La trampa del votante medio

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Los defensores del modelo económico predominante en el país parten de varios supuestos coherentes entre sí aunque disonantes con la realidad: la clase media no solo es predominante en la pirámide social sino también sólida y férrea como motor del desarrollo. Con un PIB per cápita de 16 mil dólares americanos, sustentan una lectura de la sociedad distribuida sobre una curva normal alrededor de ese ingreso. (Aunque sabemos que en una sociedad desigual la media es un pésimo reflejo de la distribución). Según esta interpretación, el chileno promedio –sin importar si fuese de izquierda o de derecha-, es sencillamente un pequeño burgués, emprendedor o profesional liberal de ingreso fijo. "Un país de propietarios", diría algún ministro, "con casita de playa" incluida.

Consciente o inconscientemente, la implementación del voto voluntario permitió calzar al votante medio efectivo con esa percepción clasemediera del país. Podemos inferir que la mitad del país que no votó en los últimos comicios generales, pertenece a los sectores más marginales, con más rabia al establishment político y, con mayor probabilidad de haber inclinado la balanza hacia una novedad en la oferta política si hubiese participado obligatoriamente. El retiro de esta mitad de la contabilidad electoral permitió un desplazamiento del electorado –en el continuum ideológico- hacia la derecha tradicional, beneficiando la elección de Sebastián Piñera. Así, no solo se legitimó políticamente la centro derecha sino también su interpretación de la sociedad chilena como fundamentalmente clasemediera.

Los sucesos de las últimas semanas en el país dan cuenta de la distancia entre el votante medio y el chileno promedio. El primero, en la centro derecha y con ingresos económicos celebratorios para un Chicago Boy, votó con Chilezuela en la cabeza. El segundo, movilizado en calles y plazas, más cerca del anti-establishment -eso que denominados provisionalmente "lumpen"- que de la "digna" expresión política de la pequeño burguesía, ha conducido el malestar por una salida constituyente.  Pero al desconectarse este segundo grupo del espectro visual de la clase política, incluida a la izquierda, se ahonda fatalmente la crisis de representación.

La sincronización del votante medio con el chileno promedio, primero, y la identificación precisa de sus demandas, después, son fundamentales para viabilizar un proceso constituyente sustantivo. Para plantear medidas tributarias y redistributivas, para diseñar subsidios y pensiones. Para todo ello, se requiere que el voto sea el más eficiente traductor de las exigencias sociales. Que la representación política opere concordantemente, sin sentirse presa de corporativismos ni grupos de interés. Chile tiene las condiciones estructurales para capear esta crisis cuyo origen, en mi opinión, es sobretodo ideológica, en élites que han compartido un diagnóstico errado, excesivamente optimista y festivo. Así, los timoneles del país han navegado sin brújula directamente hacia el tornado social.

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