La cosa es más o menos así. Un grupo de amigos se pone de acuerdo para organizar una fiesta por todo lo alto y quiere escoger a un maestro de ceremonias para que lleve la batuta ese día. Una de las cartas, aunque muy interesado, no sabe si aceptar el desafío, porque un ex jefe y amigo suyo también podría querer animar el evento, si bien no termina de explicitarlo. Los organizadores de la fiesta, que no pueden nombrar al maestro de ceremonias sin que éste voluntariamente se ofrezca, posponen el asunto.
Por meses se espera que uno de los dos posibles animadores -el indeciso o el misterioso- se anime a asumir el reto. El misterioso, finalmente, aclara que su tema es otro y que no está disponible. El indeciso, no obstante, nuevamente duda, esta vez porque resulta que no todos los organizadores de la fiesta ven con buenos ojos que él sea el centro de atención. Y como el aludido quiere unanimidad en su nombramiento, la fiesta se retrasa de nuevo.
Finalmente, ante la mencionada falta de consenso, nuestro indeciso declara su falta de interés por animar nada de nada, pues su trabajo en Washington apenas le deja tiempo para estas cosas. Se congela la fiesta.
Ahora, sorpresivamente, viendo que aún no hay celebración por falta de animador, el otrora indeciso les da un tirón de orejas a los organizadores, diciendo "creo que se han perdido meses muy valiosos. (La fiesta) debería haber empezado hace varios meses y todavía no comienza". Así, como si nada. A lo mejor ya no quiere ni que lo inviten. (MOJ)