La “primera línea”, cuatro olas después

2020

Los trabajadores de las UCI han enfrentado la faceta más severa del Covid-19. Y ahora, a dos años del primer caso, cuentan que la práctica y la costumbre han reemplazado el miedo a lo desconocido que marcó los primeros meses de la crisis. También quedó atrás, desplazada por el cansancio, la épica del invierno de 2020, cuando los aplausos desde patios y balcones acompañaban el devenir de los funcionarios en las áreas de aislamiento. Pero la emergencia no ha terminado, enfatizan, y les frustra que se diga lo contrario.


“La última ola nos ha causado frustración. Uno piensa que ya había pasado todo, pero no. Y a eso se suma que aún hay gente que no se vacuna, que cree que la crisis sanitaria es mentira y que dice que estamos en ‘plandemia’”. Así describe Eduardo Kattan, intensivista en la UCI de la Red Salud UC Christus, el ánimo que por estos días ronda en los centros de salud y, particularmente, en las unidades de alta complejidad.

“La primera ola estuvo marcada por la incertidumbre, pero fue también de mucha épica; juntos nos enfrentamos a este miedo, sin saber sobre esta nueva enfermedad, y nos apoyamos entre todos”, agrega Kattan.

El segundo aniversario de la llegada del coronavirus al país -el 3 de marzo de 2020- sorprendió a las redes asistenciales camino a un nuevo peak de hospitalizaciones, luego de que a mediados de febrero se registrara la cifra más alta de contagios diarios, con 38.446 casos.

Las cuatro olas de coronavirus que se han registrado a la fecha están plasmadas en la sensación que más repiten los trabajadores de emergencia y cuidados intensivos: cansancio. Físico y emocional.

Desde marzo de 2020, la llamada “primera línea” de las UCI ha recibido y puesto en tratamiento a 50.325 pacientes en estado crítico. Y ha visto fallecer a 13.484 mil de ellos. Eso, admiten, deja huellas indelebles.

“La primera ola fue la más crítica”, afirma Nadia Leiva, quien trabaja desde 2013 como enfermera en la UCI de la Clínica Indisa. “Yo siempre he trabajado en esta unidad y uno está acostumbrado a manejar al paciente crítico, pero este era otro tipo de enfermo. Uno no sabía cómo iba a responder a la terapia; yo iba al turno y hacía lo mejor que podía”.

La enfermera recuerda que los primeros meses fueron de mucha angustia: “Creo que ninguno de los que entramos a estudiar salud estábamos preparados para una situación como esta. Al trabajar en UCI siempre se está cerca de la muerte, pero llegaba gente joven, te decían que no querían ser intubados, y eso es muy fuerte de ver”.

De acuerdo a información del Ministerio de Salud, 3.122.802 personas se han contagiado en el país y 170.853 han requerido ser hospitalizadas. En las dos olas principales (en los inviernos de 2020 y 2021), los centros de salud improvisaron unidades de cuidado intensivo en pabellones, salas de recuperación, áreas de emergencia y sectores de pediatría, entre otros, para dar abasto al rápido aumento de la demanda asistencial. En la tercera alerta, un alza de casos registrado a finales del año pasado, bastó con reconvertir camas. Pero en este rebrote, el cuarto y aún en curso, el Ministerio de Salud ordenó suspender los procedimientos necesarios para hacer espacio, nuevamente, a estos pacientes.

Al interior de hospitales y clínicas, cada ola se ha vivido con una intensidad inédita. Turnos de 12, 18 y de 24 horas, de lunes a domingo y sostenidos por varias semanas, han sido necesarios para cumplir las cuotas de los equipos.

Y eso se ha traducido en estrés emocional. El año pasado, la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi) encuestó a 1.960 médicos, enfermeros, profesionales y técnicos de las unidades de más alta complejidad, y detectó que el 87% padecía síndrome de Burnout, una respuesta al estrés laboral caracterizada por un agotamiento emocional extremo. También dio cuenta de que la situación iba empeorando: en la medición anterior, de julio de 2020, el personal afectado por agotamiento extremo llegaba al 60%.

El presidente de la Sochimi, Darwin Acuña, explica que las consecuencias de la pandemia en la primera línea son profundas: “Es momento de volver a medir y hacer una nueva evaluación. Sin duda la pandemia va a tener un impacto importante en el personal de salud, en términos de salud mental, que no va a ser corregida solo con descanso, porque el impacto es mucho más profundo”.

