Columna de José Miguel Ahumada: ¿Podemos aprender algo de la Unión Europea?
En septiembre de este año salió publicado el muy comentado “Reporte Draghi”, donde se analiza el presente y futuro de la competitividad de la Unión Europea (UE) en el escenario actual. Este reporte (escrito por el ex primer ministro italiano, y quien fuera presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi) presentó el oscuro panorama en que se encuentra presa la UE. Por primera vez una voz, desde el corazón del establishment europeo, reconocía lo que ya era evidente para muchos los analistas: la UE está quedando cada vez más rezagada ante Estados Unidos y China.
Como dice el propio Draghi en el reporte, la brecha de productividad y de ingresos de la UE con EE.UU. no para de acrecentarse, explicado particularmente por el estancamiento de su sector tecnológico, y por su débil capacidad de innovación comercial. De aquello se deriva que la UE está mal equipada para tomar posiciones líderes en las tecnologías emergentes, esas que dirigirán el crecimiento futuro. Si la UE quiere retomar algún tipo de liderazgo productivo, al mismo tiempo que asume responsabilidades climáticas, mantiene sus conquistas sociales y fortalece su capacidad de defensa militar, debe aumentar radicalmente su productividad.
Y el aumento de la productividad viene de la mano de un aumento de las inversiones. Según Draghi, para dar un salto a la digitalización y la descabonización de la economía europea, junto con fortalecer su capacidad de defensa, la inversión debiese aumentar alrededor de 5 puntos porcentuales del PIB, “alcanzando niveles no vistos desde las décadas de 1960 y 1970″. Y concluye Draghi: “Esto es algo sin precedentes: como comparación, las inversiones adicionales proporcionadas por el Plan Marshall entre 1948 y 1951 representaron alrededor del 1-2% del PIB anual”.
La tarea es titánica, más para una economía cuya inversión, como recalca Draghi, no sólo ha disminuido sostenidamente como porcentaje del PIB, sino que también está por detrás de la inversión en los Estados Unidos. Draghi no oculta su preocupación: “Estamos ante una amenaza existencial”, concluye.
¿Pero qué explica este estancamiento general de la UE? Sin duda, como sugiere el historiador económico Adam Tooze, la gestión liberal de la crisis de la Eurozona (austeridad fiscal, recortes sociales, y masivos apoyos al sector financiero) no solo afectó la demanda agregada interna, sino que fortaleció aún más la tendencia a una inercia secular industrial europea. En el capitalismo, decía Max Weber, “quien no asciende, desciende”, y la inercia de los sectores industriales europeos, como la automovilística, solo los hizo perder terreno ante el dinamismo chino. Del año 2000 a la fecha, la producción de autos de la UE cayó en un 25%, mientras las importaciones de autos chinos no dejan de crecer, y China entra rápidamente a liderar la industria de autos eléctricos, conquistando gran parte de toda su cadena de valor.
Draghi tiene razón en su pesimismo, ¿puede la UE recuperar su liderazgo perdido? La Comisión Europea ha tomado nota de este escenario: ha anunciado (imitando los programas industriales de EE.UU.) el Plan Industrial del Pacto Verde, con un paquete de subsidios y apoyos para la transición industrial verde, junto con un reciente aumento de los aranceles a la importación de autos eléctricos de China. A su vez, la UE está levantando programas para transferencia forzada de tecnología de industrias automovilísticas chinas instaladas en la UE a cambio de subsidios. Finalmente, la UE está, a partir de la ansiosa búsqueda de firmar acuerdos (o modernizarlos) con países latinoamericanos, buscando tener acceso seguro y privilegiado a los minerales críticos claves para la transición energética.
Si la estrategia les resulta o si es demasiado tarde, es algo que se verá en el futuro. Pero lo que sí es cierto es que la reacción de la UE es razonable y pragmática. La estrategia pasada de liberalización comercial, financiera y de pasiva adaptación a las ventajas comparativas asignadas por las fuerzas de la competencia internacional, ha llevado a la UE a la situación de estancamiento e inercia industrial. El propio Draghi reconoce que “el paradigma global anterior se está desvaneciendo”, y desempolvar estrategias económicas que por tanto tiempo criticaron (pero que, sin embargo, China asumió como suyas), es un paso amargo, pero el único que les queda disponible.
¿Podemos aprender algo de este pragmatismo europeo? Pues creo que sí. La primera es que quedar presos de estrategias anticuadas, como la apertura comercial neoliberal, y asumirlas como destino, puede llevarnos a perder tiempo valioso para la reconstrucción industrial como hoy la propia UE lo reconoce para sí misma. La segunda es que, incluso las economías que hace décadas nos recomendaban abrir los mercados y asumir la posición productiva de esa liberalización como dada, están abandonando esos prejuicios.
Pero más importante, la acción reciente de la UE nos abre a considerar una caja de herramientas de políticas industriales y comerciales que, hasta hace solo un par de años, pensábamos que eran antiguas medidas abandonadas por todas las economías con las que nos comparábamos. Si la UE exige a las inversiones chinas transferencia tecnológica, ¿por qué no puede Chile hacer lo mismo con las ofertas de inversiones europeas en el litio?, ¿por qué no condicionar su acceso a un mineral crítico y urgente para la UE a que transfieran algunas técnicas de producción a proveedores nacionales, a que nos aseguren mayor contenido local, y/o que se comprometan a escalar en la cadena de valor con productores nacionales?, ¿por qué Chile no se articula con México y el Mercosur para homogeneizar reglas de exigencia de transferencia tecnológica al Norte Global?
La política comercial chilena debe abandonar la inercia denominaba, eufemísticamente, “política de estado”, y asumir una necesaria cuota de pragmatismo progresista. Lo están haciendo Estados Unidos, la Unión Europea, China. Lo han hecho los países nórdicos durante sus despegues industriales, como también Corea del Sur, Japón y Malasia. Aprendamos de la realidad, no de los prejuicios.
Por José Miguel Ahumada, académico del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile