Opinión

Cumbre Trump-Putin en Alaska

Cumbre Trump-Putin en Alaska archivo.

A primera vista, el que la cumbre entre los presidentes Trump y Putin tenga lugar en Alaska sorprende. Rusia indicó su preferencia por hacerla en Emiratos Árabes Unidos. Estados Unidos propuso Roma en cambio. Realizar en territorio estadounidense una cumbre diplomática que normalmente se haría en territorio neutral es curioso, pero en este caso no tanto. Alaska fue alguna vez parte de Rusia, y la visita de Putin evoca esa historia.

Dicho eso, poca duda cabe de la importancia de este encuentro entre dos de los líderes mundiales más poderosos de hoy. Es el primer encuentro entre los mandatarios de EE.UU. y de Rusia desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, y el primero entre Trump y Putin desde 2019. Su anuncio se produjo justo antes que venciera el plazo límite de diez días que Trump le impuso a Rusia para negociar un fin a la trágica guerra en Ucrania. El Presidente de Ucrania Vlodomyr Zelensky exigió asistir, pero ello no encontró acogida en Moscú. En momentos de grandes tensiones internacionales, en que el fantasma de la guerra nuclear vuelve a levantar cabeza, esta cumbre recuerda las de los días más álgidos de la Guerra Fría, entre Eisenhower y Khruschev, o entre Kennedy y Khruschev, que ponían al mundo en un hilo.

Trump, que se vanagloria de su relación especial con Putin, prometió en la campaña electoral poner fin a la guerra en Ucrania en 24 horas. Siete meses después de haber llegado a la Casa Blanca, la guerra sigue, y Rusia está ganando. Dado que Rusia tiene cuatro veces la población de Ucrania y una economía diez veces mayor, ello era predecible. La noción, propuesta por algunos, que Ucrania debería seguir con la guerra “por el tiempo que fuese necesario”, siempre fue un espejismo.

La pregunta ahora es como poner fin al conflicto, que en tres años y medio ha costado decenas de miles de muertos a ambas partes. Las exigencias de Rusia son fundamentalmente dos: concesiones territoriales de Ucrania en sus provincias orientales—(Donetsk, Lugansk, Zaporiyia, y Gerson, hoy en gran parte ocupadas por Rusia); y el no ingreso de Ucrania a la OTAN. La posición de Ucrania ha sido que no habrá concesiones territoriales de ningún tipo, y que incluso Crimea (anexada por Rusia en 2014) debe volver al redil y ser reintegrada a la soberanía ucraniana. Esta ha sido también la posición de la Unión Europea, que ve esta cumbre con escepticismo.

La distancia entre las partes es grande y no está claro si hay espacio para soluciones de compromiso. Trump, que siempre se ha ufanado de su capacidad para negociar acuerdos de todo tipo, y que (por increíble que parezca) aspira al Premio Nobel de la Paz, tiene una ardua tarea por delante. La experiencia indica que doblarle la mano a Putin no es fácil, pero como dice el saber popular, “el que quiere celeste, que le cueste”. A la distancia, solo cabe esperar el pronto fin de esta trágica guerra.

Por Jorge Heine, profesor de Relaciones Internacionales, Universidad de Boston

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