Este fue un año horrible, y 2021 podría no ser mucho mejor. Pero junto a las tareas inmediatas que impone la crisis humanitaria por el Covid-19, es necesario asumir las que seguirán. Porque hoy domina la urgencia, pero pasado mañana habrá que hacerse cargo del futuro. Y son al menos cuatro los desafíos de política pública estructurales que la pandemia, con crudeza, nos recuerda.

Primero, modernizar el Estado. John Stuart Mill, uno de los padres del liberalismo igualitario, y al que hoy definiríamos como socialdemócrata, señalaba a mediados del siglo XIX que cuando el Estado interviene, en general lo hace tarde o lo hace mal. Transcurridas dos década del siglo XXI, y con Chile a medio camino del desarrollo, es imperativo que nuestro Estado actúe pronto y bien, para asistir a los más necesitados y resolver asuntos públicos. Modernizar el Estado es, entre otros, mejorar el marco normativo y funcionamiento del empleo público, y también la transparencia y acceso a información. Su digitalización, por ejemplo, habría permitido una estrategia inteligente al enfrentar la crisis sanitaria, combinando testeos masivos, trazabilidad y confinamientos focalizados. En cambio, para no arriesgar miles de muertes adicionales, hubo que cerrar masivamente la economía, con un enorme costo social.

Además, tres falencias conocidas de nuestra economía se han agravado durante estos meses: la baja participación laboral femenina; el precario sistema nacional de capacitación; y la falta de competencia, debido, principalmente, al reducido número de empresas medianas, fundamentales para desafiar a las más grandes.

Este año la participación laboral femenina ha retrocedido casi 10 puntos porcentuales, volviendo al nivel de hace una década. Esto no solo está mal, también nos hace mal, porque desequilibra la distribución del poder y desaprovecha la complementariedad entre el trabajo masculino y femenino, mermando la productividad. Además, muestra que la crisis nos está golpeando de manera heterogénea. En particular, son las pymes las más dañadas, porque tienen menos acceso a financiamiento y dependen más del sistema de capacitación. De hecho, la pandemia castiga desproporcionadamente a las tareas que deben desarrollarse en horarios predeterminados y presencialmente, como la construcción. Y ello se exacerba en trabajos que son rutinarios y requieren menor nivel cognitivo, los que pueden ser más fácilmente reemplazadas por la robotización. Las políticas públicas deben diseñarse considerando estos impactos dispares.

Con todo, el Estado tiene un enorme reto hacia adelante: su situación fiscal se ha deteriorado persistentemente; la transición que debe acompañar a las nuevas tecnologías para reconvertir las habilidades laborales depende del sistema de formación, que es inadecuado en Chile; y son las empresas medianas, que en nuestro país faltan, las que pueden forzar a las grandes a innovar para mejorar su productividad, más en una economía concentrada. Sumemos a esto que, si continuamos cerrando la brecha de ingresos con los países avanzados, y puesto que la demanda por bienes públicos se expande más que el ingreso, el tamaño relativo del Estado también crecerá. Pero si este no da el ancho, la frustración ciudadana predominará, truncando nuestro recorrido hacia el desarrollo. Y es que, sin un mejor Estado, no habrá más prosperidad hoy, mañana, ni el día después de mañana.

-El autor es presidente de la Comisión Nacional de Productividad y profesor UDP