Despertar a balazos



Por María José Naudon, abogada

El recién asumido Presidente comenzó su mandato ofreciéndole al país un compromiso. Su discurso, de épica prolija, puso el énfasis en la dignidad y el cuidado, trasuntando una nueva forma de entender la política y el ejercicio del poder. Hasta aquí, todo bien.

Sin embargo, a poco andar, la guitarra del poder comenzó a desafinar hasta transformarse en balazos contra la ministra del Interior y dejar la perplejidad a la vista.

Obviamente, el problema no reside en soñar con un país más justo, solidario y acogedor, y luchar por conseguirlo; el problema es que, poesía de lado, “gobernar” es diametralmente distinto. Gobernar obliga no solo a identificar problemas y exigir cambios -aproximación típicamente parlamentaria o dirigencial-, sino que, aunque suene a perogrullo, fuerza a diseñar estrategias eficaces de solución y ejecutarlas. Entonces, quien cree que la nobleza de su ideal es razón suficiente para alcanzarlo, quien espera que como en una epifanía se le abran todas las puertas y con ello se rindan sus contradictores, no solo está en un problema, sino que nos arrastra a todos con él.

¿Cuáles son los principales síntomas de este síndrome? El primero es creer que todo aquello que parezca entorpecer el objetivo, carece de validez. Advertencias, riesgos, opiniones expertas (¡la realidad incluso!) quedan fuera. Desde ese paradigma puede nacer un peligroso desprecio a la institucionalidad, además de una delicada ceguera ante los hechos y los peligros. El viaje de la ministra Siches a La Araucanía es un ejemplo paradigmático.

El segundo es que una nueva moral se erige como medida y todo aquel que no cumpla con los nóveles estándares queda fuera de juego. Desde ahí hay un solo paso al desprecio altanero, a la implacable superioridad moral y a un irreversible narcisismo. Del mismo modo, se hace imposible no ceder frente a aquellos grupos de presión que aparecen validados conforme a dicha moral. Si los has puesto sobre el altar, ¿cómo les vas a quitar las ofrendas? Algo de esto hemos visto esta semana en viralizados programas de televisión, ríos de tuits y declaraciones de varios personeros de gobierno. Todos comparten dos elementos: son mensajes para un único público y buscan instalarse como realidades incontrarrestables. Los ministros Jackson y Siches se han referido, por ejemplo, a los “presos políticos” en La Araucanía, desconociendo, entre otros, la grave e inaceptable afirmación institucional que se esconde tras sus palabras.

El tercero es la tentación de convertirse en “celebrity”. No hay otra explicación a la grotesca “story” de la ministra del Interior que una desesperada necesidad de empatizar y cultivar “seguidores” en el más postmoderno de los sentidos. La lógica de dar cuenta de la vida en tiempo real o de decir todo lo que se piensa puede parecer exitosa, pero necesita bordes.

Lamentablemente, estos síntomas parecen dramáticamente extendidos incluso más allá del gobierno. La Convención Constitucional se ha transformado en el epítome de éstos. Llevamos solo una semana y es de esperar que el choque violento con la realidad surta efecto. Peligroso es soñar y despertarse con balazos, pero más todavía es seguir soñando luego de haberlos escuchado.

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