Opinión

Columna de Héctor Soto: Querer no siempre es poder

La película El discípulo es un golpe al mentón de ese género de cintas que glorifican la gestación de artistas o de campeones a través de la disciplina y el esfuerzo personal. Es el anti Karate Kid, el anti Nace una estrella, el anti Whiplash.

Aunque las actuales circunstancias generan gran distorsión en el acceso a nuevos estrenos, El discípulo, película india de Chaytania Tamhane y que está ofreciendo Netflix, bien podrá estar entre las obras más jugadas y convincentes del último tiempo. Es de esas realizaciones que, tras el desconcierto inicial, va creciendo con los días. Y es también, prueba irrefutable de su autoridad, de esas cintas que te meten a un mundo completamente desconocido del cual saldrás no como un experto, desde luego, pero si enriquecido con varias de las perspectivas que la obra te abrió.

El discípulo profundiza en las relaciones entre un gurú, un maestro de la música clásica y vocal de regiones del norte de la India, con uno de sus alumnos. Observa su magisterio, su pedagogía y su esfuerzo por convertir al joven, a punta de disciplina y entrega, en un artista destacado. No se trata solo de un entrenamiento de orden técnico. Este es un arte que supone algún nivel de iluminación interior, de crecimiento espiritual, de pobreza, hambre y de renuncia incluso al mundo. El muchacho lo asume y se entrega a sus estudios con incondicionalidad. Progresa, alcanza niveles atendibles, pero llegará un momento en que se preguntará si alguna vez hará cumbre, si el esfuerzo vale la pena, si ese arte antiguo y amenazado por la modernidad puede conversar con el mundo de hoy, si, aun siendo así, él podría arañar no solo los cielos de su arte sino también los de la sabiduría.

Lo notable de esta cinta rara y sin concesiones es que plantea varias preguntas así y deja al espectador la tarea de responderlas. ¿Esto es un arte ancestral o es pura superchería? ¿El muchacho no triunfa porque no es muy bueno en lo suyo o porque su espiritualidad lo deja a medio camino? ¿Qué sentido tiene cantar ante auditorios vetustos -reducidos y de un público casi siempre bien mayor- si a lo mejor podría hacerlo para audiencias más amplias concediéndose algunas licencias?

El discípulo es un golpe al mentón de ese género de películas que glorifican la gestación de artistas o de campeones a través de la disciplina y el esfuerzo personal. Es el anti Karate Kid, el anti Nace una estrella, el anti Whiplash, donde gracias a las enseñanzas del sensei de la academia y a su propia disciplina el chico triunfaba en el cuadrilátero en el primer caso, donde la joven de obvias condiciones vocales pero aún silvestre se convertía en estrella junto a un artista consagrado, en el segundo, y donde el alumno de un profesor bastante sádico de jazz llegaba a ser un tremendo baterista, en el último caso. La moral es que con esfuerzo todo se puede. Aquí no. Lo sentimos: querer no es poder. No todo se puede. Son muchos los llamados, pocos los elegidos.

En esto hay ciertamente mucho de afrenta al exitismo imperante. Y si a esto se le suma una puesta en escena decididamente ascética, de planos generales quietos y largos, de imágenes ralentizadas del protagonista en su moto recorriendo las carreteras nocturnas y desiertas de Bombay mientras oye con unción las palabras canónicas de la legendaria maestra de su gurú, bueno, el resultado, además de revelador, tiene extraordinaria potencia y belleza.

Grande es el mérito del director Chaitanya Tamhane. Este es apenas su segundo largometraje. Antes filmó Court (La acusación), que también está en Netflix y que es una mirada descolocada y muy intrigante sobre el funcionamiento de la justicia en Bombay. Esa cinta calificó como una gran anomalía. Esta otra, va por más y es una cinta resueltamente excepcional.

Más sobre:LT SábadoEl discípuloNetflixChaytania Tamhane

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¡Oferta especial vacaciones de invierno!

Plan digital $990/mes por 5 meses SUSCRÍBETE