Histórico

Crítica de cine: Hágalo usted mismo

La imaginación de Michel Gondry hace su reaparición en una cinta modesta y entrañable que, aun si en apariencia vive a espaldas del mundo real, consigue extraer lo más valioso de los seres que lo habitan.

Vaya que tiene encanto la tecnología una vez que queda obsoleta. Es, más o menos, la filosofía subyacente a la última realización del francés Michel Gondry, figura esencial en la historia del videoclip y director de la insuperable Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Con la salvedad de que acá el asunto va en serio, y de maneras que comprometen desde el look de Rebobinados hasta el modo en que sus personajes van cobrando vida. Un despliegue de la imaginación sólo comparable al cariño prodigado al lugar donde se desarrolla esta singular historia y a los seres que la pueblan.

Elroy (Danny Glover) es el dueño de un videoclub en Passaic, Nueva Jersey, que sólo arrienda VHS y que ha alimentado la leyenda de que en el mismísimo sitio en que funciona la tienda nació el legendario pianista de jazz Fats Waller. Y cuando debe dejar el local por unos días, lo pone en manos de Mike (el rapero Mos Def), un empleado que es como su hijo, quien a su vez no puede evitar las intromisiones de Jerry (Jack Black), tipo raro que trata de sabotear una torre de alta tensión. Pero el sabotaje le sale mal, queda "imantado" e involuntariamente borra las películas del modesto local, que para peor va camino a la demolición.

Acto seguido, Jerry y Mike asoman con una idea para salir del paso: cuando una cliente despistada (Mia Farrow) pide Los cazafantasmas, el par orquesta su propia versión del blockbuster ochentero, en video y en apenas unas horas. Total, piensan, es difícil que se dé cuenta. Pero los remakes caseros se convierten en sensación, lo que a su vez obliga a la dupla (acompañados a poco andar por Melonie Díaz, revelación de origen portorriqueño) a trabajar sin pausa haciendo, a su manera, Una pareja explosiva 2, 2001, Robocop, King Kong, Carrie y varias más. De acuerdo, hay que contribuir con mucha credulidad para que la propuesta funcione.  Pero, ¿qué hacer si de ahí salen individuos e historias entrañables, para no hablar de momentos de genuino humor? Pues entregarse, qué otra cosa. Porque si bien algunos defendimos su anterior desvarío (La ciencia del sueño, ya sin el apoyo guionístico de Charlie Kaufman) con plena conciencia de su carácter disparatado e inconducente, ahora los reproches no pueden ir por ese lado. El director sigue siendo un cabro chico, no hay duda, pero lo que esta vez ha parido es un pequeño triunfo de su imaginación. También es un comentario político y una plataforma moral que, de seguro, saldrá de cartelera tan silenciosamente como entró: razón adicional para no dejarla ir tan fácilmente.

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