Columna de Rafael Sousa: Una crisis huérfana de sentido
La idea cierta de que las crisis traen oportunidades, esconde un rasgo trágico de la naturaleza social: la cohesión, la conciliación del orden con la libertad, necesita el recuerdo fresco de una amenaza existencial. Eso explica el estado de bienestar y el sistema internacional que se extendió después de las guerras mundiales, el New Deal después de la Gran Depresión en Estados Unidos o el tránsito de Chile desde una dictadura a una democracia próspera. Pero pocos países logran que los aprendizajes nacidos de las grandes crisis perduren. Por eso, como lo notan Acemoglu y Robinson -dos de los tres recientes ganadores del Nobel de Economía- en la mayoría de los lugares y épocas la libertad ha sido aplastada por la fuerza o por las costumbres y las normas. Respecto de nuestro octubre del 2019 y los procesos que le siguieron, parece haber una diferencia entre los aprendizajes de la esfera política y la social.
La sociedad ha sacado varias lecciones sobre la política, pero la política muestra pocos aprendizajes sobre el comportamiento de la sociedad. Distintas encuestas muestran que muchas personas transitaron desde opiniones antagonistas a otras matizadas, en que convergieron el deseo de cambios con una cierta conciencia de progreso. Una sociedad que quería (quiere) cambiar, aprendió a desconfiar de la oferta de cambio irresponsable, una demostración esperanzadora de madurez cívica.
Sin embargo, todavía demasiados dirigentes políticos siguen interpretando las cambiantes señales de la sociedad con la estrechez de quien solo quiere ver sus ideas afirmadas. Desde octubre de 2019, la opinión de las personas ha variado notablemente en materias tan diversas como la confianza en el fruto del trabajo duro, las preferencias sobre el sistema de pensiones o la legitimidad de distintas formas de protesta. Esto ciertamente ha tenido una expresión electoral, cuyo principal patrón ha sido la impugnación al incumbente. Pero no han encontrado el sentido de esta ambigüedad.
Las posibilidades de que Chile vuelva a encontrar un rumbo dependen en buena parte de la voluntad de nuestro sistema político por encontrar este sentido. Para alguien en posición de poder, e intención de ejercerlo responsablemente, no es tan relevante buscar la interpretación correcta como perseguir aquella que sea productiva para la sociedad. Si se alcanzara un acuerdo amplio en lo que parece obvio, que la mayoría quiere cambios pero no arriesgar lo logrado, nuestros horizontes de progreso se ampliarían y podríamos aspirar a que las elecciones dejaran de ser un ejercicio puramente de impugnación. Pero eso se ve lejano. Lo más probable es que el tono dominante de nuestra política siga marcado por el oportunismo de que tal o cual acontecimiento o dato de una encuesta permita una ventaja efímera. Quizás el problema es que, en octubre de 2019, no tocamos fondo: el orden democrático se trizó pero no se quebró, el delirio refundacional vino a visitarnos pero no se quedó, por lo que el aprendizaje carece de urgencia.
Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis y profesor de la Fac. de Comunicación y Letras UDP