Columna de Paulo Hidalgo: Populismo, modelo para armar

AP


La sorprendente votación de un 30.9% del candidato argentino ultraliberal Javier Milei en las PASO -esa primaria nacional con voto obligatorio del país trasandino-, dejó a las distintas opciones divididas en tres tercios en ese país. En todo caso lo fulgurante e inesperado, sin duda, era la votación importante que logró Milei. Lo cierto es que el crecimiento de este candidato ha tenido como caldo del cultivo el mismo patrón que se ha repetido en otras sociedades: crisis económica, deslegitimación aguda de las elites políticas, casos de corrupción más o menos generalizado, sería pérdida de confianza de todas las instituciones; crecimiento del crimen organizado y la delincuencia; inmigración y orden. Así fue que caló el discurso muy simple y binario de Milei en ‘contra’ de la ‘casta’ y la galopante inflación de la Argentina e incluso su arremetida ‘en contra’ del sufragio popular que ‘fue el comienzo del fin del país’.

O en el caso de Trump de `Make América great again’ y su discurso nacionalista, antielitario de los ‘privilegiados’ de Washington, también confrontacional con la migración. Al mismo tiempo en Chile el Partido Republicano encarna bien este modelo binario para armar. Cabalgando sobre el orden, la autoridad, la familia y las tradiciones la candidatura de Kast expresa un liberalismo simple que registra, por cierto, buena franja de sentidos comunes pero que no presenta, en verdad, un programa tangible de oferta de políticas públicas claras. Sin duda dentro de la derecha se juega una coalición que al final vaya tras los republicanos o la posibilidad de una derecha moderada, que capte al centro y que reconstruya, más allá ,confianzas y certidumbres que pueden no estar muy lejos de un programa socialdemócrata que deberá elaborarse al breve plazo.

Pero el punto es la fragilidad de nuestras actuales democracias y cómo en función de ciertos elementos bullentes tarde o temprano brota el populismo y el caudillo que se cierne como redentor del pueblo, aludiendo a ‘los otros’ como los culpables de todos los males. Es que tal parece que la ciudadanía de la democracia liberal se encuentra severamente interrogada. Aquel sujeto dotado de deberes y derechos, capaz de una elección racional y de una deliberación acorde ha dejado de expresarse con la claridad que lo ha venido haciendo, a lo menos, desde el surgimiento de la democracia desde el siglo XVIII. Como siempre con los recaudos de una democracia a ‘fuego lento’, de sostenidas luchas políticas de amplios sectores por ser integrados, aunque sea parcialmente ' a la mesa del poder’.

¿ Es posible en este complejo cuadro de líderes reactivos y populistas afirmar a la democracia liberal ,a la ciudadanía y a programas racionales y consensuales? Muy difícil pregunta en estos días. Para ser coherentes, también desde franjas de la izquierda en estos años se ha construido una alternativa más de identidades que de ciudadanos que se afirma como una suerte de renovada ‘narración’. Como sabemos el destacado intelectual Ernesto Laclau y su notable colega Chantal Mouffe hicieron un camino intelectual interesante y complejo en función de reconocerle al populismo una condición de posibilidad política o alternativa progresista. La clave parece residir que ya no son los ciudadanos o las clases sociales—en sentido marxista—las que se oponen en el campo político. Se trata de las oposiciones de múltiples identidades que configuran demandas y constituyen así al ´pueblo’ en antagonismo al poder instituido de las elites. Sin embargo, a lo menos en términos electorales no es claro que exista una fuerza clara y robusta que configure al pueblo de esta manera. La experiencia de ‘Podemos’ en España es más que aleccionadora cuando, en el delirio, se planteaba derribar a los partidos históricos de la centro-izquierda como el PSOE. Desde luego que las identidades y grupos sociales que así se proclaman tienen demandas y condiciones sociológicas dignas de la mayor atención. Pero no es por ese sendero que se puede reconquistar una política socialdemócrata que toca a la redistribución social, a la situación de la salud, las pensiones, la inmigración, la calidad de los empleos, la seguridad de barrios y comunidades.

En otros términos, la democracia liberal sigue siendo el marco para construir ciudadanos/as en igualdad de derechos y la oferta es siempre la ampliación de los derechos individuales y colectivos y la mayor incidencia de las personas en las políticas públicas en acto. Como se percibe es posible un populismo ‘para armar’ de derechas e izquierdas; binario e invocador del ‘pueblo’. Pero sobre la base de una democracia en crisis y aguda deslegitimación de las instituciones. Es una canalización de la rabia y la energía a algo muy distinto cuyo pronóstico es muy reservado.

Paulo Hidalgo, profesor Políticas Públicas y Ciencias Políticas, Universidad de Talca.

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