Buenos Muchachos: a 30 años de los pequeños mafiosos de Scorsese

Ray Liotta, Robert De Niro, Paul Sorvino y Joe Pesci en Buenos Muchachos, de Martin Scorsese.

Estrenada a fines de 1990, la película le dio voz a un submundo de gángsters imprevisibles y terrenales, que Scorsese llamó "soldados de infantería". El crítico de The New York Times, Glenn Kenny, habla con La Tercera PM sobre su libro Made Men: The Story of Goodfellas, donde cuenta entretelones del influyente largometraje.


Hace 30 años todos los grandes directores de Hollywood tenían su película de gángsters en la cocina. El plato sería poderoso, original, influyente y, para desgracia de los propios mafiosos, no tan lisonjero. Si en 1972 y 1974, Francis Ford Coppola les había obsequiado el más halagüeño y glorioso de los retratos con El padrino y El padrino II, en 1990 se estrenaron con un mes de diferencia las películas Tiro de gracia de Phil Joanou, Rey de Nueva York de Abel Ferrara y De paseo a la muerte de Joel y Ethan Coen. Poco después, en diciembre, El padrino III de Coppola amortiguó el golpe, pero no fue suficiente.

De entre todas ellas, en general muy buenas, la que brillaba de lejos era Buenos muchachos, la cinta de Martin Scorsese que se llevó el León de Plata a Mejor director en el mismo Festival de Venecia donde La luna en el espejo del realizador chileno Silvio Caiozzi fue galardonada con la Copa Volpi a Mejor Actriz para Gloria Munchmeyer. A nuestro país llegaría a fin de 1990, dos meses después de su estreno norteamericano de septiembre.

Protagonizada por Robert De Niro como Jimmy Conway, Joe Pesci en el rol de Tommy DeVito y Ray Liotta en los zapatos de Henry Hill, Buenos muchachos fue un golpe de energía y montaje desquiciado que hasta el día de hoy no deja de influir. Sus personajes y su mundo de la pequeña mafia de Nueva York han sido tan referenciales como los Sollozzo o los Clemenza de El padrino, pero en un nivel más humano y a ras de calle.

A propósito de las tres décadas de la película, el crítico de cine y periodista estadounidense Glenn Kenny acaba de publicar su libro Made Men: The Story of Goodfellas. En 400 páginas, Kenny detalla entretelones de la película y también la relaciona con otras de Scorsese, entre ellas Toro salvaje (1980), de la que en diciembre de cumplen 40 años.

A grandes rasgos, Buenos muchachos cuenta la historia del ascenso y caída de Henry Hill, un real hampón ítalo-irlandés-americano que entre los 50 y los 80 se hizo rico a costa de robos, atracos, tráfico de drogas, complicidad en asesinatos y otros trabajos sucios con Paul Cicero (Paul Sorvino), Tommy DeVito y Jimmy Conway. Noqueado por su adicción a la cocaína y un matrimonio malavenido con Karen Friedman (Lorraine Bracco), Henry Hill termina delatando a sus compañeros en un programa de protección a testigos del FBI.

Acá los gángsters pierden ante el orden federal del gobierno y son víctimas de sus propias miserias. Hay humor, mucha violencia y, por supuesto, algunas de las líneas y escenas más memorables del cine gangsteril a fin del milenio. Entre ellas “Desde que me acuerdo siempre quise ser un gángster” de Henry Hill o la antológica “¿Acaso piensas que soy gracioso, como un payaso?”, de Tommy DeVito. El filme se basó en el libro Wiseguy, del escritor y periodista Nicholas Pileggi, quien tuvo acceso a sus personajes y escribió el guión junto a Martin Scorsese.

El crítico Glenn Kenny, que en su historial periodístico carga con una experiencia de más de tres décadas en medios como Rolling Stone, Premiere, The Village Voice y actualmente en The New York Times y el portal RogerEbert.com, tuvo su primer encuentro con Martin Scorsese a fines de 1989, cuando el realizador trabajaba en el montaje de Buenos muchachos. Lo entrevistó para la revista Video Review y según ha contado ya en esa época el director de Taxi Driver anticipaba que el ritmo de la película sería como ningún otro.

También, como se dice en el libro, le explicó su particular opinión acerca de la visión cinematográfica al uso acerca de la mafia: “Todas esas cosas sobre el honor son un montón de tonterías, no existe como tal”.

En entrevista con La Tercera PM, Glenn Kenny detalla algunas claves de la emblemática película de Martin Scorsese, que es posible ver en Chile a través del servicio de HBO Go.

¿Por qué quiso hacer el libro Made Men: The Story of Goodfellas?

Es una película con la que tengo una larga y profunda conexión personal y profesional. Como relato al principio de Made Men, conocí a Martin Scorsese en 1989 cuando estaba montando la película. Tenía una entrevista con él para un artículo sobre la preservación de películas clásicas. Y cuando fui a su oficina, justo antes de la Navidad de ese año, estaba absorto en su trabajo, lleno de entusiasmo. Sintió que la película iba a ser algo especial y yo quedé particularmente ansioso por verla. Cuando lo hice, poco menos de un año después, entendí que Martin Scorsese tenía razón. Mientras la veía convertirse en un fenómeno cultural, y lo volvía a ver muchas veces, supe que ahí había un libro sobre el tema. Hacerlo con motivo del 30 aniversario de la película me pareció justo lo correcto.

