Opinión

Desde ASEAN nos llega una advertencia

Crédito: Asean

La semana pasada, en el marco de la Cumbre de ASEAN, Estados Unidos firmó nuevos acuerdos comerciales con Camboya y Malasia, así como también declaraciones conjuntas con Tailandia y Vietnam. El contenido y objetivos de estos acuerdos marcan un antes y un después en lo referido a la articulación entre política comercial, acuerdos comerciales y geopolítica.

En efecto EE.UU. logró, a través de su unilateralismo arancelario, increíbles concesiones por parte de los países del sudeste asiático que merman su autonomía regulatoria y de política exterior, les exige su apertura total de mercados e, incluso, que estos países deban fomentar la inversión en la mayor potencia mundial. ¿Y qué obtuvieron estos países a cambio? Aranceles “recíprocos” de 19 o 20% y una débil promesa de no seguir subiéndolos.

Como todos recordamos, en abril EE.UU. anunció su política de “aranceles recíprocos” a todos los países del mundo. Esta fue elaborada en base a una simple fórmula (sin ninguna base teórica o técnica) que evaluaba el déficit comercial bilateral y, en caso de que EE.UU. tuviera superávit, imponía un arancel del 10%. En caso de haber déficit, imponía un arancel equivalente a la mitad del déficit. Así de simple. Por supuesto, luego de eso, hemos visto nuevos aranceles que suben y suben (como con el caso de China), nuevos aranceles políticos (como los casos de Colombia y Brasil), nuevos aranceles a productos específicos (como el acero, aluminio y, por unas semanas, el concentrado de cobre), etc.

En efecto, la solidez de los Tratados de Libre Comercio y las reglas multilaterales (sobre la cual ex cancilleres y analistas de turno prometieron que países como Chile iban a estar protegidos), sencillamente se desvaneció en el aire.

Con estos nuevos acuerdos y declaraciones, empezamos a ver cómo se materializa la estrategia de Donald Trump, no solo en base a aranceles, sino también a alinear y disciplinar a otros países. Los acuerdos incluyen cláusulas “tradicionales” de restricción al espacio de política de los países (presentes en los TLC convencionales), pero también preocupantes innovaciones.

En primer lugar, observamos compromisos inéditos en acuerdos comerciales en que los países en desarrollo deben “facilitar” inversión hacia la mayor economía mundial. El caso emblemático es Camboya (Art. 6.1), un país reconocido por Naciones Unidas en la lista de Países Menos Avanzados, y que tiene un PIB per cápita que es sólo un 9% del de EE.UU., se compromete a facilitar inversión pro-empleo en EE.UU.. Malasia, por su parte, se compromete con un monto de US$70 mil millones en los próximos 10 años (Art. 6.1.3).

En segundo lugar, EE.UU. impone una aplicación extraterritorial de sus propias sanciones. Así, a través de los acuerdos, cuando EEUU imponga una sanción a un tercer país, Camboya debe “regular la importación mediante medidas similares” (Art. 5.1) y Malasia debe “adoptar o mantener una medida con efecto restrictivo equivalente” (Art. 5.1). Esto significa que si EE.UU. sanciona a China u otro país del BRICS, o a cualquier país que Washington decida, estos países ASEAN deben automáticamente adoptar esas mismas sanciones. No pueden evaluar si esas sanciones sirven sus propios intereses ni ejercer su soberanía ni diplomacia de forma independiente, sólo subordinarse a EE.UU..

En tercer lugar, y en línea con la medida anterior, EE.UU. impone controles de exportación totales. Malasia debe “alinearse con todos los controles de exportación unilaterales vigentes de Estados Unidos” (Art. 5.2.1). No caso por caso, sino que todos los controles de exportación. Malasia, cuya industria de semiconductores en Penang es crítica para su economía, tendría grandes complejidades para exportar chips avanzados a China debido a los controles estadounidenses. Malasia también deberá avanzar en el establecimiento de un screening de inversiones (Art. 5.2.3) y cooperar con EE.UU. en la materia, en una clara intención de limitar la inversión china en el país.

Otro punto de gran complejidad es el triple veto sobre política comercial que impone EEUU. Los acuerdos incluyen tres tipos de vetos que afectan seriamente la autonomía en política comercial. Primero, si firman un TLC con otro país que EE.UU. “considere socava este acuerdo” (Art. 5.3 con Camboya) o “ponga en peligro intereses esenciales de EE.UU.” (Art. 5.3 con Malasia), Washington puede terminar el acuerdo y reimponer aranceles. Segundo, no pueden entrar en acuerdos sanitarios o técnicos con terceros que “de otra manera desfavorezcan las exportaciones estadounidenses” (Art. 2.2(b) con Camboya; Art. 2.3(b) con Malasia). Y tercero, deben “consultar” con Washington antes de firmar acuerdos digitales que “pongan en peligro intereses esenciales” de EE.UU. (Art. 3.3 de ambos acuerdos).

