Ballet Nacional Chileno celebra 65 años con obras de coreógrafos argentinos
El creador del Ballet del Teatro San Martín, Oscar Araiz, presenta Escrito en el aire.

No requiere habilidades, tampoco entrenamiento ni espíritus cultivados. Sólo hay que estar abierto a recibir. Si tiene suerte, saldrá triunfante, aunque no siempre sea sinónimo de haber reído a carcajadas. La danza también puede recordar temores y obsesiones. A veces, una buena pieza incluso evoca pesadillas. "Pero a veces, esos 20 minutos son un refugio. Es sano, es como dormir. Uno tiene que dormir y así escapar un poco de esta realidad tremenda que vivimos", afirma Oscar Araiz, premiado coreógrafo argentino y fundador del Ballet del Teatro San Martín, que actualmente muestra en Chile Escrito en el aire, en el Teatro Universidad de Chile. La pieza, que forma parte del programa del Ballet Nacional Chileno (Banch), comparte escenario con Travesías, que el transandino Mauricio Wainrot realizó a partir de sus investigaciones en melodías étnicas. A través de cantos a la tierra y de música religiosa, entre otras, Travesías rescata obras anónimas que se inscribieron para siempre en el imaginario.
Con funciones hasta el 9 de octubre, ambas piezas se suman a las actividades con las que la compañía de danza de Gigi Caciuleanu celebra su 65 aniversario.
Escrito en el aire es una suerte de collage, donde cada momento remite a trabajos que han marcado la trayectoria de Araiz, ligada a la creación y al aprendizaje. Acelerados y retardados, multiplicados y divididos, los trozos componen un nuevo relato que sigue sus propias reglas. "Es una especie de alquimia, juego puro. La danza no está al servicio de una historia, es un cuento sin palabras", explica Araiz.
Ganador de un Konex en 1989 y de un Apes por Triple Araiz (también junto al Banch, en 2000), el coreógrafo presenta por segunda vez la obra tras su alabada puesta en escena en noviembre pasado, en Buenos Aires. Acostumbrado a la fusión de géneros y a explorar la teatralidad en el sonido, Araiz quiere crear con este montaje espacios limpios y que el espectador proyecte ahí sus propias lecturas.
Trajes simples, casi minimalistas, y música del Concerto Grosso N° 1, del ruso Alfred Schnittke, componen la pieza. "Esta obra tiene que ver con el oficio de la danza, tanto de intérpretes como de coreógrafos. Son cuerpos que han escrito en el aire. Se trata del recuerdo de esas escrituras: instantáneas, permanentes y, de alguna manera, eternas".
DOS NACIONES EN LA PALESTRA
Montar su trabajo en nuevos escenarios no sólo es una oportunidad para cambiar, sino también para experimentar la esencia de su oficio. "Aunque es una estructura, la coreografía está viva", asegura. Además, la situación implica desafíos. El Teatro Universidad de Chile, por ejemplo, no tiene la profundidad necesaria para el montaje de esta obra, hecho que lo ha obligado a realizar muchas variaciones.
"Con 65 años de vida, el Banch nunca ha podido trabajar en un espacio de danza bien acondicionado. Gracias a este teatro, la compañía ha subsistido, pero no deja de ser un cine adaptado para teatro. No es justo", comenta.
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