Columna de Álvaro Pezoa: La familia, forma esencial de la sociedad (II)
Las personas, individualmente consideradas, son primeramente parte de la familia y luego de otras sociedades intermedias; de tal forma son también miembros de la sociedad política. Si la institución familiar deja de cumplir con alguna de sus funciones esenciales, aparte del desmedro que ella sufre, como efecto va generando un deterioro social que, a su vez, no tardará en revertir en un nuevo problema para la familia. Se produce así una relación de causa-efecto en doble sentido que termina indefectiblemente por desencadenar una “espiral negativa” en la interacción entre la familia y la comunidad. Obviamente, cabe esperar el efecto contrario, en este caso positivo, cuando la familia se fortalece (o es ayudada a fortalecerse) y se puede hacer cargo suficientemente de su misión.
Desafortunadamente, en la sociedad contemporánea parece faltar una adecuada comprensión de los principios que explican la relación entre la sociedad y la familia, se mira en demasía a la familia desde la sociedad. En las propuestas sociológicas gubernamentales, de organismos internacionales y de ONG, la corriente claramente predominante es aquella que plantea qué hacer con la familia, cómo darle cabida y forma desde la sociedad política, con la intención de configurarla a partir de esta última. Se trata, la más de las veces, de una concepción y acción modeladora, dirigida desde la sociedad mayor hacia la familia. A tal punto es esto así, que actualmente se discute incluso a qué realidad se puede llamar familia, a qué tipos de convivencia se le otorga socialmente estatus de tal; en suma, la sociedad política y, en particular, sus gobiernos, buscan arbitrar -y, a veces hasta imponer por la vía legal-, qué es la familia.
Sobre esta materia es necesario enfatizar que un buen ordenamiento social no requiere primeramente que se mire la familia desde la sociedad, sino que la segunda sea pensada desde la familia, porque si esta última es, por naturaleza, el lugar de la afirmación de la dimensión individual de la persona y al mismo tiempo del despliegue y desarrollo de su dimensión social, la conformación de la sociedad ha de ser vista básicamente desde la familia y no a la inversa. Ha de ser así, si realmente se piensa -como verdaderamente es- que la familia es la célula básica o la forma pura y esencial de la sociedad.
Contrariamente, por momentos el Estado pareciera asfixiar la verdadera vida de la familia, cuando aquello que debiera hacer es favorecerla, darle espacio y crear las condiciones para su libre despliegue. Todavía más grave, hay visiones ideológicas que propugnan abiertamente la disolución de la familia tradicional. Se trata de una intencionada “deconstrucción”, teórica y práctica, del orden social, con el propósito de poder “construir” otro acorde con la utopía que las anima. La defensa y la promoción de la familia es, por las razones consideradas, el principal desafío -y hasta la “madre de las batallas”- cultural y político de este tiempo.
Por Álvaro Pezoa, director del Centro de Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School, U. de los Andes