Histórico

La suma de contradicciones de Keiko Fujimori

La hija del ex presidente Alberto Fujimori batalla entre el legado de su padre y destacar por cuenta propia.

Nadie podría imaginar que cuando Keiko Sofía Fujimori Higuchi de casualidad llegó al poder a los 19 años, se convertiría 20 años después en una líder, con el respaldo de un tercio del electorado y la única segura -desde el comienzo de la carrera presidencial- de llegar al balotaje del próximo 5 de junio.

Nació en el distrito limeño de Jesús María el 25 de mayo de 1975. Actualmente vive con su esposo, Mark Vito Villanela y sus dos hijas, Kiara y Karoi, en un departamento ubicado en la avenida Floresta, en Surco, un barrio de la clase alta, que se caracteriza por sus amplios jardines, edificios modernos y guardias privados.

Fue a mediados de 1994, cuando la actual candidata se convirtió en primera dama luego que sus padres se divorciaran, producto de las acusaciones de la madre, Susana Higuchi, contra el entonces Presidente Alberto Fujimori (1990-2000), a quien denunció de haberla sometido a torturas.

Por esa época Keiko estudiaba en Nueva York y tras la petición de su padre y el apoyo de su madre, aceptó el reto. “La he visto crecer desde esa época. Enfrentó el cargo que, prácticamente, fue la mamá la que le rogó que lo asumiera después de la separación. Y como primera dama la pusieron a cargo de la fundación cardiovascular, de la fundación peruana por los niños, asumió cargos y lo supo hacer muy bien”, cuenta a La Tercera, Luz Salgado congresista del partido Fuerza Popular.

Cercanos al fujimorismo, que no quisieron ser identificados, dijeron a La Tercera que ella no tenía considerado asumir este cargo ni tampoco volver a Perú, luego que su padre fuera detenido en Chile en noviembre de 2005. “En ambos casos,  ella tenía otros planes. Fueron las circunstancias las que la hicieron tomar esas decisiones. Podía tener la idea de manera parcial, pero no lo tenía como plan dedicarse íntegramente, ni el plan de venir a liderar el fujimorismo a Perú”, señalan.

En todo caso, advierten que Keiko no era ajena a la vida política, porque Alberto Fujimori siempre llevaba a sus hijos a todas partes, por lo que asumir un rol más importante “no es algo que le desagradara”.

Periodistas de la época recuerdan que, en un comienzo, cuando era primera dama tuvo un perfil bajo, pero poco después asumió un rol más importante, aunque ahora -destacan- se quiera desmarcar del gobierno de su padre.

Sin embargo, su círculo cercano señala que Keiko desde siempre tuvo una opinión propia y que, muchas veces, distaba de la que tenía Alberto Fujimori. “Siempre se notó que ella tenía una posición independiente de las de su padre, de hecho, firmó para que hubiera un referendo para la reelección o dijo que no estaba de acuerdo con algunas medidas que se tomaron en el gobierno”, recuerdan.

No fue sino hasta la campaña electoral de 2011 -en la que perdió en segunda vuelta con 47% de los votos frente a Ollanta Humala, 52%- cuando comenzó a distanciarse del ala dura del fujimorismo. Quienes la conocieron por ese entonces aseguran que fue su entorno quien “le vende la idea de que debe centrarse en su figura y alejarse del padre”. Su distanciamiento ha llegado al punto que, aseguran, ni siquiera visita a Fujimori en la cárcel (donde cumple una pena de 25 años por abusos contra los DD.HH.).  “A ella le vendieron el sueño de la casa propia. Si ella se apellidara Pérez no estaría donde está”, agrega un cercano a Fujimori.

Dentro de este grupo cercano, se encuentra la abogada Ana Vega, que conoce a la candidata desde hace 20 años y ha sido descrita como una suerte de madre de Keiko. El otro es Pier Paolo Figari, que la asesora desde que era congresista, le escribe los discursos. Ha sido descrito como el ideólogo de Keiko.

“Keiko es una suma de contradicciones, lo que la hace ser muy prudente, de andar a tientas para no hablar de más, no tiene mucha soltura sus declaraciones son muy preparadas”, dice a La Tercera, el periodista Fernando Vivas.

“Nunca dejará de vivir ese dilema de hasta qué punto reivindicar o marcar el padre. Le he preguntado si ella quiere reivindicar o redimir al padre y esquiva la pregunta, porque políticamente no será aconsejable que la conteste. Vive en ese limbo moral”, concluye.

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