Dióscoro Rojas: "Tengo miles de canciones, pero me gustaría no tener que cantarlas"
En agosto, el líder del colectivo guachaca volverá a un estudio de grabación para retomar la veta de cantautor que dejó en pausa por más de dos décadas.

A estas alturas Dióscoro Rojas está habituado a que la gente lo pare en la calle, lo felicite por su trabajo o incluso, en ciertas ocaciones, le cobren más barato un viaje en taxi. Desde que en 1997 organizó la primera Cumbre Guachaca, el artista de 65 años se ha mantenido a la cabeza de un colectivo que ocupa buena parte de su tiempo, y que con el tiempo se ha ido ampliando a sucursales en regiones y múltiples actividades paralelas, como campañas solidarias y clases de cocina en el Matadero Franklin. Pero la misma iniciativa que lo convirtió en un ícono de la cultura popular y en emblema de los valores de la chilenidad, también ha provocado su distanciamiento con la que fue su primera y principal actividad artística.
"Hay mucha gente que me saluda en la calle, pero no sabe bien quién soy. No soy de la tele, pero de repente salgo", cuenta Rojas, que en las próximas semanas retomará la faceta con la que se hizo un nombre a mediados de los años 70 y que ha mantenido en relativa pausa desde hace más de dos décadas: la de cantautor. Esto, con un EP que registrará en agosto en los estudios capitalinos Madreselva, en la que será su primera grabación desde Cuando Dios vino al sur (1992), su segundo y último lanzamiento oficial, y al que le han seguido hasta hoy sólo esporádicas presentaciones en vivo.
"Yo quería sacar un disco cada diez años, pero lo que sucede es que te empiezas a plagiar. Por lo mismo, los más jóvenes no conocen mi trabajo musical", explica el artista, quien para sus nuevas composiciones echó mano a las imágenes que guarda de su natal Lontué (VII Región), en las que se mezclan historias de curas, gitanos, estaciones de trenes y fiestas de la primavera cargadas al vino. Como en El príncipe, una de las creaciones para su nuevo trabajo -que entona de memoria sentado en el living de su departamento en Ñuñoa-, el que grabará con piano, guitarra, violín, contrabajo y percusiones junto a un grupo de músicos jóvenes.
“Son historias comunes... ¿Para qué voy a hablar de filosofía? Pienso que toda esta manera de ver el mundo tiene que tener sus canciones, porque estos personajes ya han sido tratados en la música pero siempre muy folclóricamente”, detalla Rojas, explicando en cierta forma su histórico rechazo a ser catalogado de folclorista o payador.
¿Cómo definiría la música que está haciendo actualmente?
Yo digo que lo que hago es una cumbia renacentista, por ponerle algún nombre. Pero en realidad es como música de cámara folclórica, lo que siempre he hecho.
¿Por que pasó tanto tiempo antes de decidirse a hacer un nuevo disco? ¿Había dejado de componer?
Son etapas en las que hago música. De hecho tengo un disco que grabé hace muchos años, con tonadas y boleros, pero al final nunca lo saqué y por ahí está. Tengo miles de canciones. Yo debería haber grabado de nuevo en el estudio hace mucho tiempo, o haberle pasado mis canciones a otros artistas. Lo que pasa es que a mí me gustaría no tener que cantarlas porque no canto bien, pero si no las canto yo no tiene ninguna gracia la cuestión.
El padre
Ya en su debut discográfico, Las ganas de llamarme Domingo (1982) -cuyo tema homónimo se volvió una suerte de himno de la juventud en los años de dictadura- Rojas logró sintetizar sus dos grandes universos formativos: el del Conservatorio de la Universidad de Chile, donde pulió su talento compositivo desde muy joven, y el de las peñas de los años 70, donde coincidió con Víctor Jara, Silvio Rodríguez y con quien se convertiría en su maestro: Roberto Parra.
“El tío Roberto fue siempre genio. Nunca me influenció: yo era su admirador”, cuenta Rojas, quien montó la primera versión de La negra Ester en 1986, “antes de la genialidad que hizo después (Andrés) Pérez”. El hermano de Violeta y Nicanor no sólo le mostró al cantautor la posibilidad de un arte que reflejara el Chile popular y sencillo -cuyos valores inpiraron la creación del colectivo guachaca-, sino además propició la búsqueda de Rojas por un nuevo tipo de música tras el abrupto final de la Nueva Canción Chilena, y que él mismo terminó llamando “Canto Nuevo”.
Muchos lo consideran el padre del Canto Nuevo. ¿Concuerda con eso?
Para crear un movimiento musical hay que llevarlo a cabo. Estábamos en plena dictadura y yo pensaba que había que hacer un canto más sencillo, más allá de la hazaña del pueblo y todas esas cosas con la que nunca comulgué. Un movimiento como el Canto Nuevo tenía que sonar, y para eso hice el grupo (Cantonuevo). Y hay que difundirlo, y para eso hice una agrupación e hice una peña. Yo lo definí. Cuando me separé por primera vez, la mujer que me echó de la casa me dijo “andái rayado con lo del Canto Nuevo así que ándate a la cresta”. Uno en este país ha tenido que ser como un activista, y con los guachacas ha pasado un poco lo mismo.
¿Ve posible un movimiento similar en la actualidad?
Lo que pasa es que ya no tenemos un movimiento musical. Tenemos una cantidad de jóvenes haciendo cosas nuevas, pero todavía no hay un movimiento que cree algo distinto. Lo que se hace ahora en la música es sacar del tiempo mecánicamente, y se mete a la fuerza en otra época. Los verdaderos artistas tienen que mostrarle el futuro a su pueblo, a su comunidad. Los artistas ya no señalan los rumbos.
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