Histórico

El domicilio de las ideas progresistas

<font face="tahoma" size="3"><span style="font-size: 12px;">Perdimos la elección porque no entendimos que se necesitaba un nuevo ciclo de cambio. Se rompió el vínculo entre la ciudadanía y su representación política. Se impuso una visión tecnocrática que no tomaba en cuenta las opiniones del mundo ciudadano.</span></font>

La Concertación pasará a la historia como la coalición más exitosa de Chile. Es evidente que no perdió las elecciones por sus aciertos, sino por su doble incapacidad para resolver los temas pendientes y anticipar el mundo que viene.

Hoy, hay una controversia que opone la tecnocracia a la política. Valoro ese debate, pero creo que se articula sobre una falsa dicotomía. Toda persona que se dedica al servicio público debe incorporar ambas variables: no se pueden formular políticas públicas sin expertise técnica, sin escuchar a la gente y sin tener una visión de país. El problema es que en la Concertación primó una mirada conservadora, incapaz de abordar lo que está pendiente en materia de desigualdades, temerosa de la innovación y poco sensible a los temas emergentes en una sociedad del siglo XXI.

No nos dimos cuenta de que se había cumplido un ciclo exitoso, pero que las ideas de hace 20 años estaban obsoletas o habían cumplido sus objetivos. En este lapso surgió una nueva ciudadanía, más exigente, que entendió los logros de la Concertación como una gran fuerza democratizadora. Chile quería más: la sociedad estaba madura para avanzar en un proyecto, pero ahora de transformación hacia una sociedad de mejor calidad, más inclusiva, más equitativa y con más espacios de libertad.

¿Por qué, si la sociedad chilena es más progresista hoy que ayer, el país optó por la derecha?

Perdimos la elección porque no entendimos que se necesitaba un nuevo ciclo de cambio. Se rompió progresivamente el vínculo entre la ciudadanía y su representación política. Se impuso una visión tecnocrática que no tomaba en cuenta las opiniones del mundo ciudadano y tuvo dificultades para dialogar con los movimientos sindicales, con los gremios, con los movimientos ambientalistas y con los pueblos originarios. Fue un gran error entender que estos grupos representaban meros intereses corporativos. Esto llevó a perder los aportes de liderazgo, prácticas y contenidos del mundo social, reduciendo a la Concertación a una coalición sin ciudadanía. Perdimos porque renunciamos progresivamente a la defensa de las ideas que exigía el mundo progresista.

Frente al movimiento de los pingüinos, que demandaba la priorización de la educación pública, en lugar de apoyar un anhelo mayoritario de la ciudadanía, terminamos apoyando la LGE, que significó un golpe de gracia a la educación pública y la apuesta por la educación particular subvencionada.

La Reforma Previsional incorporaba el compromiso de crear una AFP estatal, proyecto que nunca fue enviado al Congreso. Se incumplió de esta manera una promesa explícita del gobierno. Tampoco fue posible, a pesar de los sistemáticos planteamientos que hicimos, aumentar el impuesto al tabaco, el impuesto a las empresas y a la extracción de recursos naturales, devolver el 7% a los jubilados o nacionalizar los recursos hídricos (¡y somos el único país del planeta donde el agua es propiedad privada!).

Tampoco fuimos capaces de abordar desafíos concretos y propios de nuestra época: asegurar internet para todos como servicio básico; hacer de Chile una potencia en energías renovables o abordar los desafíos de la biotecnología.

La Concertación tiene que volver a ser el domicilio de las ideas progresistas que son mayoritarias en Chile; tiene que poner en marcha un nuevo trato con el mundo social, y ser socios en la construcción de una sociedad más integrada e igualitaria; y tiene que hacerse cargo de los desafíos del futuro. Debe entonces construir un nuevo proyecto progresista para Chile.

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