"Crespita" Rodríguez: "Yo obedecí, escuchaba balas y corría a esconderme"
La boxeadora nacional vuelve a los barrios donde creció, formó su carácter y vivió historias sobrecogedoras. Sueña con ser madre y promete no terminar como otros ídolos de este deporte.

En esta esquina (los Manzanos con los Pomelos), con 53 kilos, polera azul eléctrico y calzas deportivas… Carolina Crespa Rodríguez. Camina, observa y recuerda. Su primera pelea callejera, su primera gran pena,la primera instrucción de sus padres. Los días en que juegos infantiles como chupar un limón y no arrugarse eran interrumpidos por una ráfaga de disparos o una lucha de pandillas.
Hoy (martes 26 de agosto), la boxeadora campeona del mundo peso gallo recorre las calles de su niñez en Huechuraba y Puente Alto. Ahí vivió, ahí se formó. A los 17 años, ella y su madre cruzaron todo Santiago para dejar La Pincoya e instalarse en la Villa Ramón Venegas II. Fueron jornadas duras, en la que su vínculo con un ring se remitía a las "mochas" que regularmente tenía con vecinos o vecinas que osaron empujarla o lanzarle una broma de tono elevado.
"Era muy parada. Creo que mi primera pelea fue a los cinco años. Siempre quería resolver todo con violencia, a los combos. Hombre o mujer, me daba lo mismo. Me tiraba encima y me ponía a pelear", relata Carolina. "Me decían la Cinco Minutos", recuerda. Era el tiempo que demoraba en reaccionar con un golpe, si es que alguien cometía el error de molestarla.
INSTRUCCION BASICA
Los primeros años de la Crespa en La Pincoya fueron duros, pero felices, como ella describe. Sus padres, un carpintero y una asesora del hogar, trabajaban 10 a 12 horas diarias. Y la jornada escolar de la púgil terminaba cerca de las dos de la tarde, por lo que el resto del día lo dedicaba a jugar en la villa.
Siempre fue "polvorita". No le quedó más, porque en el barrio donde creció, muchas veces, las ideas se imponían a la fuerza. La ley de la calle. Sus hermanos, especialmente Erick, el mayor, la cuidaban. Pero desde pequeña entendió que debía arreglárselas sola. "Como lo hago ahora", apunta.
Reglas básicas de supervivencia. La más importante la recibió de sus padres. Se le quedó como primer recuerdo de infancia. "'Si escuchas balazos, escóndete en una casa'. La mía o de los amigos con los que estaba jugando. Eso me enseñaron mis papás desde chica. Y yo obedecí, escuchaba balazos y corría a esconderme", relata Rodríguez.
La campeona del mundo tiene grabadas las escenas. Tardes de fútbol (jugaba a la par con los hombres) o de corridas por algunas de las calles de La Pincoya. Aventuras como robar limones de los árboles de un patio vecino. Juegos de niños, interrumpidos por una reyerta de esquina, pero no a mano limpia. "Varias veces vi peleas que terminaban con los tipos en el suelo, con una puñalada. ¿Si alguna vez me tocó asistir a alguno? ¡No! No podíamos meternos, era peligroso", describe, con el mismo énfasis que su padre se lo dijo hace unos 20 años.
DEFIENDETE SOLA
Moisés es el nombre de su viejo. Ya tiene 68 años. Nacido y criado en La Pincoya, se quedó en esta población, cuando a los 17 años Carolina y su mamá Alicia Solorza (quien no disfruta de la exposición pública) dejaron Huechuraba. Hoy, sin embargo, volvió al hogar, en Puente Alto. Y, quizás, vive sus mejores años con la Crespa. "Siempre fue buena para pelear, nunca le dije nada por eso. Su mamá era la que se enojaba más", dice.
Habla de los primeros pasos de su hija y sonríe. Ella lo mira con complicidad. Todo cambia con la siguiente pregunta. Sus expresiones, especialmente la de don Moisés, provocan cierto arrepentimiento por la consulta, que ya fue lanzada. La historia de Erick, el guardaespaldas de Carolina en La Pincoya, el que le enseñó a dar sus primeros golpes. A la fuerza.
Ni siquiera tenía ocho años, cuando llegó llorando donde su hermano, nueve años mayor. Uno de sus amigos le había pegado. La primera derrota que se anota en su foja. Erick la tomó de un brazo y la llevó de vuelta al lugar de la pelea. "Le mostré quién fue y él me dijo, ahora anda y ¡pégale! Porque yo no voy a estar siempre contigo para defenderte". Carolina se tragó las lágrimas y, obediente, se lanzó encima del muchacho. "Le di unos buenos combos. Fue una lección de vida", evoca hoy, con lógica emoción.
"Erick siempre está conmigo, en todo lo que hago. Es como un talismán, yo sé que me cuida día a día", exclama. Es el consuelo que le queda a Carolina, porque en 1999, cuando ella tenía 15 años, la pelea en una fiesta del barrio terminó con su hermano asesinado. La noticia, seguro, ha sido el golpe más fuerte que ha recibido la campeona. "Fue una pena muy grande, para todos en mi familia. Lo recordamos día a día".
