Columna de Rodrigo Ruiz Garcés (Don Lota): Destinos tatuados

Pailita.


Por Rodrigo Ruiz Garcés (Don Lota), director de Alto en Flow, revista dedicada a cubrir música urbana.

Tras las rejas de una prisión de Punta Arenas, Sebastián Pailacheo se entera que su hermano Carlos -popularmente conocido como Pailita-, también está preso. Desde su casa nueva, la misma que este último le compró hace pocos días a punta de éxitos, Nancy, la madre de ambos, se quiebra al saber que ninguno verá el alba en libertad.

Así de dramáticas y vertiginosas son las luces y sombras que marcan como tinta de tatuaje los destinos no sólo de Pailita, sino de la mayoría de los jóvenes artistas urbanos que logran dar ese paso que cada noche otros miles anhelan en sus poblaciones, ya sea en Lota o en La Pincoya: dejar de ser promesas y transformarse en estrellas, pegando esa canción que les cambiará la vida.

Pero ese paso del anonimato a la fama no provoca el acto mágico de abandonar la mochila de situaciones complejas que acarrea venir desde lo más bajo de la sociedad. De hecho, “es mal amante la fama”, como dice Rosalía, porque cada acto, cada decisión y cada paso tienen, desde ese momento, millones de nuevos ojos inquisidores encima, fanáticos viscerales, que aman y odian con la misma locura, y muchas veces ni el artista ni la persona tras el personaje están preparados para capitalizarlo. Y en ocasiones, ni siquiera para vivirlo.

A su corta edad, la mayoría de estas estrellas nacientes carece de instrucción, tanto educativa en el sentido formal, como la de la experiencia, lo que les lleva a cometer errores, a entregar confianza desmedida en manos equivocadas y en ocasiones al paupérrimo resultado que, en el peor de los casos, esa ecuación da: perderlo todo.

Lo cruel es que a la parafernalia mediática y a una sociedad cada vez más indolente y desechable pareciera poco importarle dejar caer en picada a ese mismo ídolo al que meses atrás seguían a todos lados por una foto o veían como ejemplo de superación. Como si la vida fuera Spotify, presionan un imaginario play aleatorio para que pase el siguiente y al anterior se lo coma la papelera de reciclaje. Y algunos osados se preguntan seguido: “¿Por qué en Chile no hay una industria musical?” Bueno, porque así es como cuidamos a nuestros artistas, a nuestros jóvenes.

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