Histórico

Una familia de largo aliento

Érika Olivera y Leslie Encina, marido y mujer, fueron los mejores maratonistas del año. Comenzaron su historia sobre el rekortán y hoy, a ocho años de "jugársela", rememoran.

A simple vista, los Encina-Olivera son una familia común y corriente. Su hogar, ubicado en el corazón de Recoleta, posee un patio que sin los autos estacionados se transforma en un amplio centro de eventos techado, coronado por un pequeño quincho, en el que al final de las competencias se reunen con sus amigos y colegas atletas para compartir un asado.

Su perro, un pequeño chihuaha, no deja de ladrar ante la presencia de La Tercera, mientras Ethan (siete años), el único varón de la dinastía, lo toma en brazos para hacerlo callar inútilmente. "Pasen, mi mamá dijo que entraran", invita el pequeño, el único que junto a Daira -la menor, de cinco años- siguen los pasos de los padres.

Quizás ellos serán los mejores en algo cuando crezcan, como hoy lo son sus padres: los mejores maratonistas chilenos del año. Érika, con 2 horas 42 minutos y 10 segundos, y Leslie, con 2 horas 17 minutos y 46 segundos. Los únicos clasificados nacionales al maratón de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

Dentro de la casa, un espejo imponente refleja algunos de los trofeos más simbólicos para la familia, provenientes de diversas pruebas continentales y mundiales, también de reconocimientos a la trayectoria. El primero en aparecer es el dueño de casa, Leslie, quien en sudadera y short saluda amable. Érika aparece con su tenida sport, sonriente. Parecen listos para correr, aunque sean las 8 de la tarde de un fin de semana.

El  clan Encina-Olivera se formó hace ya ocho años, cuando Érika se mantenía al tope del fondismo nacional (y aún con 39 años, a punto de retirarse, lo sigue estando), pero superando una crisis tras la separación  de su primer matrimonio con Ricardo Opazo, su ex entrenador, del que nacieron las hijas más grandes: Eryka (18), Yunaira (14) y Yoslaine (10).

Y claro, el inicio de este romance nació sobre la pista atlética, cuando Érika brillaba como la gran representante del fondismo nacional y Leslie recién comenzaba en esta carrera. Así lo recuerda ella: “Yo soy una mujer bastante jugada, pero con los hombres nunca había hecho una cosa así. Leslie me llamaba mucho la atención, lo encontraba muy buen mozo, y se lo dije”.

El escenario era complicado para desarrollar la historia. Encina era seis años menor que ella, soltero y recién venía estableciéndose como deportista. “Yo era una mujer hecha, con una familia. Me la jugué pensando en que me iba a resultar todo lo contrario, pero dije ‘bueno, así se me va a pasar”, pensaba Érika, lo que nunca ocurrió.

Lo que comenzó como un simple pololeo, en apenas dos meses tomó matices más sobrios. “Ahí él fue quien se la jugó, llevábamos dos meses pololeando y me pidió matrimonio. Yo lo encontré una locura, le dije que esperáramos un año y no quiso. Era en ese momento; sino, no resultaría”, cuenta la plusmarquista nacional.

Encina reconoce que al principio “yo la veía como una atleta más. No sabía quién era Érika Olivera, sólo la veía ganar los fines de semana”, asegurando que fue “ella quien me conquistó”.

Del vuelco que tomó su vida una vez casado, Encina hoy lo recuerda con nostalgia: “Fue un cambio muy brusco. Yo tenía 26 años, vivía solo y dormía practicamente 18 horas al día. De repente, de la noche a la mañana, pasé a estar casado y con tres hijas. Yo pensaba que sería fácil, pero me costó bastante. No sabía como ayudar ni educar a niños tan chicos, pero gracias a especialistas pude sobrellevar el tema”.

En la casa de los Encina-Olivera la rutina es casi tan normal como la de la mayoría de los hogares chilenos. Y a diferencia de lo que se podría pensar, en sus conversaciones de lo que menos se habla es de deporte. “La verdad es que conversamos súper pocas veces de atletismo. Como nuestro día a día está siempre ligado a esto, en los momentos de compartir con la familia lo que menos hacemos es hablar de atletismo”, reconoce, entre risas, la matriarca.

Los recursos del hogar se dividen, por un lado, entre los ingresos por la escuela de atletismo y los proyectos deportivos de Érika, y por otro, el sueldo de Leslie como cabo primero del Ejército. Ambos reparten sus días entre las rutinas deportiva y laboral, pero es el papá quien se encarga de las principales labores domésticas. “La verdad es que yo soy el que asume más la responsabilidad de las tareas de los niños en el colegio. Érika es una persona muy ocupada, así es que yo trato de ayudar lo que más puedo en la casa”, comenta.

Y es que eso es lo que mantiene unida a esta familia, que decidió juntar dos historias para continuar una nueva. “Él es un muy buen papá”, lo elogia su señora; él sólo dedica su admiración a ella. “a veces me aconseja en temas deportivos, obviamente que yo la escucho, si ha competido en cuatro Juegos Olímpicos.

Los Encina-Olivera, quizás los vecinos más emblemáticos de Recoleta. Familia de ganadores, el clan más importante del actual maratón en Chile.

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