"Prefiero no hablar de eso, por favor. Es una pena que tendré toda la vida, me duele igual que si hubiese sido ayer". Es imposible negarse a la petición del padre.
CAMBIO DE VIDA
La Villa Ramón Venegas II de Puente Alto es mucho más amable que La Pincoya. La plaza, a una cuadra de la actual casa de la deportista, es punto de reunión para jóvenes con ropa colegial, abuelos, madres con sus hijos y perros callejeros que ya son parte del paisaje.
La presencia de Rodríguez llama la atención. Hoy es una celebridad en el barrio, distinto a como pasaba pocos años antes, cuando salía temprano en bicicleta, para pedalear hasta el centro de Santiago (fácil una hora y media), con lluvia o sol. Su gusto por los deportes de combate nació con el kickboxing, disciplina a la que llegó por su deseo de bajar de peso.
Lo cierto es que Carolina tuvo que lidiar con este modo irascible hasta los 21 años, gracias al kickboxing conoció a Claudio Pardo, quien se transformó en su entrenador y mentor. Fue un cambio de vida. El escritorio y los papeles de la oficina contable donde trabajaba se olvidaron. Pardo y su talento la convencieron de dedicarse por completo al boxeo.
"A mi madre no le gustó mi decisión. Mi papá no me dijo nada", explica. Don Moisés asiente con la cabeza. La conversación es fuera de la casa y es interrumpida por el cartero, que le entrega una carta a ella. ¿Cuentas? "Sí, es el dividendo. Mi mamá se ganó el subsidio del Estado y por eso pudimos llegar acá, pero todavía estamos pagándola. Yo le ayudo", apunta.
Si bien se encontró con la fama, los recursos todavía son escasos. Con las ganancias de su última pelea, en el Polideportivo del Estadio Nacional, pudo ponerse al día con algunos amigos que le prestaron dinero para subsistir y costear su preparación. Una parte se fue a la cuenta de ahorro, porque mientras no lleguen los auspiciadores, el dinero hay que cuidarlo.
"Es difícil conseguirlos. Al boxeador siempre se le asocia con el alcoholismo o las drogas. Lamentablemente, muchos ídolos del boxeo han terminado mal y eso genera temores en posibles auspiciadores", sentencia Rodríguez. "Yo soy diferente, te aseguro que nunca terminaré así. Tengo consciencia de lo que hago, de lo que quiero. Sé que el deporte es una herramienta para mí, para lograr cosas en mi vida, que después quiero enseñar a otros", agrega.
CAROLINA, MADRE
Sentada en un juego de la plaza, la Crespa detiene su mirada en un niño que recién aprendió a caminar. Ya tiene 30 años y no tiene pareja, pero sus deseos de ser madre están intactos. Es parte de su sueño. "Y voy a tener un hijo. A los 37, quizás. Tenga o no tenga novio, me gustaría tener un hijo. Soy mujer, quiero ser madre", confiesa.
Otra cosa que tiene claro la púgil es que su heredero o heredera también practicará boxeo: "Si quiere ser profesional o no, dependerá de lo que quiera. Pero este deporte sirve para formar carácter, personalidad, sin ser matón. Si es llevado con inteligencia, es una actividad positiva".
Le ha costado encontrar pareja. No le da el tiempo, dice. Pretendientes no faltan, eso sí. "El otro día me llegó en Facebook el mensaje de un tipo que me ofrecía vivir en el campo. Dijo que me quería conocer. Yo no le di bola", cuenta.
No ha sido fácil conciliar boxeo y amor. Hay un estigma que sortear. Carolina lo entiende, pero no le gusta. "Todos creen que porque peleo, soy lesbiana. Y no, no soy lesbiana. Me gustan los hombres y me gustaría conocer un hombre para tener mi familia. Muchas mujeres se me han insinuado, me tiran los cortes. Yo me río y tengo que explicarles que no, que soy heterosexual".
No es un tema que le abrume, en todo caso. Su prioridad hoy es el deporte. Todavía hay muchos planes que cumplir, porque para conseguir sus dos coronas peso gallo, la Crespa y su entrenador tuvieron que hacer caja con los implementos del gimnasio que fundaron. De hecho, su casa en Puente Alto sirve de bodega para lo que se pudo salvar de la venta.
Volver a tener un gimnasio propio es uno de sus grandes anhelos. Su único auspiciador privado, Casas Buin, se comprometió a entregarle casas prefabricadas para iniciar el proyecto. Carolina ya invirtió parte de sus recursos en un terreno en Villa Alemana, para instalar, por ahora, su próximo hogar deportivo.
Será su casa de descanso y concentración, cuando se acerque un combate. Ahí espera llevar a sus padres y a sus familiares más cercanos. Ahí, posiblemente, su hijo tendrá su primer contacto con el boxeo. ¿Vivir ahí permanentemente? Por ahora no es una opción que le interese. Porque ella quiere seguir en su villa, con sus calles, con sus vecinos. Quiere seguir siendo la misma Carolina de siempre. La del barrio.
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