Ricardo Paredes: "Miro a mis hijos y encuentro que lo he hecho fantástico"
Por primera vez se aleja de su rol de economista y experto en educación para hablar del papel más importante de su vida: el de padre viudo de cuatro hijos. Recuerda emocionado los últimos cinco años de su vida, en los que debió lidiar con el dolor, la culpa y el miedo, y aprendió a hablar de muerte, suicidio y resiliencia.

Todo lo que rodea a Ricardo Paredes es acogedor. Su tono, las palabras que usa y cómo se emociona cada vez que habla de Valentina, Pedro, Antonia y Pablo.
No es exagerado hablar de un super papá. Y no sólo porque la vida y sus dolores lo hayan obligado a serlo, sino porque el economista y académico, que entre otras cosas en 2011 presidió la Comisión de Financiamiento Estudiantil del Ministerio de Educación, tiene algo paternal.
Se casó muy joven con la psicóloga Anita Haz y partieron con su primera hija recién nacida a Estados Unidos -a UCLA- para que él hiciera su doctorado. Mientras estaban allí nació Pedro y entonces le tocó ser mamá y papá a la vez. “Mi mujer se fue por un mes y medio a Standford a hacer un curso y yo ofrecí quedarme solo con los niños, que tenían dos años y seis meses. Ahí descubrí que el rol de madre es muy ingrato, que uno se cansa mucho, que es muy demandante y que nadie te lo reconoce. Parece que no pasó nada durante el día y terminas muerto… pero desde ese minuto se generó una relación muy especial y cercana con los niños”, recuerda.
Ya de vuelta en Chile, en 1990 nació su tercera hija y seis años después el menor. Luego perdieron a Florencia, su quinta guagua, a los seis meses de gestación. Fue una experiencia difícil, sobre todo para su mujer. Él asistió a todos los partos y mudó, dio papa y pasó largas noches en vela.
El rector del DUOC UC trabajó por años en la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, de la cual fue decano entre 1998 y 2002. Después de eso vinieron momentos difíciles para la familia Paredes Haz: por su rol como presidente del Instituto de Economía (Idecon), entidad formada por economistas de esa universidad, Ricardo se vio involucrado en el Caso Mop-Gate en 2003, e incluso estuvo procesado por negociación incompatible, cargo del cual fue sobreseído. En esa etapa, que fue muy marcadora, su mujer empezó a desarrollar lo que Paredes llama una “enfermedad del ánimo”.
“Si a uno le da cáncer, todo depende de los médicos y del tratamiento, pero si tienes depresión, la gente cree que depende de ti salir adelante… es como ‘córtala, levántate…’ y no pasa por ahí. Es durísima, va creando barreras, alejando a las personas y es muy difícil de diagnosticar. La Anita era una mujer brillante, de las personas más inteligentes que yo he conocido. Era psicóloga, metida en trabajo social y muy competente. Pero simplemente no pudo, estuvo internada un par de veces, pero no lo logró. Y hace cinco años se mató”.
Paredes, hoy rector del DUOC UC y profesor de la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica, lo cuenta con tranquilidad. Es el episodio más duro de su vida, pero no le da ni miedo ni vergüenza hablar sobre él. Por el contrario, cree que es necesario tocar el tema del suicidio y todo lo que este significa para una familia, antes y después. “Fue un período muy duro, nuestra relación se había hecho muy difícil y uno empieza a vivir mundos paralelos. Esta es una enfermedad muy canalla y cuando uno habla de suicidio hay quienes hablan de egoísmo. Y eso no es cierto, la Anita era tremendamente generosa, pero estaba enferma y todos lo sabíamos. Mi hijo menor, que entonces tenía 13 años, me dijo un día: ‘yo sabía que la mamá se iba a morir, pero no sabía cuando’… por eso siento que hay que relatar estas cosas”.
Culpa y reconstrucción
“Cuando mi mujer murió llegaron muchas amigas sintiéndose culpables por haberla dejado sola. Gente que ni siquiera era tan cercana se mostraba culpable… Imagínate lo que era para nosotros”, reflexiona.
En ese momento sus dos hijos mayores estaban de viaje, por lo que le costó algunos días volver a tener a la familia reunida. Cuando lo hizo comenzó a pensar en cómo reconstruirse, en cómo consolar a cuatro hijos de entre 13 y 29 años que habían perdido a su mamá y en evitar que alguno de ellos cayera en el mismo círculo empujado por la pena.
“Al principio uno no sabe qué hacer. Siempre he confiado en mis capacidades para salir de los problemas, pero intuitivamente fui aceptando la ayuda que llegara de todas partes. Mi hija mayor estaba recién casada y tuvo mucha contención de su marido. Mi nana de toda la vida, la Erika, fue clave en ese proceso, lo mismo que las mamás y las profesoras del colegio Andrée (donde estudiaba Pablo), que se turnaban para llevarlo a sus casas. Pero todo era confusión en ese momento”.