Son tan asimétricos los acuerdos, que incluso Malasia recibió un artículo “zanahoria” (en el sentido de “garrote o zanahoria”). “Si Estados Unidos determina que Malasia está cooperando para abordar cuestiones compartidas de seguridad nacional y económica, Estados Unidos puede tomar tal cooperación en cuenta al administrar sus leyes relativas a controles de exportación, revisiones de inversión y otras medidas” (Art. 5.2). Con grandes condicionalidades y revisiones unilaterales, EE.UU. ofrece incentivos a países que se disciplinen con sus políticas y medidas.

En otros artículos, EEUU prohíbe impugnar ciertas medidas aduaneras o tributarias en la OMC (Art. 2.11.2 con Camboya; Art. 2.12.2 con Malasia), prohíbe a los otros países el uso de ciertas formas de IVA (Art.2.11.3 con Camboya; Art. 2.12.3 con Malasia), alineamiento político con las adquisiciones navales (Art. 5.1.3 en ambos acuerdos). También Tailandia se compromete a evitar el uso de “cuotas de pantalla” de producciones culturales locales, y Vietnam se compromete a que su aerolínea nacional adquiera 50 aviones Boeing por US$8 mil millones.

¿Por qué países miembros de ASEAN, una comunidad de 10 países con 680 millones de habitantes y USD 3.6 billones de PIB combinado, cedieron tanto? La respuesta es clara: porque negociaron solos. Cada país por separado, sin una estrategia común, sin colaboración, compitiendo entre sí por reducir sus propios aranceles punitivos ante el matonaje arancelaria de la potencia. Hemos visto a muchos países, Chile incluido, negociando solos ante EE.UU., en vez de agruparse y buscar alternativas conjuntas y colaborativas para sostenerse ante el matonaje. Estos mismos gobiernos critican comunicacionalmente a EE.UU. pero, en los hechos, aceptan sus términos y condiciones.

Estos acuerdos nos muestran cómo el gobierno de Donald Trump ha decidido dinamitar las reglas del comercio internacional y convertirlas en arma política. EE.UU. ha buscado, a través del matonaje, ventajas que nunca hubiera tenido en condiciones normales. A su vez, ha buscado generar claras desventajas para sus competidores (en este caso China) en sectores donde no puede competir, forzando incluso el alineamiento de otros países en sus políticas internas de sanciones. Han utilizado todas sus armas comerciales para buscar inversión que venga desde países en desarrollo y les ha impuesto vetos a su política exterior y comercial.

Los países han negociado solos y estas son las condiciones que se han visto forzados a aceptar. Es esperable que en próximas semanas sigamos viendo más anuncios de este tipo. Desde ASEAN nos envían la alerta. ¿Qué haremos en Chile?

La pregunta es pertinente. EE.UU. quebró el TLC con Chile y lo obligó a sentarse a negociar la aceptación de nuevas restricciones a su marco regulatorio a cambio de no hacer uso de su unilateralismo arancelario. En vez de Chile y otros países aprovechar el escenario y, ante la guerra comercial en marcha, demandar rediscutir los acuerdos en clave progresista y de respeto a la autonomía de los países, EE.UU. se adelantó y está forzando una renegociación en clave geopolítica y securitaria, buscando restringir aún más la autonomía de los países del Sur Global, tal como lo estamos viendo en el sudeste asiático. Los temas que aparecen en la discusión asimétrica y forzada entre Chile y EE.UU. no son los de garantizar espacio para políticas industriales, reglas verdes a las inversiones extranjeras, o recuperar la autonomía en política de regulación de flujos de capitales, sino los de aumentar la protección a la propiedad intelectual, imponer un screening de inversiones y garantizar privilegios comerciales a EE.UU.. ¿Y quién sabe si mayores restricciones como las impuestas a los países del sudeste asiático?

Ya hemos visto cómo países de ASEAN han aceptado términos draconianos para sus economías, incluyendo alineamientos forzosos, vetos a su política exterior y exigencias de inversión en EE.UU.. Esperemos que estos países no sean el espejo de lo que pueda sucederle a Chile.

Por José Miguel Ahumada y Nicolás Grimblatt.

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