Columna de Carlos Meléndez: ¿A qué campo (no) perteneces?

Manifestantes se reunen en Plaza Ñuñoa


Los individuos solemos pertenecer (o sentir que pertenecemos) a alguna colectividad que nos involucra en política. Los partidos han sido, tradicionalmente, referentes para identificarnos políticamente (aunque últimamente nos decantemos más en contra de ellos). Este rol de pertenencia e identificación, también puede ser jugado por movimientos sociales (“No + AFPs”; “Con Mis Hijos No Te Metas”) o, incluso, emblemas ideológicos de difusa organicidad. Cuando nos ubicamos “a la izquierda” o “a la derecha” del espectro político, estamos relacionándonos con algo más que preferencias ideológicas: asumimos nuestra pertenencia a un campo político. Estos hemisferios políticos solían expresarse en partidos (como el PS o el PC a la izquierda, y la UDI o RN a la derecha) o en coaliciones (como la Concertación y la Alianza). Pero la crisis de los partidos tradicionales hizo que emergieran nuevas fuerzas en cada bando (Apruebo Dignidad y Republicanos, respectivamente), acelerando el desgaste de las marcas coalicionales. No obstante, incluso los renovados proyectos políticos han traído desilusión a quienes apostaron por ellos, como ha sucedido con Comunes, primero, y RD, recientemente. Con tanta decepción a cuestas, ninguna identidad partidaria chilena parece tener una resiliencia vigorosa.

Por ello, ser “de izquierda” o “de derecha” en Chile sigue sosteniéndose en reminiscencias apartidarias de larga duración. Sorprende la escisión social que sigue generando la dictadura de Augusto Pinochet, sobre todo si se analiza en perspectiva comparada. Precisamente, dicho régimen generó una división tan profunda, que separó al país entre quienes lo sostenían y quienes se opusieron (incluso con sus vidas). Algunas dictaduras contemporáneas (la uruguaya, por ejemplo) mantienen una importancia simbólica, sin dudas, pero su alcance queda subordinado a la potencia de las marcas partidarias vigentes. En Chile, en cambio, la debilidad y continua decepción provocada por los partidos, hace que volvamos al hito dictatorial como brújula política en las turbulentas y antárticas aguas de la crisis de representación. Con partidos hidropónicos y liderazgos efímeros, volver la mirada cincuenta años atrás nos permite ubicarnos políticamente, dentro de todo.

Mas, no debemos perder de vista a otros dos grupos: aquellos que se identifican en contra de los hemisferios ideológicos y los que no se identifican con nadie del espectro político. Es decir, quienes portan la camiseta de la rabia sistémica y quienes llevan consigo la total indiferencia. Son dos perfiles distintos, pues los primeros pueden ser movilizados en contra del establishment (y de quienes representan la herencia de la dictadura pinochetista), mientras los segundos, hasta podrían endosar al statu quo (incluyendo la de la derecha recalcitrante), pues son más sensibles a factores contextuales, como la inseguridad (cuando la participación electoral es obligatoria, por ejemplo). Solo si consideramos estas cuatro colectividades (dos unidas por la historia, una tercera por la rabia y otra cuarta por la indiferencia), podremos trascender las interpretaciones pendulares que reducen la realidad a una dicotomía artificial. Únicamente así, comprenderemos que no es que izquierda y derecha se turnan victorias, sino que ambas están perdiendo todas las partidas (y probablemente, también la de este fin de año).

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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