Opinión

Economía de Francisco: inspiración para tiempos de crisis

personas pidiendo comida

Por Cristián Gutiérrez, director de la Escuela de Administración y Economía U. Católica Silva Henríquez

Vivimos tiempos aciagos, las calamidades y problemas retumban en cada rincón del planeta. Nuevamente los acontecimientos históricos noquean al sistema económico mundial y no dan tregua. Fenómenos sucesivos han ido moldeando la arquitectura financiera internacional, desde la crisis económica internacional de 2008, el ascenso de China, la revolución tecnológica, la aceleración de los flujos migratorios, la crisis climática, la pandemia de Covid-19 y ahora la guerra en Ucrania. Cada suceso va dejando su estela: desde la vuelta al rol protagónico de los Estados en la conducción económica de los países hasta el proceso de desglobalización y la nueva relevancia de la geopolítica en las relaciones económicas internacionales.

Sin embargo, más allá de estas megatendencias, cuyos alcances estructurales aún no se vislumbran del todo, el fenómeno de la inflación y su azote a las poblaciones están nuevamente poniendo a prueba la resiliencia de los pueblos. Es dramático volver a leer informes que dan cuenta de hambrunas y catástrofes humanitarias colosales, como el que hace algunos días atrás publicaron ONG como Oxfam y Save the Children, donde se da cuenta del riesgo de que al menos 49 millones de personas en el mundo pierdan la vida por la falta de acceso a alimentos debido al aumento sostenido en los precios.

Frente a este escenario, es fundamental la acción decidida de los hacedores de políticas económicas para contener estos riesgos. En este sentido, cobra realce la figura del Papa Francisco, toda vez que su propuesta es repensar la economía (“la Economía de Francisco”) desde y para las necesidades humanas, y así hacer posible el desarrollo integral de los seres humanos, atendiendo a los problemas colectivos y requiriendo el compromiso de las empresas y las diversas organizaciones productivas para su solución. Lo más potente y singular del mensaje de Francisco se vincula a su concepción del ser humano como ser relacional más que autónomo. De ahí que el objetivo último sea favorecer la fraternidad, el bien común y el respeto a la dignidad de la persona cuya potencialidad va desarrollándose a través del tiempo en todas sus dimensiones (cuerpo, alma y espíritu).

De esta manera, la economía de Francisco no solo interpela a los economistas y jóvenes emprendedores, si no que más bien, a todo agente económico, en particular las empresas (y el desarrollo de nuevos modelos de gestión); pero también a cada uno de nosotros como consumidores. Hacer realidad la fraternidad en términos económicos significa dotar de mayor solidaridad y reciprocidad a cada una de nuestras transacciones económicas en especial cuando estas se tensionan por estados de crisis como la que vivimos actualmente producto de la inflación desbordada. Los esfuerzos por asegurar salarios justos, que permitan vivir con dignidad, el diseño de políticas públicas redistributivas que permitan apoyar a los excluidos, el compromiso de pago oportuno a las microempresas y el fortalecimiento de prácticas cotidianas como la realización de compras asociativas, el desarrollo y uso de plataformas tecnológicas que vinculen al consumidor con el fabricante sin intermediarios; compartir el automóvil, entre otras, son iniciativas al alcance de muchos y perfectamente posibles de llevar a la práctica.

La economía de Francisco no solo intenta poner en marcha un proceso global de reflexión sobre una forma de hacer economía y empresa a partir de una narrativa diferente, la cual a su vez además de necesitar nuevos propósitos y protagonistas, requiere también de iniciativas capaces de enfrentar las consecuencias negativas derivadas de las actuales estructuras económicas.

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