Acuerdos de otoño



Puede ser la cuarentena, el gris del otoño o la pandemia que toca a nuestra puerta, pero escribo de una manera que me recuerda eso que Serrat llamó una balada en otoño, un canto triste de melancolía; debe ser por eso que me cuesta poner la misma esperanza que otros en un acuerdo entre gobierno y oposición. Soy partidario del acuerdo, pero no veo motivo para entusiasmarse.

En el fondo, se quiere pactar como extraordinario lo que una sociedad políticamente madura y culturalmente civilizada entiende como natural: el respeto a la legitimidad del gobierno democráticamente elegido; la disposición de todos los sectores a colaborar en un estado de catástrofe bajo el liderazgo político y programático de ese gobierno; el apoyo al principio intransable del estado de derecho, lo que significa garantizar el orden público con toda la fuerza que confiere su legitimidad.

En la semana leí que el ministro del Interior cree que quienes están dispuestos a conversar para alcanzar un acuerdo rechazan la violencia. En otras palabras, parece que es mejor no preguntarles, porque la respuesta de algunos llevaría a tener que elegir explícitamente entre el acuerdo o la condena a la violencia, así es que mejor no saber y creer.

Sectores de la oposición reclaman como condición que se adopten sus propuestas, parece que un impuesto al patrimonio de los “súper ricos” sería una de ellas, de forma tal que aquello que no se obtuvo con los votos puede lograrse apalancándose en la pandemia.

Para que un sistema democrático funcione y merezca reconocerse como tal, son necesarios algunos requisitos básicos, nada extraordinario; por ejemplo, cumplir las normas de la Constitución vigente, mal que mal las principales autoridades, al asumir sus potestades, juran cumplirla y hacerla cumplir. Sin embargo, todos los días se presentan proyectos de ley que la vulneran, pues invaden las atribuciones exclusivas del Presidente de la República, el mismo Presidente con el que ahora firmarían un acuerdo.

Es razonable suponer que nadie firma un acuerdo con quien le desconoce sus atribuciones y las invade de facto, pero sospecho que pedirles que se comprometan a no seguir haciéndolo es demasiado, así es que también es mejor creer que no lo seguirán haciendo.

Cual más, cual menos, se nos empieza a instalar subliminalmente la idea de que lo que se estaría pactando en realidad es la posibilidad de que el gobierno pueda terminar su período con relativa tranquilidad; que Izkia, la candidata presidencial emergente de la extrema izquierda, siga con su campaña sin llamar a protestar ni a dos metros; que no traten de incendiar el país nuevamente.

 Todo esto hay que pactarlo. Debe ser el otoño, pero no encuentro la razón para salir de la melancolía.

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