Mindhunter: perfil asesino
Las memorias de Douglas son interesantes por varias razones. Nos sirven, por un lado, para ver el modo en que la serie juega con los planos y referencias reales, adaptándolas con un peculiar efecto: el programa de Netflix crea su propio círculo infernal, a medio camino entre la invención y la cita, apenas disfrazando sus materiales.

En uno de los mejores momentos de "Mindhunter", cuya segunda temporada acaba de ser estrenada por Netflix sin demasiado estrépito, dos de los protagonistas se la pasan un mes completo vigilando los puentes que un asesino de niños usa para tirar los cuerpos al río. Los personajes pertenecen al FBI y son expertos en serial killers pero en esas escenas la serie los devuelve al tiempo suspendido del aburrimiento y las horas muertas de la espera, a las luces de los autos solitarios que cruzan las poblaciones de Atlanta y los reflejos del movimiento del agua de un río oscuro. Es lo que nos gusta del programa, su marca de fábrica: el territorio completo es una escena del crimen esperando ser descifrada.
Anoto esto porque "Mindhunter" se basa en hechos reales. Tiene como base el libro autobiográfico de John E. Douglas, el agente que a fines de los 70 logró elaborar la mecánica básica para la construcción de perfiles de asesinos seriales. Douglas, acompañado de Mark Olshaker, publicó el libro en 1995 quizás como respuesta a esa moda cultural donde el caníbal Hannibal Lecter y los libros de Thomas Harris (quien asistió a sus clases) fueron sus productos más famosos. Pero "Mindhunter", el libro, carece de cualquier glamour gastronómico acerca de la carne humana o citas a Blake sino que, por el contrario, se presenta como un relato didáctico y muchas veces amable. Así, huye del morbo para explicar los contornos de una vida asombrosa e inesperada, cuya inmersión en el horror también ofrece una contracara tan burocrática como fascinante; la que corresponde al cambio de piel del FBI luego de la muerte de Edgar Hoover, un proceso de ajuste y modernización que es narrado como una historia paralela al desfile de monstruos que seguimos a través del mapa de su propia memoria.
Eso está en la serie, una ficción -cuyo showrunner es Joe Penhall pero cuyo tono viene dado por David Fincher, que dirigió varios episodios- que aspira a convertir en un thriller todo aquello que Douglas narra casi con ligereza, al modo de hechos de la vida diaria, acostumbrado como está a la normalidad o la cercanía con la muerte. De este modo, lo que el cine y la cultura popular utilizan como una cantera de historias, él simplemente lo cuenta como uno de los azares u obsesiones de su propia vida de policía, que deviene en una técnica cristalizada como una especie de ciencia nueva, que aspira a ser presentada como exacta. Dice: "Tienes que procurar recrear el escenario del crimen en la cabeza. Necesitas saber todo lo posible sobre la víctima para imaginar cómo pudo reaccionar. Tienes que ser capaz de ponerte en su lugar cuando el agresor la amenaza con una pistola o un cuchillo, una roca, los puños o lo que sea. Tienes que ser capaz de sentir su miedo cuando se le acerca el agresor. Tienes que ser capaz de sentir su dolor cuando la viola, le da una paliza o la corta. Debes intentar imaginar lo que estaba pasando cuando él la torturó para su placer sexual. Tienes que entender lo que es gritar de miedo y agonía, darse cuenta de que no servirá de nada y no lo detendrá. Tienes que saber cómo fue. Eso es una carga muy pesada, sobre todo cuando la víctima es una niña o una anciana."
Las memorias de Douglas son interesantes por varias razones. Nos sirven, por un lado, para ver el modo en que la serie juega con los planos y referencias reales, adaptándolas con un peculiar efecto: el programa de Netflix crea su propio círculo infernal, a medio camino entre la invención y la cita, apenas disfrazando sus materiales. Pero este es el costado menos importante. Mejor es pensar en el tono de las confesiones de Douglas, en ese didactismo que le sirve para explicarse a sí mismo cómo sobrevivió a ese mundo macabro para volver con algo parecido a un método pero también a una técnica literaria, acaso un arte torcido del relato. No en vano, menciona una y otra vez a Sherlock Holmes y Auguste Dupin al comienzo de su relato, como si aquellos personajes hubiesen inventado en la ficción lo que él implementará después en la realidad. Dice: "El detective aficionado del clásico de Edgar Allan Poe de 1841 'Los crímenes de la calle Morgue' podría ser el primer creador de perfiles de comportamiento de la historia. El libro también puede representar el primer uso de una técnica proactiva por parte del creador de perfiles para hacer salir a un sujeto desconocido y exculpar a un hombre inocente encarcelado por los asesinatos. Igual que los hombres y mujeres de mi unidad ciento cincuenta años después, Poe comprendió el valor de los perfiles psicológicos cuando las pruebas forenses por sí solas no bastan para solucionar un crimen especialmente brutal y sin motivo aparente".
La cita literaria reaparece entonces en el presente y no explica nada o, más bien, lo explica todo en su lectura literal de las invenciones de Poe. De este modo, en las imágenes de "Mindhunter" y en el recuerdo de Douglas los ecos de esos viejos cuentos policiales sobre un París falso rebotan ahora en los sótanos reales de Quantico, que son presentados como versiones del mismo lugar donde Poe fijó el encuentro entre Dupin y su narrador: otra biblioteca oscura.
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