Histórico

El Pakistán de Osama bin Laden

Sin una reforma del ejército y de los servicios de inteligencia paquistaníes, no podrá terminar el terrorismo transnacional.

LA MUERTE de Osama bin Laden por parte de las fuerzas especiales de EEUU recuerda la captura de otros líderes de Al Qaeda en ciudades paquistaníes. Una vez más, vemos que los santuarios verdaderos de los terroristas no están ubicados a lo largo de las fronteras de Paquistán con sus vecinos de Afganistán e India, sino que en el corazón del país.

Esto, a su vez, subraya otra realidad fundamental: la lucha contra el terrorismo internacional no puede ser ganada sin desmilitarizar y des-radicalizar Pakistán, como tampoco sin reequilibrar las relaciones entre civiles y militares que existen allí y controlar a la inescrupulosa Agencia de Inteligencia Inter-ervicios (ISI).

Otros líderes terroristas capturados en Pakistán desde el atentado del 11-S comprenden a Khalid Sheikh Mohammed, el tercer hombre en comando de Al Qaeda; Abu Zubeida, jefe de operaciones de la red; y Ramzi Binalshibh, uno de los coordinadores de los ataques contra las Torres Gemelas, también fueron encontrados viviendo en Pakistán. Si de alguna manera sorprende el escondite de Bin Laden, es su ubicación en un pueblo militar, Abbottadad, a la sombra de una academia del ejército.

Esto sólo destaca la gran protección que bin Laden debe haber recibido del establecimiento de seguridad pakistaní para ayudarlo a eludir la redada estadounidense durante casi una década. El avance en su persecución se produjo sólo después de que EEUU, incluso a riesgo de romper lazos de larga duración con el ejército de Pakistán y el ISI, desplegó una serie de operativos dentro del país sin conocimiento de los militares pakistaníes.

En los últimos años, el muy fragmentado Al Qaeda ya había perdido la capacidad de montar un ataque internacional considerable o desafiar abiertamente los intereses de Washington. Con la muerte de Bin Laden, es probable que Al Qaeda se debilite o desaparezca como organización. Sin embargo, se espera que su ideología peligrosa perdure y motive a actores no gubernamentales patrocinados por Estados (como los golpes de Mumbai en 2008). Para EEUU, Pakistán plantea un desafío particularmente difícil. A pesar de proveerle 20 mil millones de dólares en ayuda contra el terrorismo desde el 11-S, EEUU ha recibido ayuda a regañadientes, en el mejor de los casos, y cooperación engañosa, en el peor. No obstante, Pakistán es hoy más dependiente que nunca de la ayuda estadounidense.

Al mismo tiempo que los estadounidenses se regocijan con la muerte de Bin Laden, el gobierno de EEUU debe reconocer que su política fracasada en Pakistán inadvertidamente ha hecho de ese país uno de los principales santuarios de terroristas del mundo. En lugar de ayudar a construir instituciones civiles sólidas en esa nación, Washington ha consentido al establecimiento militar pakistaní -penetrado por la jihad-, cuya mejor ilustración es el paquete fresco de ayuda militar de US$ 3 mil millones para el próximo año fiscal.

No se equivoquen: el flagelo del terrorismo paquistaní emana más bien de los generales bebedores de whisky del país que de los mullahs.

© Project Syndicate

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