-¿Cómo fue transformarte en papá, mamá y dueño de casa de golpe?
Lo primero fue el choque con la realidad, con el hecho de que a pesar de la pena y la preocupación las cosas tenían que seguir funcionando. Yo soy optimista y por lo mismo me convencí de que la Anita estaba sufriendo mucho y que estaba en un mejor lugar. Pero había que adecuarse, volver a trabajar y los niños a estudiar. A esas alturas yo había cambiado mi foco, no estaba preocupado de leseras y sólo me importaba que conversáramos mucho. Había tristeza, cada uno a su manera se sentía culpable. Tuve temor de que ellos pudieran culparme a mí, pero todo lo fuimos trabajando juntos. Mi actitud fue bastante proactiva, de no quitarle el cuerpo a hablar de la muerte o de la enfermedad. Más que recomponiendo, siento que fuimos construyendo porque, aunque siempre he sido un papá presente, esto me abrió dimensiones nuevas en mi relación con mis hijos.
-Me imagino que el primer impulso es querer romper con todo…
Eso me pasó con la casa. Sentía que había mucha tristeza ahí y mi primera idea fue salir. Pero una amiga me dijo “déjamelo a mí”…; la pintó, la arregló, trajimos un cura a rezar y tirar buenas vibras y fue increíble. Hoy creo que quedarnos fue clave, porque pudimos hacer un duelo bien hecho, en un espacio donde está la presencia de la Anita, su memoria.
Resiliencia y reencuentros
En su proceso de sanación el amor ha jugado un papel importante. Hace tres años Ricardo se reencontró con una novia de su juventud, la escritora brasileña Silvinha Meirelles. “Una amiga brasileña, compañera mía en UCLA, estaba un día en el gimnasio en São Paulo conversando con un grupo de mujeres. Les estaba contando de su vida en Estados Unidos y de que tenía un grupo de amigos de varios países, entre ellos algunos chilenos. Entonces Silvihna le dice ‘yo conocí a un economista chileno…’ Imagínate, en una ciudad de 22 millones de habitantes ella hizo la conexión”.
Silvihna también enviudó y tiene hijos. “Ella tiene a los suyos en Brasil y yo los míos en Chile, por lo que en este momento no tenemos opción de movernos… Cuando la tengamos, nos casaremos. Nos vemos cuando podemos y lo enfrentamos con mucho humor. Y nos acompañamos, por ejemplo, cuando nació mi nieto en San Francisco partimos cada uno por su lado y nos encontramos en Berkley. Ella ha sido fundamental en mi proceso de sanación”.
Hoy, tres de sus cuatro hijos son economistas. El menor entró este año a estudiar Ingeniería en Matemáticas y no descarta luego seguir el mismo camino de su padre. “A él le tocó vivir esto en una edad compleja, pero es un cabro increíble. Aunque siempre hay episodios dolorosos, como alguna vez que él metió las patas en el colegio y aparecieron de inmediato personas opinando que esto pasaba porque venía de ‘una familia mal constituida’ y eso duele porque no es cierto”.
-¿Y ahí saltas como mamá leona?
Sí, totalmente. Por un lado explicándole que hay que aprender a defenderse, pero también sintiendo que estaban metiendo el dedo en la herida. Aunque no me relaciono con mis hijos como puede indicarlo un texto de psicología, Silvinha siempre me dice que tengo el lado femenino muy desarrollado. Y sé que es así.
-Cinco años después, ¿qué sientes cuando miras a tus hijos?
Encuentro que lo hice fantástico; de verdad mi autoevaluación es increíble. Un día mi hija me dijo algo que no se me va a olvidar nunca: “Papá, nos ha tocado duro, pero hemos sido muy felices…”.
Ricardo se emociona y se seca las lágrimas. Siente que esas palabras de Valentina son el resumen perfecto de lo que intentó y consiguió en su relación con ellos: “Cuando a uno le pasan cosas buenas, da gracias. Y yo aprendí que cuando pasan cosas malas no hay que buscar culpables, sólo trabajar duro y descubrir que al final del día uno es afortunado. Me enorgullezco de mis hijos, tienen alas propias, opinión, me contradicen. Son muy resilientes; igual que yo”, dice al mismo tiempo que recuerda que su hija mayor le dedicó un emotivo saludo por Facebook en el último Día de la Madre. “Cuando estoy triste lloro, pero tampoco ando llorando todo el día. En general, estamos contentos y fue muy intuitivo de mi parte no traspasarle roles ni responsabilidades que no les correspondían a mis hijos. Hoy siento que todo fue muy sano para ellos y para mí”.
-¿Cómo es la relación que hoy tienen con su mamá y su recuerdo?
Hoy hablamos de la Anita con humor. Nos reímos acordándonos de que podía ser muy fregada o pensamos lo bien que lo estaría pasando con sus nietos. Y esa relación con su recuerdo no pasa por la falta de sentimiento, sino por haberlo hablado y sanado.
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