Columna de Eolo Díaz-Tendero: Democracia y estallido(s)

Estallido Social
Foto : Andrés Pérez


La política nacional, cada vez más ensimismada en pequeños intereses, ha empujado el debate sobre lo que ocurrió el 18 de octubre de 2019 hacia explicaciones simplistas. A cinco años de este estallido social, una pregunta clave es: ¿cuáles fueron las condiciones de nuestra democracia que permitieron un evento de tanta radicalidad y, en algunas fases también de tanta masividad? ¿Hemos sido capaces como sociedad de resolver esas deficiencias?

El filósofo Cornelius Castoriadis señalaba que el gran desafío de las democracias contemporáneas está en cumplir su promesa fundacional: un sistema donde las normas son creadas colectivamente por los ciudadanos. Sin embargo, hoy vemos cómo la esfera pública ha sido tomada por una élite de especialistas y políticos profesionales, alejando a las personas comunes de las decisiones importantes. Para Castoriadis, esa captura solo se ve interrumpida por raras y breves fases de explosión política, en las que la ciudadanía reclama su lugar en la democracia. Entonces, ¿ha cambiado la relación entre las élites y la ciudadanía desde 2019? ¿Hemos avanzado en abrir más espacios de participación real? ¿Hemos logrado romper con la endogamia de nuestras elites?

El sociólogo Norbert Lechner, por su parte, advertía que nuestra democracia es débil porque no ha logrado construir lo que él llamaba “seguridad simbólica”, es decir, un sentido de pertenencia común, de protección por parte de las instituciones. Aunque en Chile hemos ganado más libertades políticas y acceso al consumo, esas mismas libertades han dejado a muchos sintiéndose más solos y abandonados. Y como recordaba Lechner, esa falta de integración vivida como agresión a la convivencia social sostenida en el tiempo, puede terminar provocando convulsiones sociales explosivas. ¿Hemos aprendido a construir esos espacios de integración social que nos faltaban? ¿Nuestro sistema político ha sido capaz de acordar las reformas necesarias para ello? ¿Hemos innovado en la forma de diseñar e implementar políticas públicas para incorporar a los ciudadanos en sus soluciones?

Tanto Castoriadis como Lechner, desde sus diferentes perspectivas, nos advierten del riesgo de una democracia que no cumple con sus promesas. No es suficiente tener buenos diseños institucionales o leyes bien redactadas; la legitimidad de la democracia se juega en cómo impacta la vida diaria de las personas. Si los ciudadanos no sienten que su vida mejora, si no encuentran soluciones reales a sus problemas, el sistema pierde legitimidad. Cinco años después del estallido social, aún queda pendiente el desafío de construir una democracia que sea sentida y vivida como propia por todos sus ciudadanos.

Por Eolo Díaz-Tendero, director ejecutivo de la Fundación Horizonte Ciudadano