Dos son compañía, pero ocho son multitud
En muchas situaciones de la vida utilizamos la frase “dos son compañía y tres son multitud”. Quienes recordamos con nostalgia los 80, recordaremos la serie de televisión protagonizada por John Ritter, Suzanne Sommers y Joyce Dewitt que en su traducción al español se titulaba como parte de la frase. El significado de esta alude a la dificultad de las relaciones en razón del número de personas que participan de ella. Entre más actores más difícil es ordenarse, más complejo llegar a acuerdos o más difícil tener que elegir entre uno de ellos. Esto último es precisamente lo que ocurre hoy, en el caso chileno, cuando nos referimos a los candidatos presidenciales que potencialmente estarán en la papeleta el próximo 16 de noviembre. Aún resta la ratificación del Servel. Esta multitud no es precisamente una buena señal que demuestre vitalidad democrática, más bien es el síntoma más visible de un sistema político que no goza de buena salud.
Además, a los ocho candidatos debemos agregar los más de 680 que intentaron —sin éxito— juntar las firmas necesarias. Es como si el país entero hubiera decidido que la solución a la crisis de representación fuera que cada ciudadano se represente a sí mismo. Una paradoja perfecta: mientras más opciones hay, menos representados se sienten los ciudadanos.
La cantidad excesiva de candidaturas presidenciales debilita nuestras democracias. Contrario a la intuición popular, más opciones no significan mejor democracia. La evidencia comparada demuestra que las elecciones con pocos candidatos competitivos fortalecen tanto la calidad democrática como la gobernabilidad posterior.
El primer problema de la multiplicidad es cognitivo. Cuando los votantes enfrentan más de cuatro opciones, la calidad de su decisión se deteriora dramáticamente. No es un problema de educación: es neurología pura. Nuestro cerebro simplemente no puede procesar eficientemente múltiples propuestas complejas. El resultado es previsible: los electores recurren a atajos superficiales —carisma, apellido, color partidario— abandonando el análisis programático. ¿Les suena familiar?
La fragmentación excesiva produce además ganadores débiles. Presidentes electos con menos del 30% en primera vuelta, sin mandato claro ni coaliciones potentes. La legitimidad erosionada desde el origen se traduce en parálisis gubernamental y legislativa. Existe una gran correlación entre votar por un candidato presidencial y los candidatos al Congreso que lo apoyan.
Con menos opciones el debate se profundiza. Los medios pueden contrastar propuestas detalladamente. Los ciudadanos pueden evaluar trayectorias y equipos. Los candidatos deben explicar, no solo prometer. La polarización, paradójicamente, disminuye: sin espacio para nichos extremos, los candidatos convergen hacia el centro, donde se ubica el votante mediano que decide elecciones.
La historia electoral exitosa, desde el bipartidismo estadounidense hasta las convergencias europeas post-guerra, muestra estabilidad democrática cuando los votantes eligen entre alternativas claras, no entre un menú interminable de opciones que fragmentan el mandato popular. Esta es la razón de las primarias presidenciales. Presentar a los electores opciones más reducidas para hacer de la campaña presidencial un espacio real de discusión y oferta seria.
Cuando las urnas se abran y los votos se cuenten, descubriremos la verdad: que en política, como en la vida, dos son compañía y ocho son multitud.
Por Rodrigo Arellano, vicedecano Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo
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