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La larga sombra de las bombas atómicas de 1945 sobre los sobrevivientes coreanos

A 80 años de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, el silencio, el dolor y el estigma han seguido a los coreanos incluso en su país de origen.

Monumento a las víctimas coreanas en Hiroshima. Foto: Archivo 차희주

Después de la caída de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente, entre los 250 mil muertos que hubo, cerca de 30 mil eran coreanos. Otros 20 mil que vivían en estas ciudades de Japón sufrieron consecuencias de la radiación, pero a diferencia de las víctimas japonesas, sus historias no han sido dadas a conocer ni tratadas de la misma manera.

La mayoría de los coreanos que vivían entonces en aquellas ciudades eran trabajadores llevados forzosamente a Japón, en un tiempo en que Tokio gobernaba la península coreana en un régimen colonial que duró 35 años. La Asociación de Víctimas Coreanas de las Bombas Atómicas ha llevado cuenta de los sobrevivientes de la tragedia, y busca el reconocimiento de una parte que ha sido tratada como una nota al pie de aquella historia.

Vista de las secuelas del bombardeo atómico de Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. Foto: Archivo

Casi un 12% de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki fueron coreanos. Japón había colonizado Corea en 1910, y en ese entonces dos millones de coreanos vivían en el país: algunos voluntariamente, pero muchos como trabajadores forzados, sobre todo en la industria armamentística nipona.

Con la rendición japonesa frente a los aliados, en 1945, el fin del Imperio del Japón también significó la vuelta de muchos coreanos a la península, que ya estaba entonces dividida entre territorio ocupado por los norteamericanos y por los soviéticos.

Miles de coreanos sobrevivientes de la bomba atómica permanecieron en Japón, convirtiéndose en “zainichi hibakusha”, o sobrevivientes coreano-japoneses. El término “zainichi” implica residencia temporal, pero se aplica incluso a quienes han vivido en Japón durante varias generaciones. A diferencia de los “hibakusha” nipones, los coreanos tuvieron mayores dificultades para asociarse y pedir reconocimiento o ayuda estatal en las condiciones de salud que los aquejaban por la radiación.

Aunque tenían mucho en común con los hibakusha japoneses, a los zainichi se les negó cobertura médica especializada y fueron marginados por la Nihon Hidankyo, la asociación de sobrevivientes nipona, que enmarcó la experiencia japonesa como sui generis.

Shim Jin-tae, sobreviviente coreano de la bomba en Hiroshima. Foto: Archivo

Ya antes de los ataques los coreanos eran considerados como ciudadanos de segunda clase en Japón, y en general se les daban los trabajos más duros, sucios y peligrosos. Shim Jin-tae, de 83 años, compartió su experiencia con la BBC: en ese entonces, su padre era un trabajador a la fuerza en una fabrica de municiones en Hiroshima.

“Nadie asume la responsabilidad”, declaró el sobreviviente: “Ni el país que lanzó la bomba. Ni el país que no nos protegió. Estados Unidos nunca se disculpó. Japón finge ignorarlo. Corea no es mejor. Simplemente culpan a los demás, y nosotros nos quedamos solos”.

Aquellos que sobrevivieron a la bomba atómica, junto con sus descendientes, siguen viviendo a la larga sombra de ese día, luchando con la desfiguración, el dolor y una lucha de décadas por la justicia que sigue sin resolverse.

“Los trabajadores coreanos tuvieron que limpiar los cadáveres”, declaró Shim, que hoy es director de la sucursal de Hapcheon de la Asociación Coreana de Víctimas de la Bomba Atómica: “Al principio usaban camillas, pero había demasiados cuerpos. Con el tiempo usaron palas para recoger los cadáveres y los quemaron en los patios de las escuelas. La mayoría de la limpieza de posguerra y el trabajo de municiones fueron realizados por nosotros”.

Según un estudio de la Fundación de Bienestar de Gyeonggi, algunos sobrevivientes se vieron obligados a limpiar los escombros y recuperar los cuerpos. Mientras que los evacuados japoneses huyeron a casa de sus familiares, los coreanos sin vínculos locales permanecieron en la ciudad, expuestos a la lluvia radiactiva y con acceso limitado a la atención médica.

