Histórico

Se inaugura en París muestra de Sergio Larraín sobre niños abandonados

"Vagabondages" (vagabundeos), con registros tomados en Santiago, Buenos Aires y Valparaíso por el fallecido artista chileno, se presenta en la Fundación Cartier Bresson.

Los niños abandonados que vagaban por las calles de Valparaíso, Santiago o Buenos Aires y que el legendario fotógrafo chileno de la agencia Magnum, Sergio Larraín, eternizó durante la segunda mitad del siglo XX, son el foco de la exposición con la que la Fundación Cartier Bresson homenajea al artista fallecido el 2012.

"Vagabondages" (vagabundeos), que puede visitarse desde mañana 11 de septiembre hasta el 22 de diciembre, presenta 128 fotografías en blanco y negro que evidencian las búsqueda constante de la pureza y espontaneidad del gesto en unos personajes que, como el propio Larraín, se resisten al encuadre estético, pero también social.

El ojo magnético del artista chileno, del que el mismo Cartier-Bresson dijo que era "tan bueno" como los fundadores de la agencia Magnum, se caracterizó por buscar en pequeños fragmentos una realidad cruel pero usual, en la que los niños chilenos merodeaban sucios y descalzos en busca de restos de comida o de un perro callejero con el que jugar.

"En Larraín se funden el compromiso político y social con el nivel estético de un gran fotógrafo, que recuperó la esencia de Robert Capa al acercarse todo lo necesario hasta formar parte del momento que se disponía a captar", declaró el comisario de la exposición Josep Monzó.

Sergio Larraín arrinconó rápido los convencionalismos del entorno burgués en el que había crecido y gritó sus deseos de un mundo más justo, captando "por gusto y por rabia", el vagabundeo de unos niños extremadamente delgados que vivían en la miseria, dormían al abrigo de los puentes y parecían estar en constante estado de espera.

Retrató también los rostros desganados y faltos de ilusión de las adolescentes que ejercían la prostitución durante los años sesenta en el club Los siete espejos, de Valparaíso, del que el propio Larraín dijo que parecía un caleidoscopio en el que ninguna mirada era inocente.

El chileno apretó el obturador cuando algunas quinceañeras mostraban su desagrado porque el hombre con el que estaban bailando intentaba robarles un beso o mientras otras procuraban desprender todo el glamur posible, pese a la atmósfera de pobreza que invadía el lugar.

En 1958, se estableció durante cuatro meses en Londres, ciudad que le decepcionó, porque fue allí donde comprendió "el alcance del poder y el dinero".

Las imágenes que tomó en la capital británica reflejaban la despersonalización y uniformidad de sus ciudadanos, como la instantánea en la que la cara de un hombre cualquiera con sombrero y gabardina queda oculta por el travesaño de una ventana.

Pese a que, en palabras de Sergio Larraín, el fundador de Magnum Henri Cartier Bresson era el "maestro absoluto", su paso por la mítica agencia no fue muy largo, ya que pronto intuyó que la trepidante rutina de reportero no era compatible con la reflexión estética.

"Creo que la presión del mundo periodístico, el estar preparado para saltar sobre cualquier asunto, destruye mi amor y mi concepción por el trabajo", escribió a Cartier-Bresson en 1965.

Aún así, trabajó para Magnum instalado en París desde donde se desplazaba cuando tenía que cubrir temas tan atractivos fotográficamente como el terremoto de 1960 en Chile, la guerra de Argelia, la boda del Sha de Irán o los entresijos de la mafia siciliana.

A su regreso a su país natal en los años setenta, Sergio Larraín se reencontró con la misma pobreza que había retratado tiempo atrás. Fue entonces cuando decidió fijar su domicilio en el pueblo de Tulahuén (Valle de Elqui) y cambiar la fotografía, o al menos aquella destinada al "comercio de imágenes", por la meditación y la pintura.

"Las únicas instantáneas que hizo durante los últimos años de su vida fueron a las que él mismo denominó 'Satori', en las que captaba la realidad extremadamente simple e intensa de una hoja que cae del árbol o de una mancha que se posa sobre la mesa", señaló la comisaria de "Vagabondages", Agnès Sire.

Porque para Sergio Larraín todas las situaciones eran dignas de ser inmortalizadas y el único cometido del fotógrafo era "actuar como un mediador puro y libre que se deja acoger por un cosmos que ya existe".

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