Columna de Pablo Ortúzar: ¿Es hoy posible una tregua de élites?

Parlamentarios Ximena Rincón (Demócratas); Álvaro Elizalde (Partido Socialista); Diego Schalper (Renovación Nacional) ; Francisco Chahuán (Renovación Nacional) Y Juan Ignacio Latorre (Renovación Nacional) conversando en el Congreso.


El destacado periodista Daniel Matamala mencionó la semana pasada una tesis que yo aventuré en septiembre del 2020, en el tercer número de la revista Punto y Coma: la necesidad de una tregua de élites que haga posible un nuevo pacto de clases en Chile. Yo sigo pensando que ese camino es el mejor para el país, pero hoy soy más pesimista que hace un par de años respecto de su factibilidad. Me gustaría explicar por qué.

En la Convención Constitucional la ultraizquierda, articulada frágilmente en torno al Partido Comunista, notificó a la izquierda moderada que o excluían por completo a todos los representantes del centro, la centroderecha y la derecha de los acuerdos constitucionales, o no habría dos tercios para tomar decisiones. Según el convencional Fernando Atria, la izquierda moderada optó por agachar el moño y asumir que lo que saldría de ese espacio sería un texto partisano. Tal como amenazó el histrión Daniel Stingo, los acuerdos los pondrían ellos.

A mucha gente de izquierda todavía le cuesta admitir que, en vez de buscar acuerdos para construir “la casa de todos” que habían prometido, fueron por todo y perdieron. Pero es importante que lo hagan, pues eso explica el brutal escenario en que estamos ahora. Los actos tienen consecuencias, las acciones generan reacciones. E ir por todo significa amenazar existencialmente al adversario político. Es decir, tratarlo como enemigo. Eso fue lo que hicieron en la Convención: usando un tono plañidero intentaron declarar ilegítima la existencia de sus adversarios.

El tiro, todos sabemos, les salió por la culata. Pero ese fenómeno no es simplemente un suceso electoral, que acabada la elección amaine y concluya. No hay intento de revolución sin reacción y lucha por la restauración. Quien es amenazado existencialmente entiende su situación como una en que se mata o se muere. Al subordinarse a la ultraizquierda, la izquierda moderada confirmó todas las tesis políticas de la ultraderecha: “Esto es una guerra, señores”. Es decir, confirmaron la visión reaccionaria más radical, que el famoso “Discurso sobre la dictadura” de Juan Donoso Cortés condensa y expone de forma magistral: aquí no hay posición moderada que valga, porque estamos ya pasados el punto en que un acuerdo razonable es posible. Todos querríamos elegir la libertad, pero, en los hechos, sólo podemos optar entre la dictadura del sable y la del puñal.

Para la derecha dura amenazada existencialmente por la Convención, luego del fracaso del golpe de puñal, sólo queda como opción dar el sablazo. Cualquier otra cosa es ingenuidad y entreguismo. Por eso el boicot a la continuidad del proceso constitucional, así como la pretensión de negar la sal y el agua al gobierno de Gabriel Boric. Gobierno y Presidente que, políticamente derrotados luego de septiembre, se dedican eternamente a cuadrar círculos con paradojas, contradicciones y dobles sentidos, sin fijar ya rumbo, esperando que repartir un poco para cada lado los mantenga a flote.

¿Cómo construir una tregua de élites en estas condiciones? Haría falta un nuevo golpe de timón popular que respaldara salidas moderadas del atolladero, pero eso se ve difícil. La crisis de seguridad y orden público, el caos migratorio y el malestar económico juegan a favor de una vuelta de mano reaccionaria. Es sencillo traficar miedo, rabia e indignación en estas circunstancias (nótese cómo el infeliz eslogan “nos matan” cambió de lado con la delincuencia y los incendios). Lo mismo que alegar que la continuidad del proceso constitucional, aunque rescatar el sistema político sea fundamental para avanzar en cualquier otro asunto, es mero ombliguismo elitista. Es fácil, en suma, agitar un populismo de derecha a la Trump o Bolsonaro y esperar cuentas electorales alegres sin desarrollar proyecto político alguno. Y puede que tengamos que sufrir el antioctubrismo después del octubrismo, antes de que Chile pueda comenzar a sanarse de los horrores y las bajezas de octubre de 2019.

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