Histórico

Opinión: La crónica y el terremoto

"Ocho millones de personas rodaron en polvo en 25 segundos", escribió José Martí.

Hacia 1886, José Martí publicó en La Nación de Buenos Aires "El terremoto de Charleston", un texto que ayudó a consolidar a la crónica como el género que, en palabras de Susana Rotker, iniciaría "la renovación de la prosa en Hispanoamérica". Yo había leído la crónica de Martí hacía mucho; después de lo ocurrido en Chile, volví a Martí.

Martí, que vivía en Nueva York, no viajó a Charleston para reportear sobre el terremoto. Sin embargo, el texto está escrito como si hubiera estado ahí: "Se nota en todas las caras, a la súbita luz, que acaban de ver la muerte: la razón flota en jirones en torno a muchos rostros...". Hoy se busca una delimitación férrea entre la ficción y la no-ficción; la licencia de Martí muestra que se trataba de otro momento, cuando estaba claro que la literatura lo era todo y el periodismo ocupaba un lugar subordinado.

Martí, como los otros modernistas, tenía una relación desencontrada con el progreso: criticaba a las élites latinoamericanas, que tenían el sueño de una modernidad parcial, de desarrollo material a imitación del modelo de la Ilustración europea, pero no de superación de prejuicios raciales y de clase que venían de la Colonia: se desdeñaba a la "barbarie" (el indio, el negro) y se ansiaba una "civilización" en la que importaba mucho la inmigración de Europa. Quizás por eso, el terremoto podía ser visto por Martí como una gran posibilidad para cambiar las cosas y apostar por una modernidad propia y más completa.

Martí  nos dice varias cosas sobre la catástrófe. Una de las más importantes es que nuestra modernidad es frágil, que el intento por conquistar a la naturaleza puede terminar en fracaso en apenas instantes: "Ocho millones de pesos rodaron en polvo en veinticinco segundos". No sólo eso: Martí, como lo vio el crítico puertorriqueño Julio Ramos, presenta al ferrocarril, gran símbolo del progreso decimonónico, como un ícono vencido: "Hoy los ferrocarriles que llegan a sus puertas [de Charleston] se detienen a medio camino sobre sus rieles torcidos, partidos, hundidos, levantados".

Para Martí, hay un antes y un después del terremoto. El ser humano experimenta una sensación tan básica como el miedo, lo cual lo lleva a una búsqueda espiritual: "¡Cincuenta mil criaturas a un tiempo adulando a un Dios con las lisonjas más locas del miedo!". Las relaciones humanas también cambian: en la sociedad sureña de Charleston, marcada por una cruenta guerra civil por los derechos de los negros, Martí cree ver que el terremoto es capaz de alterar el trato entre las razas.

La catástrofe destruye todos los elementos de la modernidad triunfante, pero también permite que el hombre pueda reconectarse con su espiritualidad perdida en medio del avance de los ideales de la Ilustración, y con una nueva noción de polis, un nuevo interrelacionamiento social. Se podría decir que la igualdad entre blancos y negros será transitoria, una oportunidad perdida para esta sociedad; en todo caso, lo que importa es que el terremoto es capaz de poner al desnudo la verdad de las relaciones sociales y de dar una nueva oportunidad para la construcción de una comunidad más justa.

Debido a la catástrofe se producen desmanes, "orgías abominables", pues "las bestias… abundan en todas las razas". No importa. Para Martí, el terremoto no es más que la forma que tiene la naturaleza de encontrar "el equilibrio de la creación". El hombre se levanta, dispuesto a la nueva batalla. El final es feliz: "Y ríen todavía en la plaza pública, a los dos lados de su madre alegre, los dos gemelos que en la hora misma de la desolación nacieron bajo una tienda azul".

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