Errores no forzados

El presidente Sebastian Piñera acepta la renuncia del Ministro de Cultura
Foto: AgenciaUno.


La semana recién pasada ha sido sin duda la peor que ha debido enfrentar el Presidente Piñera en su segundo gobierno. Fue una crisis de gabinete, en parte anunciada, pero con una arista repentina de efectos radicales que vino a dañar el cuidadoso diseño político de La Moneda, que hasta ahora parecía funcionar en forma razonable.

El resultado no es solo la salida de tres ministros. Además, se instaló la duda de cómo está operando la estructura asesora del segundo piso, y el rol que cumplen en este manejo, si alguno, el comité político y los partidos que conforman la coalición oficialista. Todos ellos parecieron espectadores más que conductores del suceso. La solución por que se opte no es clara, ni necesariamente pública, pero de cómo se enfrente esta falencia depende en gran parte el éxito o fracaso del gobierno y su coalición.

De paso, al menos temporalmente, el Ejecutivo perdió completamente el control de la agenda pública. La oposición, hasta ahora desorganizada, sin propuestas ni discurso, de pronto se encontró con una bandera inesperada, un factor de unión hasta ahora ausente; todo, proveniente de errores no forzados. Esta vez, a diferencia del 2011, no fue la calle, ni los movimientos sociales, ni las marchas. El golpe vino de adentro.

Pasado el temporal, el gobierno tiene el desafío de retomar la agenda propia, que paradojalmente se desarrolla con bastante éxito: los niños, La Araucanía, la pobreza, el crecimiento económico. Hace un par de días, incluso se inauguraba lo que parecía imposible, el tristemente célebre puente Cau Cau.

La oposición, sorprendida, se esforzará en mantener vivos los temas que se desataron, que es nada menos que la memoria histórica de los abusos a los derechos humanos. Tema que, hemos aprendido, nos sigue desgarrando hasta la fecha.

La contienda por la agenda está en desarrollo; el desenlace es incierto.

El Presidente Piñera tiene un sólido reconocimiento transversal de su condena histórica a las violaciones de derechos humanos y será difícil que el tema afecte su liderazgo personal. La crítica, en el caso Rojas, fue al manejo político de su nombramiento, no a su posición respecto al fondo de las cuestionadas expresiones. Pero todo puede cambiar.

El episodio completo, incluyendo los casos de Varela y Rojas, podrían considerarse un triunfo de la sociedad empoderada. Queda, sin embargo, un sabor amargo, una inquietud vaga de estar frente a una plaza pública enardecida y vociferante capaz de derribar un ministro, pero en cualquier momento también capaz de destruir personas e instituciones, en tiempo récord, sin evidencia sólida y sin derecho a defensa.

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