
Pérdida de autoridad pedagógica: análisis de una crisis en las salas de clases
Desprecio, violencia y desinterés son parte de una realidad que muchos profesores enfrentan a diario en el aula. Acciones que dan cuenta de un entorno de aprendizaje estresante donde ha disminuido la autoridad de los profesores ante el alumnado, lo que está impactando en la baja tasa de matriculados en las carreras de Pedagogía. ¿Cómo enfrentar esta tarea en el corto y mediano plazo?

“Alumnos agreden a profesor que los habría sacado de la sala por decir un garabato”, o “Profesor intentó separar a dos alumnas y terminó acuchillado en plena sala de clases” son algunos de los titulares que se pueden encontrar desde 2022 a la fecha en la prensa con solo un par de búsquedas.
Se podría pensar que son casos aislados, pero son reflejo de algo mucho más grande que no se ha discutido abiertamente entre quienes forman la comunidad escolar.
La pérdida de la autoridad pedagógica, un principio básico que sostiene la relación entre quien enseña y quien aprende, está a la baja. Entre enero y marzo del año 2025, la Superintendencia de Educación reportó 2.501 denuncias por violencia escolar, un aumento de un 14,2% comparado con el mismo periodo de 2024. Un termómetro que evidencia el desgaste y la vulnerabilidad del docente en el aula, donde cada episodio transforma la enseñanza en una lucha diaria, solamente por mantener el orden y el respeto.

Una realidad país
“Cada vez son más frecuentes estos casos y casi a diario recibimos reportes de situaciones muy delicadas. Las que llegan a los medios son quizá las más graves, pero hay muchas otras que no se visibilizan” señala Mario Aguilar, Presidente del Colegio de Profesoras y Profesores de Chile.
Para él, los casos antes mencionados reflejan un fenómeno que responde a un deterioro de cualquier tipo de autoridad. “Es una crisis generalizada que se expresa no sólo en la escuela, sino también en ámbitos judiciales, políticos e institucionales en general”, comenta. En el ámbito educacional –agrega- se han tomado decisiones que han debilitado la autoridad docente.
Pero aquí no hay una sola causa específica. Juan Pablo Catalán, doctor en Educación y académico de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, propone una lectura compleja del fenómeno, revisando una serie de transformaciones culturales, institucionales y educativas que han confluido en las últimas décadas.

En específico, Catalán sostiene que parte de la situación actual es resultado de una reforma buscada: “Muchas de las situaciones que hoy día estamos viviendo son producto de lo que nosotros -muchas veces- hemos soñado en la educación”, en referencia al giro desde una pedagogía vertical hacia una más horizontal, centrada en el estudiante, crítica y participativa.
Sin embargo, ese avance ha tenido efectos inesperados: “Claramente ya no ven la verticalidad como la veíamos generaciones atrás”, afirma.
Aunque se valora que los alumnos desarrollen pensamiento crítico y autonomía, Catalán advierte que eso ha traído aparejado un cambio en la dinámica del poder en la sala de clases: “Hoy día se ha instalado la creencia de que los estudiantes exigen notas, pasar de curso, entre otras cosas que tensionan la relación con el profesor”.
Las consecuencias del deterioro

Aunque el término puede sonar abstracto, el deterioro de la autoridad pedagógica tiene consecuencias concretas: desgaste emocional para los profesores, aulas difíciles de manejar, estudiantes que no valoran el aprendizaje, familias que desautorizan a los docentes y una creciente fuga de profesionales del sistema.
Pablo Neut, investigador postdoctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro “Contra la escuela: autoridad, democratización y violencias en el escenario educativo chileno”, entrega otras aristas a partir de diferentes estudios que ha realizado sobre la transformación histórica de la autoridad de los profesionales de la educación.
En resumen, el anterior paradigma hablaba de una “autoridad tradicional”, de la cual se sobreentendía que existía una especie de “naturalidad la obediencia del estudiantado”, como la que vivieron muchos de nuestros padres, con la regla como objeto decidor. Sin embargo, las transformaciones socioestructurales, algunas de carácter global –como el uso de las nuevas tecnologías– han impactado en la mediación del aprendizaje en el profesor.

