Columna de Carlos Correa: ¿Por qué fracasa Chile?
Los autores del exitoso libro “Por qué fracasan los países” , fueron los ganadores este año del premio Nobel de Economía. La Academia Sueca consideró que Daron Acemoglu, James A. Robinson y Simon Johnson merecían el galardón más importante en su área por “por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad”.
En sencillo, ellos explican por qué Noruega es desarrollado y Angola no, pese a las enormes reservas de petróleo que tienen ambos países. Juegan un rol importante las instituciones, pero no solo ello, sino que sean inclusivas y no extractivas.
Acemoglu y Robinson han hablado sobre el caso chileno, tanto en visitas como entrevistas a medios. La más reciente es la del diario El Sur de Concepción, donde Robinson hace ver por qué la gente rechazó dos veces los proyectos constitucionales partisanos, y cuál es la verdadera traba al desarrollo en Chile. En sus palabras “aún persisten muchos aspectos oligárquicos en la sociedad chilena. Para mí, hay numerosas barreras a la inclusión y la movilidad social”. En una entrevista al diario electrónico El Mostrador, Acemoglu planteó un problema parecido.
En sencillo, nuestra traba al desarrollo no es nuestro sistema político, ni la reforma tributaria de Bachelet, ni la permisología, ni el estallido social o la fiebre constitucional por mencionar algunas de las culpas que se reparten. En realidad, la verdadera razón es la baja inclusividad de la sociedad chilena, y en especial el poder. Todas las otras razones que se ven como causas, en realidad son consecuencias.
Vale la pena preguntarse si el camino que ha elegido el país va en el sentido de promover la inclusión y la movilidad social, como no se realizó en la época de la fiebre del salitre. Una buena pregunta es si la actual fiebre del cobre y el litio va a tener un tono extractivo como entonces, o se aprovecharan los recursos para fortalecer instituciones inclusivas como proponen los economistas.
En principio estamos mucho mejor que varios de nuestros vecinos. Gozamos de una democracia que ha sobrevivido a pandemias, estallidos y aventuras constitucionales. Sobreviviremos también al gobernante populista autoritario que viene en camino. La gratuidad lograda en el segundo gobierno de Bachelet es sin duda un aspecto inclusivo, que fue posible solo a una reforma tributaria que la financió. También tiene esa característica el modelo de PGU instaurado al final del gobierno de Piñera y mantenido por el gobierno actual.
Pero hay reformas pendientes que podrían terminar una vez por todas con los aspectos oligárquicos.
Los recientes casos de corrupción en el poder judicial, bajo la oscuridad de un sistema de nombramiento que permite las malas prácticas, no favorecen precisamente la inclusión. Tampoco ayuda un sistema educativo, donde la cuna sigue determinando el resultado escolar y donde han decaído los liceos emblemáticos, un lugar donde podían entrar a las altas esferas algunos pocos jóvenes provenientes de sectores populares.
Bajo la óptica de los tres economistas premiados, el problema de nuestro sistema político no son los 22 partidos, sino la poca representatividad que tienen. No fue el fin del sistema binominal lo que provocó esto, sino la falta de una reforma profunda a los partidos políticos para dotarlos de más democracia y más poder, y hacerlos más inclusivos.
Por Carlos Correa Bau, Ingeniero Civil Industrial, MBA.