Histórico

La historia del crítico que educó a su hijo sólo con películas

Se lanza Cineclub, donde David Gilmour cuenta cómo le ofreció a su hijo -un pésimo alumno- dejar el colegio a cambio de ver tres filmes a la semana y no drogarse. El chico aprobó y  fue a la universidad.

La primera vez que Jesse Gilmour vio la película Los cuatrocientos golpes junto a su padre terminó bostezando y entregando el siguiente juicio: "¿Un poco aburrida, eh?". Tres años y 247 páginas después el muchacho sabía con gran exactitud varios detalles valiosos del mundo del cine. Por ejemplo, que el director de fotografía del cineasta Ingmar Bergman era Sven Nykvist, que Marlon Brando viajó especialmente a casa de Tennessee Williams para actuar en Un tranvía llamado deseo y que el filme Annie Hall de Woody Allen ocupa un lugar primordial en su corazón de adolescente enamoradizo. Pero sobre todo Jesse maduró emocionalmente, pudo enfrentar con cierta prestancia a las chicas y, antes que nada, ser menos amargado.

Durante todo el arco cronológico del libro Cineclub (2008) se ve el ilustramiento de Jesse, un joven que a los 15 años coqueteaba demasiado con las drogas y las malas calificaciones y que tras una decisión radical de su padre terminó convertido en alguien con hambre de conocimiento artístico. Tal trayectoria educativa es descrita por estas crónicas a modo de memorias paterno-filiales del crítico de cine y novelista canadiense David Gilmour. Publicado recientemente en Chile, el volumen viene precedido de gran aceptación en Norteamérica, con elogios que van desde el escritor estadounidense Richard Russo ("Muy sabio en lo que se refiere a padres e hijos, películas y cinéfilos, amor y pérdida") a las páginas de The New York Times, donde el cineasta Douglas McGrath (Emma, Infame) dijo sentir "admiración por el nivel literario de Gilmour, gran empatía hacia la lucha por su hijo y compromiso con su historia".

"No sé cómo será en Chile, pero en Canadá un muchacho se puede retirar de la educación secundaria a los 15 años y luego entrar a la universidad si lo quiere. No son obligatorios los últimos dos años", explica Gilmour desde su hogar en Toronto. El ejemplo de su retoño es la prueba fehaciente de esta norma que a veces funciona, con el joven Gilmour como un flamante egresado de Literatura de la Universidad de Toronto. "El chico luego se fue a estudiar cine y hace una semana terminó su primer cortometraje. Es algo realmente increíble", comenta este hombre  de 60 años.

Hace un par de años Gilmour,  que además es novelista, se encontraba en un círculo vicioso creativo, sin saber realmente cómo continuar su vida creativa. En ese momento su hijo le dio, según él, uno de los mejores consejos de su vida. "Jess me dijo que era muy simple, que escribiera sobre aquellos tres años que pasamos juntos viendo películas. Telefoneé a mi agente, quien a los 20 minutos me devolvió el llamado y me dijo que me había encontrado una editorial. Ahora el libro ya está publicado en 15 idiomas y se vende muy bien", dice Gilmour.

Pero, ¿cuáles fueron las razones de este hombre para retirar a su muchacho del colegio y darle una poco ortodoxa educación consistente en películas?: "Era un mal estudiante. Pero lo peor de todo es que no era feliz, realmente el colegio no le gustaba, era un tormento para el chico. Tampoco iba a aprender ahí y yo finalmente lo iba a perder. Así es que le dije que se saliera". A cambio,  Jesse debería ver tres películas escogidas por su padre a la semana y dejar las drogas. El muchacho dijo en el el acto que sí.

En el volumen se mezclan la educación sentimental y la instrucción cinéfila de Jesse, quien en algún pasaje del libro cita las historias en los bares neoyorquinos del  protagonista de Calles peligrosas  (1973) de Scorsese para explicar sus andanzas nocturnas. Y el propio padre encuentra ecos del cine en las respuestas que su hijo le da, como cuando rechaza su invitación a ver una película extra en casa y Jesse le explica "No viejo, hoy no es tu noche". Es lo mismo que el personaje de Rod Steiger le dice a Marlon Brando en Nido de ratas justificando su derrota en un combate de boxeo.

Pero no todo lo que el adolescente observa es cine de alta calidad. La razón es que según David Gilmour todas las películas sirven para aprender algo en la vida. "Traté de elegir las películas que me gustan o que me atrajeron en algún momento a pesar de que quizás ahora perdieron su encanto o son simplemente basura o estúpidas. En este último lote están por ejemplo Showgirls (1995), una porquería que es un auténtico placer idiota, Rocky III (1982) o Alerta máxima,  (1992) con Steven Seagal. Tampoco quería que mi muchacho se aburrriera como en el colegio, mostrándole sólo cine arte. Aún así vimos 360 filmes, así es que había de todo, con El padrino, Ciudadano Kane y todas las canónicas incluidas", cuenta el autor y ex crítico de cine de la estación televisiva CBC, quien además explica que este tipo de clases a domicilio no podrían haber sido hechas con libros o visitas a museos. "Hacerlo leer hubiera sido un desastre, se habría aburrido, como en el colegio. Tenía que ser algo que lo motivara de alguna manera", explica.

Sin falsos didactismos en mente, Gilmour afirma que lo suyo bien puede ser un caso aislado y en ningún caso una receta. "A algunos les gusta el colegio y a otros no", enfatiza. Su hijo por lo menos le dejó grandes recuerdos en aquellos años, como cuando solía ver una y otra vez películas de Woody Allen, darle una segunda oportunidad a Los cuatrocientos golpes  o identificarse con Marlon Brando en El último tango en París.

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