Columna de Óscar Contardo: Anhelos de cambio

La multitudinaria marcha del viernes 25 de octubre vista desde el aire.
Columna de Óscar Contardo: Anhelos de cambio


En 2014, cinco años antes del estallido, el informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo detallaba las señales de un gran descontento que anunciaba una crisis política y social. Esta semana el organismo presentó un nuevo informe, cuyos datos revelan que las señales han variado, aunque no para mejorar, como si entre el informe del 2014 y el actual hubiera ocurrido un fugaz pestañeo, una comezón a la vista, que solo agravó una irritación de larga data, dejando la mirada fija sobre un mismo cuadro de desencanto y escepticismo.

Gracias a distintas encuestas sabemos de sobra que la confianza en las instituciones no para de desplomarse, con el descrédito al sistema judicial como ejemplo del más reciente descalabro. A este hecho el informe del PNUD añade la bajísima confianza que los chilenos y chilenas tenemos entre nosotros en nuestras relaciones habituales y cotidianas, un nivel que, según el informe del PNUD, llegó al 15 por ciento, un mínimo histórico. La desconfianza cunde y repercute en que la voluntad de asociarse para lograr algo en común también disminuya. Según las cifras presentadas por este estudio, un 68% de las personas declara estar poco o nada dispuesto a organizarse para lograr un objetivo compartido. El espíritu de aquella gran marcha del 25 de octubre de 2019, que convocó a más de un millón de personas, se desvaneció, lo mismo que la épica exaltada en torno a tomarse las manos para avanzar hacia algo mejor. Lo que sí se mantiene son las emociones negativas que desataron el estallido -rabia, temor, desesperanza- que en una década crecieron desde 48 al 66 por ciento de las emociones declaradas. Lo que más ha aumentado después del fracaso de los procesos constituyentes y del cambio de gobierno es la desesperanza. Razonable si tras años de elecciones sucesivas, plebiscitos, ascensos y descensos de liderazgos, promesas y proyectos de futuro, casi nada o más bien nada ha cambiado sustancialmente. Para muchos una oportunidad perdida, para algunos, una farra o un delirio momentáneo. Como sea, el informe describe que para el 63% de los chilenos y chilenas lo que las personas comunes y corrientes pueden llegar a hacer para lograr grandes cambios es poco o nada, por lo tanto, sumarse y organizarse para empujar transformaciones es una tarea inútil.

Transcurrida ya la mitad del período del actual mandato presidencial es posible concluir que su legado será poco más que el mérito de haber asumido una responsabilidad compleja con cierto decoro y haber frenado un descalabro económico mayor. Cada una de las grandes promesas, y muchas de las pequeñas, también, no lograron pasar del papel a la acción, degradando la narrativa generacional de una juventud impoluta y bien intencionada que prometió devolverles dignidad a los grupos más desfavorecidos. No existían en el Parlamento las condiciones para hacerlo, es cierto, el problema es que por cada dosis de realidad el oficialismo tiende a añadir otras tantas de frivolidad agitada con torpeza o desidia. Las escasas epifanías, como la reacción del Presidente Boric frente a las elecciones en Venezuela, con frecuencia tienden a ser sepultadas a los pocos días por algún error interno.

Las izquierdas aún no reflexionan con la profundidad necesaria para el caso sobre la gravedad de lo ocurrido aquel 4 de septiembre de 2022. Más allá de enumerar las responsabilidades de sus adversarios, no ha habido una introspección sobre la hecatombe que significó esa primera Convención Constituyente. La derecha, en tanto, vio en la crisis de seguridad una oportunidad de recuperar posiciones y lo logró, aprovechando la ventaja para remodelar los hechos y crear una versión propia de la crisis de 2019, olvidándose de las demandas pendientes, frenando cada una de las reformas que en un momento prometió impulsar -no olvidemos el llamado a rechazar para reformar- y transformando el debate público en una riña constante en torno a pequeñeces que solo ayudan a emporcar aún más la imagen de la política a ojos de los ciudadanos comunes.

En último informe del PNUD constata que los chilenos y chilenas estamos desesperanzados y pesimistas sobre el futuro, pero también registra que existe un anhelo casi unánime de cambio. Un 67%, en tanto, aspira a que ese cambio no nos lleve solamente a algo distinto de lo actual, sino también diferente a lo anterior. La evidencia del estudio debería obligar a la izquierda a asumir los errores cometidos en un proceso fracasado que regresó al país al punto de partida y a la oposición a reconocer que su repertorio anclado en la seguridad y el crecimiento económico es demasiado estrecho y simplón para recobrar la presidencia, y una receta francamente insuficiente para gobernar según indica la última administración encabezada por el sector. Si la derecha insiste en recortar la realidad a la medida de sus intereses de corto plazo, nada indica que el resultado esta vez funcione bien, aún más, ni siquiera le asegura ganar la elección.

La crisis migratoria y de seguridad desplazó las urgencias crónicas relacionadas con la desigualdad y las aspiraciones de mejores condiciones de vida, pero no las hizo desaparecer, las sumergió en amargura. Por más que un sector prefiera creer que la crisis que brotó con el estallido fue la consecuencia de un puñado delincuentes, los hechos constan en las actas y en el descontento generalizado con un sistema de vida que abruma a una gran mayoría que esperaba cambios -pensiones, salud, ingresos- que nunca llegaron. El informe del PNUD de 2014 anunciaba algo que pocos quisieron ver como probable, porque éramos un oasis. Ignorar los avisos que presenta el de 2024 sería, más que una irresponsabilidad, una negligencia tan grave como la catástrofe que se aproxima.