Los trabajadores en la UCI relatan que el impacto de cada ola ha sido distinto. La primera estuvo marcada por la incertidumbre y el miedo que provoca enfrentarse a un virus desconocido. Y el peak asistencial actual, en cambio, lo enfrentan con más experticia y confianza, pero marcados por el cansancio y la frustración.

La segunda ola fue superintensa, pero no como la primera, porque ahí no estábamos preparados, no estaban los recursos ni el personal. En 2021 había más gente y sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando”, relata Pablo Carrasco, enfermero del Hospital El Carmen de Maipú.

Un nuevo peak en ciernes

La aparición de la variante ómicron desató la nueva ola de contagios que, si bien va en descenso, mantiene en alza la demanda asistencial: si hace un mes había 545 personas en UCI por coronavirus, ayer ya eran 1.096, con el 82% de ellos en ventilación mecánica.

Eso sí, el ingreso diario de pacientes graves, de acuerdo a los datos del Ministerio de Salud, se ha desacelerado, por lo que se espera llegar en los próximos días al peak. Y es lo que esperan los funcionarios de salud.

“Hay una sensación de desgaste. Uno espera que en algún momento determinado el agua baje, que te deje respirar y descansar, pero no ha pasado. Nos apoyamos entre todos y también nos damos ánimo, pero conforme pasaba una ola y parecía que el Covid-19 desaparecía, después nos enterábamos que venía otra y otra, y nos mirábamos todos sorprendidos, diciendo ‘no puede ser’”, cuenta José Gajardo, jefe de la UCI de Clínica Dávila.

Los aplausos a los trabajadores de salud que corearon el primer invierno de la emergencia sanitaria, se extinguieron. También los enunciados heroicos, desplazados por la fatiga pandémica y el ánimo de dejar atrás la emergencia sanitaria.

Pero Gajardo no cree que los meses venideros traigan grandes cambios. No ve un fin para el Covid-19, al menos no a corto plazo. Su teoría es que el coronavirus llegó para quedarse, con la consiguiente -y permanente- recarga en la unidades de paciente crítico. “Todos queremos que el Covid-19 se termine, que desaparezca del mapa, pero ya no fue así. Probablemente vamos a tener que convivir con esto; yo creo que nuestra manera de trabajar se modificó para siempre”, sostiene Gajardo.

El respiro de las vacunas

Algo que ha notado el personal de las UCI y que trae esperanza en el desenlace futuro de este virus, es el cambio en el perfil del paciente que ha recibido la vacuna. En general, explican, los pacientes inmunizados presentan cuadros menos graves, reaccionan mejor a los tratamientos, tienen un desenlace más favorable y estadías más cortas.

La campaña masiva de vacunación contra el Covid-19 en el país ya cumplió un año y, de acuerdo a la última actualización del Minsal, 16.683.374 personas ya tienen su esquema basal de dos dosis, lo que implica un 91% de cobertura. Además, 13.108.889 recibieron la tercera dosis de refuerzo.

“Las vacunas dieron tranquilidad, porque el miedo disminuyó, se levantaron las cuarentenas, salió más gente a la calle y, de apoco, las cosas se han ido normalizando. Las vacunas hicieron el gran cambio y en los pacientes han sido esenciales: acortaron mucho su estadía y los cuadros cambiaron”, explica Carrasco.

Además, el enfermero del Hospital El Carmen destaca que la inoculación está jugando un rol fundamental tanto en el panorama epidemiológico como en las circunstancias del personal de salud.

“Las últimas olas las hemos enfrentado más cansados, pero también con menos pacientes de Covid-19. Las personas vacunadas tienen una estadía menor, es más dinámico el trabajo que hacemos. Antes la UCI estaba llena y teníamos a personas en espera. Ahora, como llegan vacunados, no están tan graves y están menos tiempo”.

Camila de Freitas, kinesióloga del Hospital Barros Luco, también ha notado la diferencia y destaca que, pese al aumento de los contagios, el volumen de los pacientes que requieren una cama crítica ya no es el mismo. Y cuenta que esto llegó en el momento preciso: “Cuando vi los reportes de febrero, de más de 30.000 casos, dije ‘nos vamos a morir’ y no fue así. Las vacunas han hecho efecto. Y eso es bueno, porque en esta última ola hay más cansancio, uno ya no tiene las mismas energías”.

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