero hacia el final, como en un salto en el tiempo, el libreto se comenzó a repetir. El saldo del aniversario del segundo estallido: 450 detenidos (de los cuales solo 14% quedó en prisión preventiva), 35 saqueos, 12 atentados incendiarios y 13 ataques a cuarteles policiales. Más grave aún, dos personas murieron.

Ese mismo lunes 18, pocas horas antes -y a pocas cuadras-, la presidenta Elisa Loncón daba inicio al debate de normas constitucionales. Con solemnidad dijo: “Qué honor y qué responsabilidad tenemos en nuestras manos... Es un imperativo que estemos a la altura de los tiempos, debemos trabajar arduamente para intentar sanar las cicatrices de Chile, hagamos este trabajo desde la razón, pero también conmovámonos y trabajemos desde la ternura y desde el pensar”. La Convención, que es la salida institucional para la grave crisis social del estallido de hace dos años, ya está en pie y funcionando. Una nueva institución electa democráticamente ya está en pie para acordar un nuevo pacto social duradero.

¿Por qué, entonces, la vuelta a la violencia? Aunque haya sido de distinta magnitud y escala, volver a ver los fuegos ardiendo produce desazón e impotencia. La frustración de contemplar que ese 18/O no se conmemoró en paz puede dar paso a una parálisis muy peligrosa, de quedarse sin respuestas y dudar del camino recorrido. E introduce tensión en el proceso actual, pues quienes votaron Rechazo antes -y trabajan porque gane en el plebiscito de salida- argumentan que la Convención finalmente no ha logrado contener la violencia y encauzarla.

Pero el punto es ¿quién es capaz de contener a aquellos que queman, roban, saquean y destruyen? Todo indica que quienes vandalizan la ciudad pertenecen a distintos grupos. Algunos se asemejan a las barras bravas; otros podrán ser grupos anárquicos a los que la nueva Constitución no les interesa nada. También hay jóvenes fuera del sistema, provenientes de márgenes donde el Estado no llega. Y están los delincuentes, por cierto. Entre quienes robaron la caja fuerte revela que hay delincuentes reincidentes. Treinta detenciones por robo con intimidación, robo de vehículo y porte de arma de fuego presenta el imputado con más aprehensiones. No son luchadores sociales desesperados ni menos personas que quieren que Chile tenga una nueva etapa de mayor equidad, o que recupere la cohesión social. Se trata de delincuentes que se aprovechan del contexto propicio para hacer lo que a simple luz del día les cuesta más hacer (y que tampoco les cuesta tanto si vemos el aumento de los delitos en Chile y del índice de victimización).

Aquellos que saquean y rompen no están en el mismo bote de quienes fueron a votar Apruebo hace un año y apoyaron el acuerdo del 15 de noviembre de 2019. Mal se le podrá pedir a la Convención que los controle en su actuar. Tampoco se puede culpar a los candidatos Boric y Provoste de los destrozos, como hizo un subsecretario de gobierno, que es el responsable de controlar el orden público. Pero sí se les puede pedir a la Convención y a las candidaturas presidenciales acordar consensos básicos de lo aceptable en el Chile de hoy. Sin polarizaciones ni juegos de suma cero, adherir a lo esencial, como es una definición de qué medios son legítimos para los fines deseados en materia de equidad y justicia social. La violencia no es un método legítimo de lucha social en una democracia. Es una pulsión tanática que transforma todo intento en cenizas. En nuestra sociedad la rabia se desbordó el 18/O, pero el 15 de noviembre se acordó un camino fuera del fuego, mirando hacia el futuro. Como dice el profesor sudafricano Heinz Klug -quien fuera parte de la redacción de la nueva Constitución que dio fin al apartheid-, las Constituciones son modos de civilizar la violencia y el conflicto. Para que palabras y leyes reemplacen la violencia. Toma tiempo, no es automático. Pero no hay más camino que seguir civilizando este conflicto de modo de ir aislando -en las palabras y en los hechos- a quienes no quieren ningún nuevo pacto social, pues no creen en la posibilidad de ese pacto y están en la lógica de la destrucción. Y que, además, alimentan con sus fuegos a la ultraderecha.

Entre los que no quisieron -ni quieren- cambiar nada y los que quieren arrasar con todo hay una gran mayoría que quiere transformaciones de fondo, pero en paz. El 80% que hace un año votó Apruebo a la nueva Constitución lo hizo con la esperanza de que un nuevo Chile es posible en esos términos, cambiando fuego por voto, y piedras por sillas para dialogar.

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