El pequeño Presidente
Gabriel Boric suele repetir, con su habitual tono de estudiante aplicado, que camina sobre hombros de gigantes. La frase suena bonita en los manuales de historia, pero en su caso es pura impostura: cada vez que la pronuncia, lo único que logra es dejar en evidencia su propia pequeñez. Porque si de verdad alguien lo subió a hombros, lo dejaron demasiado chico para la baja altura en que ha desempeñado su cargo. Y desde ahí, lo único que ha hecho es confirmarnos que el traje de Presidente le quedó enorme.
La última cuenta pública fue la radiografía perfecta del “pequeño Presidente”. En vez de hablarle al país con grandeza, de trazar un horizonte o de marcar los ejes del legado de su gobierno, Boric usó la cadena nacional para lo único que sabe hacer: pelear como si siguiera en la FECH. Desde el sillón de La Moneda se permitió atacar a José Antonio Kast, un candidato opositor, como si aún estuviera en campaña y no al mando de un país en crisis. ¿Qué nivel de inseguridad debe tener un Mandatario para usar el micrófono oficial de Chile con el único objetivo de intentar desacreditar a su principal adversario político? Lo que vimos no fue un discurso presidencial, fue un berrinche político en horario prime.
Ese acto de cobardía institucional retrata lo que es Gabriel Boric: un adolescente tardío jugando a ser Presidente de la República. Mientras la delincuencia desborda nuestras calles, mientras el narcotráfico se toma barrios completos, mientras los hospitales colapsan y la economía se arrastra sin crecer, él prefiere subirse a una tribuna para desahogarse contra Kast. Al igual que sus ministros del Interior, Seguridad, Mujer, Defensa, Trabajo, Hacienda y la vocera de Gobierno. Son las escenas patéticas de quienes jamás entendieron para qué era su cargo ni qué responsabilidad cargaba sobre sus hombros.
El pequeño Presidente vive en un mundo paralelo. En su realidad, lo urgente es ir al estadio a ver a su club de fútbol, como si fuera un hincha más que tiene libres los fines de semana. En su burbuja, la prioridad es juntarse con Silvio Rodríguez, cantar himnos revolucionarios y sentirse parte de una épica setentera que a nadie le importa en el Chile de hoy. En su universo, bastaría con dar un discurso contra la “ultraderecha” para tapar el desastre de la inseguridad, el desempleo y la corrupción en que nos tiene sumido su propio gobierno.
Pero la realidad no perdona. Afuera, en la vida real, la violencia se disparó, los homicidios se multiplicaron, la inmigración está desbordada y el miedo se ha instalado en cada barrio. Afuera, la inflación carcome los bolsillos de los más humildes, la inversión se desplomó y la pobreza volvió a crecer en los campamentos. Afuera, millones de chilenos esperan meses por una atención de salud o una cirugía, mientras el Presidente se da el lujo de organizar reuniones con trovadores y deportistas. Esa es la obscena distancia entre el pequeño Presidente y el enorme país que des-gobierna.
La grandeza de un estadista se mide en la adversidad. Boric eligió la pequeñez: culpar a otros, atacar al rival, esconder su fracaso bajo discursos de dudosa épica que no convencen a nadie. Lo trágico es que lo hace con el micrófono del Estado, con la investidura de la Presidencia, degradando el cargo al nivel de un comité político universitario. Usar una cadena nacional para atacar a un adversario político no es sólo un error: es un acto de bajeza política. La triste constatación de que nunca ha estado a la altura de la responsabilidad que ostenta.
Decía que caminaba sobre hombros de gigantes. La verdad es que no camina: se tambalea. No heredó grandeza, heredó vértigo. Porque el país esperaba firmeza y lo que recibió fue inseguridad. Esperaba rumbo y recibió contradicciones. Esperaba carácter y recibió excusas. Boric es el Presidente que creyó que bastaba con frases de sobremesa para gobernar un país. Y Chile, lamentablemente, está pagando caro el costo de su mediocridad.
En la historia quedará, sin duda, pero no como él sueña. No será recordado como el joven que transformó Chile, sino como el pequeño Presidente: el que prefirió ser hincha antes que gobernante, el que confundió el poder con un escenario para sus fantasías juveniles, el que usó las cadenas nacionales para pelear con Kast mientras el país se sigue cayendo a pedazos.
Y lo peor: un Presidente que nunca entendió que su deber era servir a Chile y no servirse de Chile.
Lo último
Lo más leído
1.
2.
3.
4.
5.
⚡ Cyber LT: participa por un viaje a Buenos Aires ✈️
Plan digital +LT Beneficios$1.200/mes SUSCRÍBETE