¿Qué estábamos pensando en octubre del 2019? ¿Por qué una concentración algo más grande que la del Apruebo, desató la violencia y los incendios? ¿Por qué la clase política pensó que la solución a nuestros problemas crónicos y a la violencia reinante, se resolvería con una nueva Carta Fundamental?

Se les dio la oportunidad. Con una votación de casi el 80%, se le pidió a la clase política que creara una nueva. Después de mucho debate y discusión, se incluyeron espacios para más de diez pueblos originarios. Se dio espacio ilimitado a independientes y a organizaciones de dudosa representatividad: ecologistas, ambientalistas, y personajes variopintos, como Rojas Vade, la Tía Pikachú y votantes de ducha.

Y pasaron meses y más meses, primero organizándose, luego votando, discutiendo y tratando de razonar cómo sería esa nueva Constitución que acabaría con todos nuestros males, en que su aprobación sería “la madre de las batallas” contra nuestros problemas de siempre, que “estaban todos en la derecha”. Y de tanta consulta, tanto ir y venir, salió ese parto de los montes que se rechazó el 4 de septiembre, contra todos los pronósticos: mal que mal el plebiscito de entrada se aprobó con casi un 80% del voto voluntario.

Y ahí recién comprendimos -no todos, porque algunos aún creen que la gente es tonta, y que por eso voto Rechazo- que las marchas de octubre no fueron tan grandes como se creyó, que eran poco representativas (sino, ¿de dónde salió ese 62% de septiembre?); que los violentos eran una minoría sin líderes, sin ideas y sin agenda práctica alguna; y que el proyecto de nueva Constitución era un desastre.

Mañana -para muchos- será “un día esplendoroso”. Y ellos -los triunfadores- podrían caer en la misma torpeza de los que imaginaron que octubre representaba a una mayoría amplia, y la refundación de Chile. Y como aquellos, crean equivocadamente que nada debe cambiar.

La sociedad moderna sí requiere de más Estado, aunque quienes reniegan de eso griten por más policías, más FF.AA., y más cárceles. Por mayor salud pública, mejores pensiones (pero, sorprendentemente, ¡con menos impuestos!). O sea, al final, igual más Estado.

Las sociedades angustiadas y/o polarizadas -lo decía el profesor Ricardo Capponi QEPD- como parece ser la nuestra, buscan soluciones simples y apelan a sus instintos primitivos: huir o atacar. Para atacar, se necesita definir a “un enemigo” al que se debe destruir, como en defensa propia: el fascismo, el comunismo, los judíos, la burguesía. Y para huir, también se necesita miedo a esos mismos fantasmas que alientan a los que atacan. Y así nacen los extremos de lado y lado.

Una sociedad adulta, en cambio, se preocupa de contener a los que huyen y a los que atacan. A esos que están en los extremos; esos que no saben conversar, que no tienen vida social, ni amigos en común; que almuerzan y comen separados, y se dicen puras pesadeces. Como las parejas disfuncionales, cuyos hijos pagarán después las consecuencias.

El centro político en cambio, es adulto. Conversa. Procura convencer. Dialoga, tiene amistad cívica. Contiene a los extremos. Crea confianzas y calma angustias.

Mañana será “un día esplendoroso” solo si gana el centro y se achican los extremos. Si las facciones del miedo, del ataque y de la huida triunfan, solo avanzaremos al abismo.

Por César Barros, economista