“Se ha ido ‘desalineando’ la autoridad o el estatuto de la autoridad respecto de las prácticas que se ejercen en el aula”, distingue Neut. “Muchas prácticas anteriormente validadas o naturalizadas por una autoridad superior hoy en día son catalogadas como vulneratorias de derechos o autoritarias”.
En la vida real, toda sociedad compleja necesita mecanismos de gestión de asimetrías de poder, relata el investigador. Una de esas formas es la autoridad y, de no existir, otro mecanismo lo reemplazará, como la violencia o el paternalismo.
La forma en que se concibe y organiza la formación inicial es otro factor de la crisis. Carmen Gloria Zúñiga, jefa del programa de doctorado de la Facultad de Educación UC, analiza que los institutos de educación superior están centrados en las asignaturas y no en aspectos transversales como la gestión del conflicto, la salud mental o la construcción de una cultura democrática en el aula.

“Lo de la autoridad docente es la punta del iceberg”, afirma, “porque refleja muy bien los problemas que vivimos en nuestra sociedad”. Aunque reconoce que la Ley de Carrera Docente ha significado avances importantes, la carga laboral sigue siendo excesiva y muchas veces invisibilizada.
Zúñiga critica también el discurso parental “yo decido la educación de mis hijos”, que a su parecer ha sido instrumentalizado bajo una lógica neoliberal, que pone a los docentes en una posición de subordinación frente a los apoderados. Para ella, esta visión reduce la docencia a un rol técnico y niega su dimensión profesional, que debería estar basada en la capacidad de tomar decisiones contextualizadas, interpretar el currículum y responder a las necesidades reales del estudiantado.
Una mirada global
Este fenómeno ha sido estudiado con preocupación ante un deterioro similar en otras latitudes. Así lo explica el PhD Francisco Imbernón, de la Universidad de Barcelona, quien ha investigado el desprestigio docente.
El académico catalán señala que dicho flagelo no se limita a un país o región específica, sino que forma parte de un proceso más amplio “vinculado a la influencia creciente de políticas tecnocráticas que han impactado profundamente el rol del profesorado”.
“La autoridad pedagógica se ve amenazada por la creciente estandarización, la rigidez curricular y la supervisión externa que desconfía del juicio profesional del docente”, precisa. Si bien existen algunos contextos educacionales donde se ha logrado mantener e incluso fortalecer esta autoridad, son experiencias excepcionales y, muchas de ellas, enfrentan resistencias importantes en un contexto global marcado por “modelos educativos centralizados y controladores”.

Ibernón toma como ejemplo los países del norte de Europa, donde la autonomía profesional, la formación continua y la estabilidad laboral permiten que los docentes ejerzan su labor con mayor libertad y reconocimiento social. También destaca espacios de educación popular o movimientos alternativos, donde quienes estudian valoran el rol transformador de la educación.
Independiente del lugar, el desprestigio del rol docente se manifiesta de forma sostenida desde distintos frentes, asegura Ibernón. El experto resume que, a nivel social, existe una creciente desvalorización de la labor de los profesores, siendo asociados a “estereotipos simplistas e injustos”, lo que contribuye a debilitar su imagen ante la comunidad.
Las políticas educativas con reformas centradas en la evaluación estandarizada, la falta de desarrollo profesional continuo, la precarización laboral y la escasa participación de los docentes en el diseño de políticas refuerzan a ojos del profesor un clima desmotivante.

Cifras que alertan
Perder la autoridad del profesor se ha visto plasmado en otras consecuencias, entre ellas, el desinterés de nuevas generaciones por ejercer el rol de maestro, con una caída a nivel país en la elección de los que estudian alguna pedagogía.
En la admisión del 2025 dichas carreras descendieron en 1,5% en relación a los años anteriores, una alerta que, si bien aún no es tan elevada, conecta con la preocupación a 2030 de escasez de profesionales de la educación a nivel mundial
Si bien la tendencia forma parte de un declive más amplio, dado que desde 2018 todas las carreras de pedagogía han disminuido sus ingresos, el déficit proyectado sumado a la baja sostenida en las matrículas es “la alerta más clara de que la sociedad ha dejado de ver en el docente como una vocación valiosa y estratégica para el futuro de Chile” comparte Juan Pablo Catalán, académico de la UNAB.
“El hecho de que en Chile —y en otros contextos similares— la pedagogía sea considerada a menudo una carrera de ‘segunda opción’ tiene un impacto profundo y negativo en la construcción de la autoridad y la autoestima profesional del futuro docente”, asegura Ibernón.

