Ciencias y humanidades

El presidente de la Republica pone en marcha el Ministerio de Ciencia Tecnologia Conocimiento e Innovación
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La euforia con que se recibió al nuevo ministro de Ciencias no debiera ocultar el patético estado de las humanidades. Aunque figuren entre las áreas a cargo de esta nueva repartición, se las incluye, pero como concesión piadosa de último minuto, muy por debajo en importancia de la ciencia, tecnología, conocimiento e innovación.

Se ratifica lo que hace rato viene produciéndose: una decadencia sostenida de estudios universitarios en literatura, historia, filosofía, derecho y artes, debido a la hegemonía de las ciencias capitaneadas por esa burocracia dirigista a cargo de la investigación que es Conicyt, Fondecyt, Becas Chile.

Un fenómeno no solo de nuestro país, ni recién de ahora. Data de hace 60 años, y conocemos sus orígenes. Según Anthony T. Kronman, exdecano del Yale Law School, se debería a que las humanidades mismas y sus legatarios no habrían enfrentado derechamente el predominio cientificista. Claudicación que con el nuevo ministerio se refrenda, cual otro clavo remachado en el ataúd.

Aceptaron la cuantificación de publicaciones (preferentemente revistas que nadie lee y que versan sobre pelos de la cola), la lógica de que el conocimiento se "produce" (cualquiera sea su valor, con tal de que se indexe), y ese trasnochado complejo positivista de que las humanidades serían menos serias que las ciencias duras. De ahí el afán por volverlas "teórico críticas", i. e., que nadie, ni siquiera ellos, entiendan su jerigonza.

Desplome agravado por el olvido de las humanidades y su milenaria función: preguntarse sobre el sentido de la vida y participar de la "gran conversación" (término de M. Oakeshott), que ha animado la tradición cultural occidental desde Platón y Aristóteles, pasando por T. de Aquino, Dante, Maquiavelo, Goethe, los "philosophes", Kant, Hegel, Marx, Weber a hoy día. Lo cual los ha llevado a inventarse un papel ideológico fácil, impostado, políticamente correcto, a modo de placebo consolador, impidiendo hacerse preguntas duras sin censura, porque podrían "ofender" (en realidad incomodar a profesores y estudiantes cada vez más incultos, faltos de mundo, esa es la verdad).

El brillante libro de Kronman -Education´s End. Why Our Colleges and Universities Have Given Up on the Meaning of Life (Yale, 2007)- no puede hacer más patente el abandono de quienes tienen a su cargo esta tradición, por falta de coraje intelectual.

Figúrense, un ministerio de gobierno, ¿será esa la solución que se busca?

Las humanidades no requieren puntos del PIB, sino personas inteligentes y sensibles libres de prejuicios capaces de respetar lo que se viene pensando y cultivando desde hace más de dos mil años. Lea el libro y apreciará el drama envuelto.

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