¿Por qué cree que Martin Scorsese estaba interesado en contar la pequeña historia de la mafia en contraste con los grandes jefes al estilo de El padrino?

Scorsese y Coppola comparten una amistad y muchas afinidades personales, pero son cineastas y personas muy diferentes. Creo que Coppola es más romántico, más inclinado a la epopeya, a las grandes obras artísticas: murales en lugar de retratos o viñetas. Scorsese me dijo que lo que hacía a Buenos Muchachos atractivo para él era la visión íntima del gángster, quería contar la historia de la mafia desde la perspectiva de un “soldado de infantería”. El padrino trata sobre un patriarca que intenta mantener el orden. Buenos muchachos es sobre la anarquía de un comportamiento transgresor, sin supervisión alguna. Es una diferencia que en realidad no sorprende si se consideran las personalidades de ambos.

Muchas de las historias y personajes de Buenos muchachos han sido de alguna forma replicadas y homenajeadas en series como Los Soprano y en el cine posterior, ¿Por qué ha tenido tanta influencia?

Es gracioso aquello, pues desde la muerte de John Gotti, Estados Unidos no tiene muchos gángsteres ítaloamericanos conocidos. Y ahora que Los Soprano también es cosa del pasado, este tipo de personajes bien puede convertirse en un anacronismo de la cultura pop. Aún así, Buenos muchachos perdurará debido a sus mayores preocupaciones sobre el lado oscuro de nosotros y también por su dinámica cinematográfica: posee una mezcla única de violencia y comedia negra.

¿Qué tan diferente era el Henry Hill real al del interpretado por el actor Ray Liotta?

Muy diferentes. Más bajo, por un lado. El auténtico Henry Hill era un contador de historias y también un bufón: Liotta es un tipo bastante serio. Hill además luchó contra su adicción a las drogas y el alcoholismo durante toda su vida adulta, mientras que Liotta apenas ha sido figura de tratamientos contra el tabaquismo.

¿Cuál es la importancia de la música en Buenos muchachos?

Es crucial y nunca Scorsese la usó tan bien como acá. Recurre a canciones amadas por los gángsters, pero también a mucho rock que seguramente nunca escucharon. Sus ritmos proporcionan un comentario auditivo continuo a las imágenes. Y en el clímax de la película, con los frenéticos eventos que conducen al arresto de Henry Hill, la música es el puente entre la conciencia de Scorsese, Henry Hill y la audiencia. Es una especie de fusión mental.

En el 2020 también se celebran los 40 años de Toro salvaje. ¿Cómo la relaciona con Buenos muchachos?

Toro salvaje tiene lugar en un entorno ítaloamericano de Nueva York igual que Buenos muchachos. Ahí Jake La Motta, se resiste a los mafiosos que dirigen el boxeo, que quieren que pierda por ellos, hasta que se da cuenta de que nunca obtendrá una oportunidad por el título si no coopera. La relación de la película con la mafia se define por el desafío de La Motta, incluso lo deja de lado después. Los mundos son similares pero los personajes centrales muy diferentes. Jake es mucho más obsesivo que Henry, al menos hasta que éste último se convierte en un drogadicto paranoico.

Portada del libro Made Men: The Story of Goodfellas, de Glenn Kenny.

Toro salvaje y Buenos muchachos perdieron el Oscar a la Mejor Película ante Gente como uno de Robert Redford y Danza con lobos de Kevin Costner respectivamente, ¿Qué opina?

La gente está interesada en los premios, pero realmente no tengo una opinión clara al respecto a excepción que los considero una farsa: esencialmente faltan el respeto al arte. Scorsese ha mencionado que, para una persona de su origen social, obtener un Oscar es una medida de cierto tipo de éxito, pero yo creo que todo es un circo y no particularmente divertido.

¿Cómo compara la evolución de Scorsese en Hollywood frente a otros directores de su época como Francis Ford Coppola o Brian de Palma?

Scorsese se ha convertido en el proveedor de proyectos de mayor escala en las últimas dos décadas. Nunca volverá a estar en el tipo de situación que hizo posible una película independiente como Después de hora (1983). Es capaz de obtener el respaldo financiero para sus filmes grandes y también para los documentales y series donde su nombre está inscrito con regularidad. “Cada película es una pelea y luego hay que seguir en la lucha”, me dijo en marzo. Le creo. Por otro lado, no tiene que autofinanciarse de la forma en que Coppola lo hace (y al menos puede gracias a su exitoso negocio vitivinícola) o ir con el sombrero en la mano a buscar financieros a Europa como es el caso de De Palma.

¿Podría Martin Scorsese hacer una película como esta en nuestros tiempos de corrección política?

Nunca me ha gustado la expresión “políticamente correcto”, excepto cuando se usó como una parodia sarcástica de sus orígenes maoístas en los años 70. En mi libro hablo sobre el lenguaje racista utilizado por los personajes de Buenos muchachos y cómo Scorsese suavizó el tono para El irlandés: fue la decisión acertada e inteligente. Quieres desafiar al público, pero debes mantenerlo de tu lado de cierta manera. Hay ciertas formas en las que alienarlos es muy contraproducente, y Scorsese lo evita con sabiduría.

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