Una combinación de estas condiciones, como maltrato, trabajo peligroso y discriminación estructural, contribuyó a una cifra desproporcionadamente alta de muertes entre los coreanos. Según la Asociación Coreana de Víctimas de la Bomba Atómica, la tasa de mortalidad en Corea fue del 57,1%, en comparación con la tasa general de aproximadamente el 33,7%. Unos 70 mil coreanos estuvieron expuestos a la bomba, pero a finales de 1945 unos 40 mil habían muerto.

Hapcheon, la “Hiroshima coreana”. Foto: Archivo

Tras los bombardeos, que llevaron a la rendición de Japón y a la posterior liberación de Corea, unos 23 mil sobrevivientes coreanos regresaron a casa, pero no fueron bien recibidos. Considerados como desfigurados y maldecidos, se enfrentaron a prejuicios por parte de sus compatriotas.

“Hapcheon ya contaba con una colonia de leprosos”, explica Shim, refiriéndose a su pueblo en Corea, que es conocido como la ”Hiroshima coreana” a causa de la cantidad de sobrevivientes que viven ahí. “Y debido a esa imagen, la gente creía que los sobrevivientes de las bombas también padecían enfermedades de la piel”, agrega. Este estigma hizo que los sobrevivientes guardaran silencio sobre su difícil situación, añade, sugiriendo que “la supervivencia estaba por encima del orgullo”.

Lee Jung-soon, que tenía ocho años en aquel momento, afirma haber visto esta discriminación “con sus propios ojos”. “Las personas con quemaduras graves o en extrema pobreza eran tratadas terriblemente”, recuerda. “En nuestro pueblo, algunas personas tenían la espalda y la cara tan marcadas que solo se les veían los ojos. Las rechazaban y las marginaban”, relató a la BBC.

Esto también afectó a los hijos de los sobrevivientes. Han Jeong-sun, una sobreviviente de segunda generación, sufre de necrosis avascular en las caderas y no puede caminar sin arrastrarse. Su primer hijo nació con parálisis cerebral. “Mi hijo no ha dado un solo paso en su vida”, afirma. “Y mis suegros me trataron fatal por eso. Me han dicho: ‘Diste a luz a un niño lisiado y tú también lo eres. ¿Estás aquí para arruinar a nuestra familia?’”.

Yoon Suk Yeol, presidente surcoreano, y Fumio Kishida, primer ministro japonés, durante una conmemoración por las víctimas coreanas en Hiroshima, en 2023. Foto: Archivo

Estos últimos años Corea del Sur ha empezado a reconocer a sus víctimas de las bombas atómicas, y este martes, con motivo del 80° aniversario de los bombardeos, el presidente Lee Jae Myung ofreció sus condolencias. En una publicación de Facebook, Lee escribió: “Expreso mis más profundas condolencias y simpatía a las víctimas del bombardeo atómico y sus familias, que quedaron atrapadas en el tumulto de la historia y sufrieron un dolor inimaginable en un lugar que no era su patria, sino un país extranjero”.

También este martes, en Hiroshima tuvo lugar un servicio memorial por las víctimas surcoreanas del bombardeo en la ciudad. El evento fue llevado a cabo por Mindan, una organización de surcoreanos que viven en el archipiélago.

En medio de estas conmemoraciones, este 12 de julio, funcionarios de Hiroshima visitaron Hapcheon por primera vez para depositar flores en un monumento conmemorativo, ya que muchos coreanos sobrevivientes venían de esa localidad. Si bien el exprimer ministro japonés Yukio Hatoyama y otras figuras privadas ya habían estado antes, esta fue la primera visita oficial de funcionarios japoneses actuales.

Sobre la relación entre ambos países después de su oscuro pasado, la activista por la paz Junko Ichiba comenta: “Ahora, en 2025, Japón habla de paz. Pero la paz sin disculpas no tiene sentido”. Al respecto, indica que los funcionarios visitantes no mencionaron ni se disculparon por el trato que Japón dio al pueblo coreano antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Asimismo, Ichiba recuerda que los libros de texto japoneses aún omiten la historia del pasado colonial de Corea, así como a las víctimas de la bomba atómica, y afirma que “esta invisibilidad solo agrava la injusticia”.

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