Una segunda variable es la erosión de la autoridad pedagógica. Sólo el 15% de los docentes chilenos está “de acuerdo” o “muy de acuerdo” en que su profesión es valorada socialmente, frente al 26% promedio de la OCDE, según un estudio de dicha institución en 2018, reflejando una erosión del estatus docente en la percepción ciudadana: “Cuando la voz del docente deja de sonar con respeto en el aula, se erosiona el pilar mismo del aprendizaje. Necesitamos que la ciudadanía siga valorando al profesor”, dice el experto catalán.
Las posibles soluciones
Entendiendo que esta situación no se solucionará de forma inmediata, los expertos proponen propuestas para recuperar la autoridad pedagógica y revitalizar la vocación docente en Chile.

Pablo Neut cree que uno de los errores comunes es pensar que la autoridad en la escuela se reduce al aula: el profesor frente al estudiante. “Hay que complejizar esa mirada. La autoridad escolar incluye también la de los directivos, y la relación de las familias con la escuela”, analiza.
Ante un visible desalineamiento entre la autoridad familiar y la escolar, un camino es fortalecer la formación docente para que comprenda estas nuevas legitimidades que emergen del mundo juvenil. “También es necesario trabajar el alineamiento entre la autoridad parental y la autoridad escolar, y entre la dirección y la docencia”, expresa.
El liderazgo distribuido es una idea avalada por instituciones como la UNESCO, que en su Informe GEM 2024-25 señala que dichas acciones mejoran tanto los resultados de aprendizaje como la cohesión escolar al repartir funciones clave, entre ellas establecer expectativas, centrarse en el aprendizaje, fomentar la colaboración y perfeccionamiento personal .

“Cuando la exigencia del estudiante se reemplaza por un diálogo más formativo, van a cambiar las reglas de poder y así se va a debilitar la autoridad del profesor”, expresa Catalán, quien también propone la necesidad de cambiar el paradigma de disciplina hacia modelos restaurativos donde se trabaje con los estudiantes, no contra ellos.
Mario Aguilar propone restituir la autoridad del profesor desde una lógica distinta a la del castigo o la imposición. La autoridad, dice, debe estar basada en la coherencia ética, en la calidad del vínculo pedagógico y en la capacidad del docente de guiar y sostener un proceso educativo significativo. “La autoridad es cuando los estudiantes reconocen en el docente a alguien que los acompaña y que sabe lo que está haciendo”, reflexiona.
Repensar la formación docente
Reformar la formación inicial docente con enfoque en convivencia, salud mental y justicia social es también una de las tareas. Carmen Gloria Zúñiga sostiene que la formación debe dejar de estar centrada exclusivamente en las asignaturas y pasar a considerar el desarrollo de competencias para la convivencia democrática.

“Estamos rediseñando la malla para que la formación ciudadana sea un eje articulador. No es un ramo, es una forma de habitar la escuela”, añadiendo que esto debe venir acompañado del empoderamiento de los equipos directivos y darles herramientas para construir comunidades escolares democráticas
Para Imbernón, de la Universitat de Barcelona, el modelo tradicional –más centrado en lo académico que en lo práctico– ha dejado a generaciones de docentes mal preparados para lidiar con la complejidad de las aulas actuales. “Tiende a separar la formación del profesorado de la realidad dinámica del aula, lo que limita la preparación real para enfrentar desafíos cotidianos y construir una identidad profesional sólida”, explica.
Por ello, propone una transformación profunda: una formación integrada que combine teoría y práctica en un diálogo constante, con foco en la reflexión crítica de la experiencia pedagógica.

Ya no basta con abordar contenidos disciplinares, sino también habilidades emocionales, comunicativas y de liderazgo, pensando en cómo los estudiantes enfrentarán el mundo que los rodea. “Es esencial para fortalecer la autoridad y el respeto en el contexto escolar”, agrega.
Mirando experiencias internacionales, el académico observa que recuperar la centralidad social del profesorado exige más que cambios curriculares. En Europa, algunas estrategias exitosas han pasado por dignificar las condiciones laborales, ofrecer salarios dignos, garantizar estabilidad y reconocer efectivamente el rol profesional de los docentes.
La profesión docente debe recuperar su sitial como pilar en la transformación social. De ello depende que los jóvenes ciudadanos sean críticos con su entorno y capaces de construir sociedades más justas y amables donde todos podamos convivir.

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