
De condenas y condenas

Un joven carabinero cayó víctima de una bala asesina disparada por el odio irracional y amparada por la indolencia de una sociedad cuyo liderazgo dejó de creer, o de tener el valor de defender, el respeto a un conjunto de reglas indispensables para ordenar la convivencia. Hoy todos condenan el asesinato vil y cobarde, pero muchas de esas expresiones de rechazo son estériles, meras formalidades carentes de eficacia, vacías de sentido moral y, especialmente, inútiles para combatir las conductas antisociales de los asesinos que cargaron y dispararon el arma mortal.
No existe ninguna sociedad que pueda subsistir al margen de un sistema de reglas; en las más bárbaras esa regla es la fuerza, en otras es el apego a alguna forma de religión, en las modernas es la creencia en un conjunto de procedimientos racionales que legitiman las conductas. Sin embargo, desde hace un tiempo nuestro país ha sido inundado por la pretensión generalizada de que se pueden imponer ciertos fines por sobre las reglas, a las que se mira y desprecia como meros instrumentos de dominación de los poderosos. Pareciera que todo el que puede impone su visión del bien por sobre cualquier procedimiento: diputados que acusan a jueces porque encuentran inaceptable una resolución; jueces que fallan imponiendo sus convicciones a la ley; políticos que desprecian la Constitución, porque contradice sus valores; manifestantes que exigen cambios, sin importar lo que se resolvió por los procedimientos democráticos.
Vivimos en una sociedad en la que buena parte de sus integrantes y líderes creen que sus fines justifican cualquier medio, de manera que la ley vale poco y las instituciones encargadas de darle eficacia valen menos aún. “El que no salta es paco”, grita una multitud enardecida; en un video que circula en redes sociales se ve a un alcalde, candidato a Presidente de nuestro país, encarando a un grupo de carabineros a los cuales enrostra sus “privilegios”; un parlamentario comunista, que circula bajo restricciones sanitarias, encara con abusiva soberbia a una patrulla naval.
Hoy, cuando la muerte se cierne sobre un joven carabinero humilde, padre de familia y de origen mapuche, se alza un coro de condenas contra la violencia; todos la rechazan en su materialización, aunque muchos le han dado previamente sustento intelectual, enarbolando un diagnóstico social que la alienta, como si se pudiera separar el discurso genérico contra los carabineros de la violencia ejercida de manera particular contra uno de ellos.
En una sociedad democrática cada uno puede enarbolar sus convicciones y luchar para que ellas prevalezcan, pero nadie puede elevarlas por sobre el conjunto de reglas que nos rigen y después condenar la violencia. En esta hora triste hay condenas y condenas.
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