
Chile, Argentina y minería binacional

La empresa canadiense Lundin Mining y la australiana BHP anunciaron el hallazgo de uno de los mayores yacimientos de cobre, oro y plata de la última década, emplazado en territorio argentino, a un km. de la frontera binacional. Esta noticia instala una pregunta de fondo: ¿seremos capaces, como países, de transformar esa actividad minera en un eje estructurante de integración virtuosa?
El momento es propicio. La minería vuelve a estar en el centro de la geopolítica global, no sólo como fuente de ingresos, sino como palanca de poder en un mundo que se disputa con intensidad minerales estratégicos como el litio, el cobre o las tierras raras.
La alta cordillera, muchas veces percibida como límite o barrera, puede transformarse en un puente productivo. Pero esto exige voluntad política, visión estratégica y capacidad institucional para modernizar los instrumentos existentes. El Tratado de Integración y Complementación Minera, firmado en 1997, requiere una revisión profunda. La experiencia fallida de Pascua Lama, y las complejidades normativas entre provincias argentinas —como la asimetría en el manejo del litio entre Salta y Catamarca en el Salar del Hombre Muerto—, muestran que la coordinación binacional no puede descansar sólo en acuerdos formales, sino que debe involucrar a comunidades, autoridades locales y al sector privado en un diálogo realista e integrador.
Argentina ha desplegado una agenda minera que avanza con rapidez. De los 62 proyectos de litio y 72 de cobre actualmente en marcha, muchos se ubican en zonas limítrofes con Chile y dentro del área de aplicación del Tratado Minero. Esta convergencia geográfica representa una oportunidad inédita para generar economías de escala, atraer inversiones y proyectar valor agregado desde nuestros territorios andinos hacia el mundo.
Chile, por su parte, debe comprender que los puertos del norte —Antofagasta, Mejillones, Iquique— no son meras infraestructuras logísticas, sino activos geopolíticos de primer orden. En un escenario donde Argentina y Bolivia dependen crecientemente de estos corredores para exportar litio, cobre y otros minerales hacia los mercados del Pacífico, estos puertos se transforman en palancas de influencia regional y en instrumentos de proyección estratégica. Su uso no solo fortalece las economías del norte chileno, sino que otorga a Chile un rol insustituible en las cadenas de suministro minero hacia los mercados del Asia/Pacífico. En tiempos donde han surgido tensiones bilaterales en otras materias —desde aguas compartidas, disputas territoriales o incluso hasta diferencias comerciales—, esta interdependencia logística puede operar como un amortiguador de conflictos y una base de cooperación estructural con nuestros vecinos.
En definitiva, la minería binacional no es sólo una oportunidad económica. Es una herramienta de inserción internacional, de desarrollo regional y de proyección geopolítica.
Por Teodoro Ribera, rector de la Universidad Autónoma de Chile y ex ministro de Relaciones Exteriores
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
3.
4.